jueves, 25 de agosto de 2022

En la vida la capitulación de una idea es una victoria, aceptar cambios permanentes y asumir la culpa total de tu miseria y tristeza, es algo que se ha de lograr con sorprendente frecuencia. De no ser así, el mundo entero te devorará de un bocado o a pequeños mordiscos, y tu voluntad y tu alma se verán mermadas porque no serán capaces de comprender el error que cometieron.

La muerte es la última de las capitulaciones, a veces es tomada por el cuerpo y otras por la propia consciencia, pero siempre es inevitable. La muerte es la aceptación completa del cambio, y por lo tanto también de la naturaleza de este Universo. Morir es eximirse de todos los pecados y regocijarse en el descanso, sin duda la redención suprema para todo ser viviente. Esto demuestra como cierto lo que muchas tradiciones han promulgado por milenios, Dios es exigente y obcecado, pero también benevolente. Dios siempre ofrece el descanso, otorga el perdón incluso al peor de sus enemigos.

Al fin y al cabo, se podría pensar, la vida sólo es tortuosa cuando se experimenta.


Khuarangbin - Mordechai (Full Album)

lunes, 22 de agosto de 2022

Vazío

Recuerdo el calor, el calor era normal. Recuerdo los ataques, los ataques eran normales. Recuerdo la desidia, el miedo a un futuro muy próximo, sin oportunidad de ser feliz, que me seguía de cerca como mi propia sombra aguardando a que El Sol alcance su cénit. Poco antes de mudarme había comenzado a experimentar algo nuevo, un vacío, una calma y pacífica redención disfrazada de arrogancia que me hacía padecer el más tortuoso y sosegado de los limbos. Cuando ese hueco se plantaba en mi pecho me tumbaba en el suelo, pues era la única manera de mantener una temperatura agradable, y observaba el techo sin saber muy bien por qué. Cobraba una prestación por desempleo y no sabía si sería capaz de volver a trabajar en nada alguna vez, tampoco sabía muy bien por qué.

Plasmado en aquel techo como un lienzo en ocasiones podía apenas vislumbrar a través de mis párpados, ensoñecido pero aún en vigilia, un agujero en el aire que absorbía una oscura y sucia materia mucosa que se filtraba por mi pecho. Esto es bueno, pensaba yo, y cada vez que me agarraba un ataque y tenía calor me tumbaba en el frío suelo y mientras me enfriaba el agujero cósmico hacía su trabajo. Siempre cuando mis ojos estaban cerrados, siempre cuando no estaba del todo seguro de lo que estaba ocurriendo. Algunas veces me daba miedo abrirlos, otras sencillamente cuestiono que fuese físicamente capaz. ¿De qué absurdo terror está plagado ese lugar que se alimentaba de toda mi ansiedad?

Vivía en un barrio de mierda construido a base de callejones, gatos, orines, basura y personas de muy diversas etnias gritando y ejerciendo su violencia la unas con las otras. Bloques de pisos altos y juntos, gente que se droga, gente que engendra y cría hijos, gente que vuelve del trabajo, gente que nunca va o vuelve del trabajo porque vende droga. Todas las noches podía escuchar alguna voz en la lejanía sollozando y esgrimiendo desesperados aullidos de locura, de vez en cuando esto ocurría bajo la ventana de mi cocina, los pobres son siempre los primeros en perder la cabeza. Sin embargo, la soledad que alcancé procuró ser por momentos reveladora, y esa frase: «la ansiedad es la llave que abre las puertas que impiden ver la verdad», aparecía y se iba de mi mente como el vacío aparecía y se iba mi pecho.

Yo era pequeño y el mundo era enorme, la vida se reía de mí y me prometía las peores calamidades, pero como aún no podía morir incluso La Muerte de vez en cuando se aburría de tanto acecharme y se fumaba un cigarro conmigo. La Muerte no se preocupa por la toxicidad del tabaco porque no tiene pulmones, tampoco tiene alma por lo que siempre sufre de melancolía. A veces estaba totalmente seguro de que iba a matarme a mí mismo en poco tiempo, esa era la peor de las sensaciones que traía consigo el vacío, la absoluta certeza de una muerte temprana.

