viernes, 17 de noviembre de 2017

Las palomas ya se han despertado en las avenidas por el ruido del tráfico y los borrachos. Son las cinco y media de la mañana y acabo de regresar a mi ciudad. Hay cierta repugnancia que se hace notar en los cruces de miradas fortuitas con embriagados individuos que surcan las calles camino a sus madrigueras.

Yo voy a mi rollo, sólo soy algo más sobre el asfalto. Aparecen más personas, más coches, más palomas. 

Llego a la puerta de casa e inserto la llave en la cerradura, y es entonces cuando me doy cuenta de lo importante que es para mí este diminuto lugar del planeta, y doy gracias por haber crecido en él, lejos de las enormes multitudes y la locura de las grandes ciudades. Aquí me siento bien siempre.

La sensación ya se desvanece mientras escribo esto, pero aún consigo guardar un poquito adentro.