sábado, 21 de marzo de 2015

Me odio a mí mismo y quiero morir.

La verdad se convierte en inseguridad matando de celos, a veces me encuentro bien y otras tumbado en el suelo mirando al cielo como si no hubiera techo y cuatro paredes mientras muero. Me encuentro bien, en mi propio ciclo de drenaje de todo lo malo y reciclaje de todo lo que utilizo y tal vez puedo volver a darle un uso. Soy barro en manos del escultor, yo soy dicho individuo, y cuando la batuta torna de posesión me doy un respiro y me dejo joder por el culo por alguna de las personas que quiero.

Odiar es un desperdicio de energía, pudiendo así amar al alma más valiosa; tú mismo. Por suerte, y con muchos muchos años de sufrimiento por delante puedo decir que mi paso por la vida es simplemente algo pasajero, y que como hombre de conocimiento la muerte también entra dentro de lo que quiero conocer, que lo es todo absolutamente. Durante un día cualquiera, espera... ¿qué es ese sonido?, el incesante goteo del tiempo que transcurre en una única dirección: aparentemente hacia un umbral vacío y extinto de luz.

Tal vez nací muy lejos, en tiempos remotos en los que aún no había guerras, tan sólo megaexplosiones en mitad del vacío de un universo todavía frío y muerto salvo por el contoneo que hoy da forma a todo lo que somos, escoria. Qué osado, qué estúpido pensar que algún dios creó el concepto de vida únicamente para hacernos jugar en su inmenso tablero, ¿tal vez con el fin de matar el aburrimiento?, y que además somos su especie predilecta como si no fuéramos extremadamente volátiles y prescindibles. Mi autodeterminación es más valiosa que dios, si éste no nos dio el libre albedrío ya puede quitarme la vida, que es lo único que tengo y a lo que doy menos importancia. Por ello y mucho más desearía morir de la manera más sádica posible, lenta y dolorosa como la existencia.

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