Contar ideas suicidas nunca viene demasiado bien, si tienes idea de suicidarte y hablas sobre ello se plantean dos escenarios: en el primero finalmente no te quitas la vida y quedas como un idiota por haber andado por ahí asustando a la gente en busca de un poco de atención, en el segundo realmente optas por el suicidio y las personas pueden llegar a evitar tu cometido. El suicida no planea, ni habla, ni piensa; el suicida se mueve, decide, actúa. Deliberaba en todo aquello mientras yacía casi inerte sobre el suelo, de por sí reflexionar tan metódicamente en la muerte puede considerarse un pensamiento suicida, y me sentí muy orgulloso de él, aunque éste a su vez restara veracidad a la hipótesis de mi futura muerte según mi anterior análisis. La idea del suicidio nunca representó para mí una alternativa fiable, ni siquiera digna de considerar, la cuerda nunca había estado tan tensa pero sabía que mi obsesión por mi propia muerte no podía ser circunstancial. Algo había en mi cabeza venía mal de fábrica, por lo tanto, si de alguna manera tenía que librarme de mi peor enemigo entonces tendría que deshacerme de mí mismo, por el momento esa alternativa contaba como la opción B. ¿Cuántos días desde que nací? ¿Cuántos días hasta que muriera? Si existe certeza de que algún estímulo sea verdadero yo no la conozco, sólo conozco mi propia conciencia.

Y mientras tanto mis amigos me llamaban, mis padres me llamaban y yo nunca cogía el teléfono, no quería salpicar a todo el mundo con mi mierda, no quería tener que explicar a la gente lo que se siente estando en mi cabeza. Si le dices a alguien que tienes cáncer entiende lo que implica aunque ni siquiera sepa realmente qué es el cáncer, una palabra basta para ahorrar diez minutos de conversación en los que tienes que explicar a tu espectador, en base a conceptos difusos y desconocidos para éste, todo lo que implica un trastorno mental.

Como ya he dicho el suicidio nunca me pareció la más conveniente de las soluciones frente al dolor y sufrimiento inherentes a la extraordinaria experiencia de la existencia humana, pero temía que llegado un momento de extremo pánico y ansiedad optara por la opción más cobarde.

Tal vez podría sufrir una sobredosis, o una caída desde la azotea, o un accidente de tráfico, o padecer un episodio de desangramiento espontáneo a través de las arterias de mis brazos. Debido a ese miedo, y sólo por prevención, escribí una sencilla y breve carta de despedida a mis seres queridos junto con una lista de últimas voluntades.


LO SIENTO


Siento desde lo más profundo de mi ser un fulgurante sentimiento de vergüenza y de condena porque sé el irreparable daño que mi decisión ha de impartir a mis más seres queridos, pero aún más me quema el sentimiento de saber que jamás seré capaz de adaptarme a este mundo loco. Ya no me quedan fuerzas, por algún motivo este ha de ser mi destino, y no me cabe la menor duda de que todos aprenderemos de esta horrible experiencia. Hay muchas otras vidas que vivir, más de las que ya hemos vivido, y cada alma debe de explorar su propio camino.

A todas las personas a las que alguna vez hice daño, amé o me amaron: pido de rodillas la más humilde de las disculpas, sé que no merezco perdón, pero tampoco vuestro odio. Sin embargo espero algún día encontrar redención por la siniestra pena que os he procurado para el resto de vuestras vidas, pero no temáis a la muerte como yo lo hago, pues la responsabilidad de ésta no recae sobre los hombros de ningún mortal, y no temáis tampoco al olvido, porque siempre estaremos juntos aunque lejos.


Os amo.


Dos meses más tarde de escribirla finalmente me pareció oportuno usarla. Tomé tantos ansiolíticos y sedantes como pude, así como whisky, y me tumbé en mi cama bebiendo alcohol a lapsos breves. Mantuve el cuerpo en posición completamente horizontal y la cabeza apuntando al techo, ya que de ese modo incrementaba las posibilidades de muerte por ahogamiento si vomitaba encontrándome inconsciente. Lo siguiente que recuerdo es despertar en una cama de hospital en un estado físico extremadamente débil, vacío de todo salvo de cansancio, también había gente que no pude reconocer a mi alrededor, un aura lúgubre flotaba sobre las cabezas de todos ellos. Me pareció que nadie se percató de mi desvelo y volví a caer en el sueño. El cuerpo humano es muy resistente en cierto sentido, es fácil lesionarlo, estropearlo parcialmente, pero en cuanto a suicidio se refiere, o te pegas un tiro o te tiras desde un noveno, de cualquier otra manera siempre es un asunto bastante tricky.

