martes, 8 de abril de 2014

Pactar con el diablo.

Mientras trataba de aprender ese solo mágico se coló alguien entre los barrotes de mi ventana, primero apoyando sus finas y oscuras patas sobre el alféizar y a continuación asomando la cabeza entre el hueco entreabierto. Lucía un pico desproporcionado con el resto de su cuerpo, estaba cubierto de plumas negras casi transparentes, más bien diría que la luz no se reflejaba sobre ellas. Llevaba unos mocasines color caoba y con manchas de lodo, un sombrero de copa azabache y una cazadora que no sabría definir, tal vez entre la elegancia y lo macabro. Cantaba Blues, y de su espalda sacó un estuche azul con una pequeña guitarra tapizada en cuero en su interior. 

— ¿Qué haces aquí?, ¿qué quieres de mí?

— Has sido tú quien me ha encontrado —Dijo, y comenzó a afinar sus seis cuerdas.

— Yo no quiero nada de ti.

— Oh, te equivocas, quieres todo lo que te puedo dar —Bajó la cabeza sin dejarse ver la mirada y sonrió levemente—, yo poseo todo lo que quieres.

— Todo lo que tú me das me pudre al final del día, y a la mañana siguiente sufro aún más las consecuencias —Debido a mis palabras su sonrisa se convirtió de pronto en el paradigma del abatimiento—. Lo siento, no quería decir eso...

— Sí, sí querías —Dijo aún cabizbajo—. Pero recuerda ésto, aquello que ansías por tus propios medios jamás lo tendrás en la medida que necesitas —Culminó. Fue su profecía.

— Así es, pero si tú me lo das lo harás en medidas tan desproporcionadas que me quemarán por dentro, como ya ocurrió. —Su rostro, que ahora era visible, pues dejaba verse para que yo notara su desazón, también resaltaba entusiasmo e incluso júbilo—. Más sabe el diablo por viejo que por diablo —Y se marcho por donde vino confundiéndose con el viento.

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