Esta mañana temprano, tomando el puto desayuno a toda prisa, miraba esa rebana de pan medio quemada, y mientras reparaba en mi miseria recordé que la noche anterior compartí mi lecho con una hermosa mujer que ahora descansaba cobijada en él.
Y a la vez que introducía el pan en mi boca mi piel se erizaba y mis pupilas se dilataron, recordando ese culo divino rebotando una y otra vez contra la parte inferior de mi vientre.
Con qué don me ha agraciado Dios, pensé, que me permite experimentar algunas de las sensaciones más hermosas de la creación a la vez que sufro.
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