Esta noche se cumplen dos años desde aquella noche, y puedo jurar con la mano sobre el fuego que me alegro de haber fallado.


Robohands - Violet (Full Album)

sábado, 6 de agosto de 2022

Lo que no quieres pensar

Dos y media de la tarde, pleno verano en La Apestosa Costa del Sol, cuarenta y cincos grados, el aire es derretido por el asfalto que roza creando una distorsión en la luz, haciendo parecer que la carretera se deforma. En sus respectivos ataúdes metálicos motorizados se cuece una turba de humanos que han perdido el alma (que no saben donde encontrarla), todos aguardando sudorosos en una cola de dos kilómetros en el acceso a la ciudad sin dios. Marco "El Loco", apodado así por todas las locuras estrafalarias que había cometido en su infancia y adolescencia, es un trozo de carne más cocinándose a fuego lento. Justamente aquel día diez años atrás, aunque él no lo recordaba, había secuestrado al bueno de Paco "El Pestoso" AKA Paquito "Pestes", el pobre acabó por cagarse y mearse encima porque lo mantuvo atado y amordazado a una silla durante dos días. Marco había aprovechado que su madre le había dejado solo en casa durante un fin de semana porque se iba de visita a ver a una amiga. Nunca más volvió. En cuanto a su padre ni siquiera le conoció, lo único que le recordaba a él era la horrible cicatriz que dejó en el rostro de su madre una vez que éste la atacó con un trozo de cristal afilado. La marca era como un cañón que separaba violentamente la tierra de su carne en dos. Marco El Loco no podía mirar la cara de su madre (o recordarla) sin cabrearse. Cabrearse bien, cabrearse del rollo te entran ganas de vomitar y destruir el primer cuerpo dotado con el don de la vida que se cruce en tu camino.


De vuelta a esta asquerosa ciudad, pensaba Marco, aunque hacía un año que se había mudado a otra, seguía asistiendo al psiquiatra que mientras vivía en la ciudad sin dios se le había asignado, después de tanto tiempo con el mismo cambiar no tendría mucho sentido, aunque tuviera que trasladarse de una ciudad a otra para cada cita. Tampoco importaba, la cosa estaba fatal porque todo el mundo andaba mal de la cabeza después del covid, así que todo el servicio de salud mental se encontraba realmente colapsado y las citas eran cortos encuentros de cuarenta y cinco minutos que se producían cada tres o cuatro meses. Una vez más tampoco importaba, Marco tenía que ir para que al menos se le hiciera un seguimiento de la medicación que tomaba, le habían convertido en un adicto, tenía que renovar su demanda de droga. La necesitaba para saciar su dependencia y para no matarse. La escasa terapia no le había curado, tampoco los psicotrópicos ni los antidepresivos, tan sólo el tiempo y la tranquilidad podían hacerlo.


Su psiquiatra era una mujer cabal, alta, media edad, profesional y agradable. Era argentina y se llamaba Solange. En cada visita la cosa se retrasaba y entraba más tarde de la hora acordada porque el personal estaba realmente saturado, mejor para Marco, así perdía más tiempo de trabajo. Aunque normalmente le agradaban las conversaciones durante la terapia, en los últimos encuentros se había encontrado desanimado por los consejos y opiniones de su terapeuta, la órbita de la charla formaba una elipse alrededor de sus pensamientos obsesivos relacionados con el suicidio y el uso abusivo de drogas. Marco ya casi no consumía drogas que no le fueran recetadas, el alcohol le aburría, las pastillas habían perdido toda su gracia después de tanto tiempo tomándolas, la marihuana aún de vez en cuando le daba paranoia, la cocaína y demás mierdas estaban bien para un rato, pero también le aburrían, eran caras, destructivas y provocaban adicción. Ya tenía suficientes adicciones.


