martes, 29 de marzo de 2016

Desde París con amor.

No hay nada malo en mi interior. No hay una necesidad, no hay un impulso que me haga saltar de la cama por las mañanas para cometer el mal, y aunque así fuera no sería yo el culpable de tan abominable sentimiento, sino todas aquellas experiencias que me labraron tal y como soy y las personas que intervinieron en ellas. Tal vez también haya que tener en cuenta la genética. En fin, nadie es culpable de nada. Si existe un culpable verdadero podríamos llamarlo dios, o providencia, o el hijoputa que pulsó el botón de la creación.

Ella, que es la única persona sobre la tierra que me ama incondicionalmente, me pregunta qué puede hacer para ayudarme, qué necesito; yo le respondo que el mundo es un lugar tenebroso, que tal vez esté tornando a la locura o mi lucidez haya alcanzado un nivel tan alto que me permite ver cosas que los demás ignoran... En cualquier caso soy un desgraciado, mi destino es ser un desgraciado. Pero no importa, yo acepto mi rol, no hay discordia con respecto a eso, lo acepto como el devoto que acepta su penitencia, pero a diferencia de ellos yo lo asumo y lo disfruto, para mí no es un pago anticipado a cambio de un favor divino, no es un mal trago.

Puede que se me esté yendo la olla.

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