Cesan los disparos y el silencio más afilado que jamás sentí se proclamó rey de la habitación. Llaman a la puerta, podrían ser buenas noticias, o no. Podría escuchar un poco más y flagelarme un poco menos, tal vez reciclar el odio y enforcar su fuerza hacia otros objetivos, no lo sé. Sabes, pienso que somos armas de destrucción y que somos propensos a dañarnos a nosotros mismos, que somos nuestros peores enemigos y que cuando no conseguimos enjaular a la bestia que tenemos dentro pagamos nuestros traumas con sufrimiento ajeno.
¿Por qué destrozamos nuestra belleza y la atamos de pies y manos?, ¿por qué dejamos de prestar atención a las cosas realmente importantes de la vida, de las que se disfruta por el mero hecho de hacerlo y que implican ser el medio y el fin?
Qué incómodo e inoportuno magnetismo que convierte mis miradas fugaces en vaivenes de sexo anormal e irracional.
magnífico
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