La doctora le recordaba una y otra vez que tenía muchas razones para seguir vivo, él lo sabía sin lugar a dudas, pero la sensación constante de su propia rendición ante la vida era lo que más le atormentaba. No era un pensamiento consciente, llegaba a su cabeza y se quedaba allí adentro por unas horas, luego desaparecía, luego volvía. La mitad de su tiempo lo pasaba creyendo, sin un ápice de duda, en la absoluta certeza de que algún día se quitaría la vida. Se acostumbró tanto a ese sentimiento que simplemente lo aceptaba a regañadientes, lo toleraba como cualquier otra manera de morir, tal vez a él le llegaría la hora un poco antes de lo esperado, ¿importaba acaso? A veces le hacía sentir especial, saber que algún día él decidiría dónde, cuándo y cómo. Mierda, la mayoría de la gente no toma verdaderas elecciones, él podría llegar a hacerlo.


Los escasos cuarenta minutos de terapia se acabaron rápidamente, Solange le despidió con una sonrisa o lo que parecía ser una sonrisa detrás de su mascarilla. La gente ya no sonreía con la boca, sino con los ojos, había que reaprender el lenguaje facial de las personas. Marco salió de allí, arrancó el coche, subió la colina en busca de un lugar tranquilo para tomar café, siempre lo hacía después de la terapia. Aparcó cerca de un lugar que divisó mientras conducía, de camino al bar dió un rodeo para pasear, probablemente sus pasos inconscientes le llevaron de cabeza a una plaza en la que sólo había estado una vez en aquella ciudad sin dios. Era una bonita explanada peatonal con una fuente en el centro, había varios restaurantes, en uno de ellos hacía meses había almorzado con una chica mexicana que conoció en Tinder. Pasaron una tarde maravillosa entre besos y caricias, fue el primer y último día que se vieron, pues la chica, Scarlett, estaba de vacaciones en España y se marchaba al día siguiente.


—Tanto amor que dar y tan poco tiempo. —Decía Marco, con una erección monstruosa.


—Seguro que el tiempo nos dará otra oportunidad, mi amor. —Respondía ella con cariño apretando su cuerpo con el de Marco.


Sólo el tiempo podría saberlo, ahora se encontraban a varios miles de kilómetros el uno del otro. Marco no pudo evitar sonreír y enviarle una foto del lugar, ella contestó inmediatamente con un icono de un corazón rojo. ¿Qué hora será ahora en México? Ay, su linda tlaxcalteca de la que había olvidado el rostro, pero no sus tetas ni su corazón. Entonces Marco levantó la mirada, pudo ver claramente a dos jóvenes comiendo juntos en la misma mesa del mismo restaurante que un día aquella bonita pareja ocupó. Los estaba viendo, estaban allí, eran él y Scarlett, aunque sabía que no podía ser cierto, decidió que fuese real. Analizó sosegadamente y desde la distancia, aunque de los dos rostros sólo pudo ver el suyo, pues Scarlett estaba de espaldas según su perspectiva. Una fina y soluble nube se interpuso entre El Sol y la ciudad sin dios, haciendo que la luz ambiente tomara tonos más oscuros, cuando la nube se separó siguiendo su camino dejó a su paso un rastro de mortecinos reflejos verdosos que pronto lo inundaron todo. Esa alucinación en concreto le gustaba mucho a Marco, el verde era un color que le relajaba, movió de nuevo su vista y los jóvenes habían desaparecido, el restaurante ni siquiera estaba abierto. Pero todo seguía verde, cada vez más verde, curiosamente la vegetación había perdido sensiblemente parte de su coloración y prácticamente sólo reflejaba tonos sepia.


Un viejo se paró a su lado, durante esas horas debido al calor no había nadie por las calles, eso le gustaba a Marco, pero la gente le disgustaba, el viejo le disgustaba.


—¿Un día duro, muchacho? —Preguntó el carcamal aburrido y arrugado, mientras se sentaba a su lado y apoyaba su peso en su bastón.


—No más que cualquier otro. —Respondió Marco sin mirar a la cara al tipo mientras todavía alucinaba.


—Ah, ya lo creo.


Mierda, pensaba Marco, tengo que conducir treinta kilómetros de camino al curro y no sé diferenciar "lo que es real" de "lo que no es real". Un día de estos me mato por accidente en lugar de por voluntad propia.


—Bueno, tenga usted un buen día, caballero. —Dijo Marco en voz muy alta. —Mi descanso ha terminado.


—Que te vaya bien, hijo.


Marco tomó su café y no le fue ni bien ni mal.


Ryo Kawasaki - Juice (Full Album)