sábado, 24 de septiembre de 2016

Escribí un bonito poema que mandé al carajo al día siguiente

Me gusta el cine, me hace pensar cosas interesantes. Me hace pensar que el amor no es para mí cuando veo un primer plano de dos amantes besándose frente a la cámara, tan bellos, tan pulcros, tan perfectos. Eso no es para mí, no es para mí desear ser un retrato, no es para mí contemplar el atardecer agarrando tu mano urdiendo un plan perfecto para que la noche salga bien. Soy un tipo cansado. Si no te esfuerzas no consigues nada. Soy un tipo sin ilusiones por emprender. Tengo miedo de que la mecha se consuma antes de encender la vela.

No sé demasiadas cosas, los hombres fuertes y agresivos están hechos para follar y las mujeres jóvenes y bellas para ser folladas. ¿Dónde me sitúa eso? Me hace sentir triste saber que la actitud pasiva de la gran mayoría me impide ver el resplandor de los individuos.

domingo, 4 de septiembre de 2016

El pene sideral (2)

El pene sideral un día pasó cerca de La Tierra. Desde allá arriba advirtió decadencia, odio, muerte y destrucción. Él no entendió por qué. ¿Por qué habiendo tantas pollas con tantos coños alrededor nadie es capaz de ser feliz o ni siquiera de contentar a los otros? Y a pesar de la ignorancia, de las injusticias y de la macabra idea de que tantos agujeros vacíos en el mundo necesitan ser llenados, el solemne pene sideral sintió envidia del resto de vergas colgantes como péndulos del planeta. Él había llegado lejos, ya lo creo, más que ningún otro pene. Probablemente seguiría siendo así por el resto de la eternidad.

Él sabía de nuestra existencia como ente omnisciente, nos conoce como el mar conoce los granos de arena. El pene sideral había surcado las más impenetrables tinieblas del multiverso, pero su reflejo en un asteroide de hielo gigante fue lo más parecido a un dios que vio jamás. Se pregunta de qué manera la mayor parte de la humanidad pudo subyugarse ante un recopilatorio bien escogido de recuerdos escritos sobre un hombre que vivió casi dos mil años atrás, ante la creencia de que rezar y evitar ciertos placeres les otorgará la vida eterna. Hubo un tiempo en que el majestuoso pene sideral surfeaba por las olas de plasma líquido de la estrella Belatrix, en el hombro de Orión, desde allá divisó cantidad de estructuras no naturales que imitaban la posición de las otras tres estrellas que formaban el cinturón. Calculó la distancia entre la supergigante azul y La Tierra, doscientos cuarenta años luz. Vamos allá. Entonces contempló una civilización que se estaba pudriendo, en Alejandría estaban borrando todo rastro de una basta cantidad de conocimiento para una sociedad tan primitiva. Entre tantos escritos había uno de Eratóstenes, que doscientos años antes del nacimiento de Cristo ya había averiguado que nuestro planeta es redondo y que mide cuarenta mil kilómetros; o de Aristarco de Samos, que también por aquella época ya averiguó que vivíamos en un lugar redondo y que además giraba entorno al Sol como el resto de planetas visibles. Esos conocimientos fueron eliminados, y hoy, a los humanos sólo nos quedan diminutos pedacitos con los que reconstruir la historia con un poco de imaginación. Sabe bien el gran pene sideral que la verdadera iluminación nunca pasa por eclipsar a los demás.
Por las noches hago cualquier cosa para matar el tiempo, barro el suelo, dibujo, escribo, pinto y leo. Leo cualquier cosa, lo devoro todo, desde novelas de Bukowski y Burroughs hasta relatos semireligiosos de autores que nunca recuerdo pasando por Sacks, Kafka o Sagan y artículos antiguos de revistas científicas. También veo películas y la televisión en general, escucho música y ordeno mis CDs, cualquier cosa antes que pensar. Cocino, como, friego, cago y me lavo los dientes, cualquier cosa antes que pensar. Pensar no es malo, pero puede llegar a acercarte demasiado a la ansiedad si viene acompañado de congestión nasal e insomnio. En esos momentos en los que me revuelco entre las sábanas como un cerdo en la mugre o como un narcolépsico en su ataúd bajo la sepultura, esos momentos me hacen preguntarme quién soy y qué sentido tiene ir siempre un paso por detrás de la felicidad. Sí, ya lo creo, esos momentos que pueden llegar a alargarse durante minutos u horas me despojan de todo sentimiento salvo el de la pena, me envuelven en una gran interrogante blanca, qué sentido tiene. Entonces el infierno se hace palpable, tangible, tridimensional, y no hay nada ni nadie que pueda sacarme de él. Lo sé porque así lo siento en esos instantes, y no hay compañía que me aliene de la soledad o actividad que disuelva las malas ideas, a pesar de las pruebas y de las innegables evidencias de que la vida merece ser vivida en esos momentos empeñaría cualquier cosa por deshacerme de mí mismo. También daría cualquier cosa por sentir lo que los demás sienten, y que el amor que me gustaría sentir constantemente se mantuviera en el aire flotando en lugar de colarse por los huecos de la mosquitera y marcharse tal y como vino, me encantaría querer poder querer entusiasmarme aunque sólo fuera por entretenimiento, y emprender el camino previo al beso sin sentirme un autómata y sin sentir que hago perder el tiempo a los demás. Me encantaría sentirme débil y moldeable, capaz de esconder el rabo entre las piernas a cambio de una caricia humana.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Bueno, me mantendré trabajando un día más, una vez más limpiando el sarro de detrás de mis dientes con un alfiler y un espejo bucal, tratando de ser honesto conmigo mismo aunque no siempre pueda. Durante breves momentos me siento capaz de conseguir cualquier cosa y al poco dudo incluso de la veracidad que me impulsó hacia el deseo, de los motivos por los cuales reivindico las cosas. 

(Cojo el cigarrillo que descansa en el cenicero, lo llevo a la boca y lo prendo, doy una calada y vuelvo a posarlo. Cuando se apaga lo agarro de nuevo, lo devuelvo a mis labios y lo enciendo otra vez).

Me pregunto si tan siquiera merezco desearte, o debo, o puedo, o en función de qué parámetros puede llegar a ser molesto o tormentoso. También me pregunto si esto se resuelve comprando un libro nuevo, o dos, y si la soledad que siento es autoinflingida, o no.

(Regreso al cigarrillo y a las cenizas, antes de terminarlo ya estoy pensando en liar el siguiente. No me pregunto si me apetecerá, en mi mente todo está predispuesto y siempre es así con todo).

¿Traerá el día nuevas sorpresas que puedan alumbrar las que arrastra la noche? ¿Podré resistirme o empujarme a atravesar el cordón de terciopelo rojo que separa la obra de arte del resto de fragmentos de barro con forma humana que lo observan? Podría hacer grandes cosas.
¿Cuáles son los límites del dolor? ¿En qué lugar concreto del cuerpo se encuentra el amor? ¿Acaso es un engaño y nos enamoramos porque el resto también lo hace? ¿Es una cuestión social o evolutiva? 

Anoche escribí un bonito poema sobre el que me sentí avergonzado. No lo escribí como excusa para fumar y hacer tiempo hasta que amanezca, como hago esta noche, lo hice intentando cambiar mi destino. Demasiado autodestructivo y repetitivo, el día a día puede serlo, pero prefiero el tedio de la rutina a la indeseable sorpresa de la desesperanza. No estoy triste, pero en una carrera de fondo no siempre puedes estar al cien por cien.