¿Y si pienso demasiado en la muerte? ¿Y si me clavo un bolígrafo en el ojo? ¿Y si me rajo el vientre con un cuchillo? ¿Y si me hago daño y la vida me aburre y no encuentro consuelo? ¿Qué tanto importa si mi ojo no es mi ojo, mi vientre no es mío, ni siquiera mi cuerpo o mi vida me pertenecen? ¿Podría matar a alguien? ¿Podría provocar una desgracia? ¿Podría hacer algo después de arrepentirme?
El color de la sangre es un color hermoso, hay tantas cosas bellas en los detalles más miserables; en el llanto de un moribundo, en la soledad de un anciano, en la miseria de la pobreza. Yo no merezco redención y por eso no la busco, sin embargo a veces me siento en posición de otorgarla, perdonar a cambio de nada a quienes me hirieron. Al fin y al cabo Ícaro murió con su empresa y algunas fuentes indican que Prometeo fue finalmente liberado de su castigo, el de Sísifo aún continúa.
Cada instante precede al siguiente, un momento muere para que otro nazca con objeto de acabarse también. Y aunque cada segundo sea valioso me regocijo en su destrucción, como si fuese yo el artífice de un hecho tan nimio, como si controlase el tiempo sólo porque se mueve en la dirección a la que yo me dirijo, como si pudiera vanagloriarme de ello. Todas los sentimientos importantes parecen subrayados esta noche con fosforescencia que impregna las almas sin que se percaten; yo veo mi reflejo en la forma que envuelve todas las cosas, y para cuando deje de hacerlo me habré marchado.
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