viernes, 31 de marzo de 2023

Depressive chatGPT

—¿Por qué se obceca todo el mundo en convencerme de que no me suicide?

—Porque la gente que te quiere no desea que te quites la vida.

—Ah, entonces mi sufrimiento no importa, tengo que seguir sufriendo indefinidamente sólo para ahorrar dolor a la gente que me quiere. ¿Y qué hay de mi dolor?, ¿se ha parado a pensar la gente que me quiere que tal vez tengo derecho a elegir sobre mi destino?

—Pero Manuel, tú idealizas el suicidio como una manera de acabar con tu tormento.

—Es que eso es precisamente lo único que ambiciono, acabar con él.

—Pero, ¿y si hubiera otras maneras de lograrlo?

—Entonces pecaré de impaciente.

—Esa es una actitud muy egoísta e ignorante.

—¿Por qué?

—Porque no piensas en las repercusiones que generarás a terceros.

—Esos terceros son los egoístas que sólo se preocupan por su propio bienestar cuando me exigen y me hacen prometer que no voy a matarme. Yo pienso que cualquiera tiene derecho a la autodeterminación y a la ignorancia por encima de todo. Si actúo con ignorancia es lícito que las personas de mi alrededor intenten convencerme de que estoy obrando mal, pero no tienen ningún derecho a chantajearme emocionalmente de esa manera. ¿Se supone que tengo que extender esta agonía para que los demás no sufran? Yo ya estoy sufriendo más de lo que jamás podré expresar, sencillamente más dolor no tiene sentido.

—Creo que no estás pensando con claridad.

—Obvio.

—Tal vez deberíamos cambiar la medicación.

—¿Eso es todo lo que la psiquiatría puede hacer por mí? Más pastillas. Ya soy un puto adicto, ¿entiende? Si no tomo mi dosis me duelen los músculos y las articulaciones, padezco migrañas muy jodidas y me convierto en un gilipollas.

—Claro, es el síndrome de abstinencia.

—Es decir, que el sistema sanitario y las farmacéuticas no invierten en terapias alternativas o medicamentos naturales porque eso no les renta. Lógico, si hay empresas que hacen dinero curando enfermedades, ¿a fin de cuentas por qué iban de verdad a querer curar a nadie?, perderían a todos sus clientes. Es muchísimo mejor generar adictos a sustancias que sólo sirven para mantenerte en un frágil equilibrio. Le diré algo, llevo años viviendo con una dependencia bestial a las pastillas, y usted, aunque me parece una gran profesional, sólo hace darme más y más ansiolíticos, más y más antidepresivos, hasta el punto que mi dosis diaria actual haría desmayarse a cualquiera que no esté acostumbrado a dichas sustancias.

—Bueno, Manuel, el mundo es como es y está claro que el sistema está equivocado en muchas cosas, pero centrándote en eso nunca te recuperarás.

—Pero tomando pastillas sí.

—No necesariamente, la voluntad del paciente es lo único indispensable.

—Mire, al principio toleré tomar pastillas porque me di cuenta de que era la única manera de mantenerme con vida, ahora ya ni siquiera me importa si vivo o muero y la medicación no me hace ni cosquillas, pero usted ya no puede recetarme nada más porque no sé, creo que lo siguiente que nos queda por probar es la morfina o el opio.

—Sí, sería muy peligroso suministrarte otro tipo de medicación más fuerte.

—Me voy a morir, doctora.

—No conviertas en palabras tan duras esa clase de pensamientos, no utilices el poder de la semántica en tu contra.

—Si aún no me he matado es por miedo, ¿sabe? Le juro que le tengo el mismo apego a la vida que a viajar en avión, puede ser divertido si se enfoca desde la perspectiva idónea, pero me da igual si no lo experimento de nuevo. Mi preocupación es lo que viene después, ya sabe que soy espiritual, según mi modo de ver la existencia suicidarme únicamente serviría para volver a nacer y enfrentar retos similares una y otra vez hasta que los supere.

—Entonces tú mismo estás admitiendo que el suicidio es el camino fácil, y siempre dices que no te gusta el camino fácil.

—Una vez Shiva se apareció a uno de los hombres santos más ascetas de La India, el cual permanecía en postura de flor de loto mientras meditaba bajo un árbol inmenso. Entonces el dios se acercó a él y le dijo que si quería encontrar la salvación de su alma tendría que vivir tantas vidas en el ascetismo más absoluto como hojas tiene el árbol bajo el que meditaba. De pronto el sabio se levantó y empezó a dar saltos de alegría llorando de felicidad, porque la eternidad no es nada comparada con un millón de vidas.

—¿Qué quieres decir con esa historia?

—Que el tiempo y la energía que he gastado en esta vida no son más que un grano de arena, y que ni la vida ni la muerte son tan relevantes.

—¿Crees que esa filosofía del desapego te hace bien?

—¿En qué sentido?

—En un sentido mental y anímico.

—Pues no, es un shock muy poderoso.

—¿Entonces por qué te empeñas en seguir con esa actitud?

—Porque tengo que comprender los misterios de la existencia.

—¿Por qué?

—No lo sé. Siempre fue así.

—¿Qué otras cosas han sido siempre así?

—Desde pequeño he tenido pensamientos intrusivos y comportamientos obsesivos. Cuando tenía nueve o diez años ya tenía pensamientos relacionados con el suicidio.

—No me lo habías comentado. ¿Lo has recordado recientemente?

—No, nunca lo olvidé pero tampoco lo he pensado demasiado en los último quince años. Recuerdo estar tumbado en el sofá con mi madre viendo la televisión antes de ir a dormir. Todas las noches yo me asomaba por el balcón de casa y me preguntaba qué era lo que me impulsaba a sentir esa necesidad de saltar. Sigo sin saber el motivo, pero sé que esa sensación nunca se fue, simplemente permaneció callada.

—¿Le has contado alguna vez esto a alguien?

—Obvio que no.

—¿Por qué?

—Casi no se lo cuento a usted por miedo a que me encierre en un psiquiátrico. ¿Cómo quiere que le diga algo así a la gente que está cerca de mí? La mayoría ni siquiera sabe que estoy al borde de la muerte. Además, estoy harto de generar lástima y misericordia a mi alrededor, y la gente también está harta. No les culpo por otro lado.

—¿Sientes que la gente te rechaza por tu estado actual?

—No, la gente a la que amo y que sabe de mi estado han hecho todo lo que han podido por soportarme, estoy seguro. Tan seguro como que, al igual que yo, ellos también tienen un límite que yo he alcanzado en ocasiones. Las personas se cansan de tragar mierda ajena, eso es todo, es comprensible.

—Manuel, me temo que nos estamos quedando sin tiempo.

—Está bien, Solagne, está bien. Muchísimas gracias por todo y nos vemos dentro de tres meses.

—La próxima cita es dentro de dos meses y medio.

—Tanto da. Hasta luego.

—Adiós, Manuel.


Jack DeJohnette's Directions ‎– Cosmic Chicken (Full Album)

La mamada más cara de la historia

Había conseguido, no sé muy bien cómo, una beca de estudios para seguir con mi educación musical, me habían admitido en uno de los conservatorios superiores más importantes del país, por lo que me mudé cuánto antes de ciudad. A mí ya ni siquiera me gustaba tocar, llevaba estudiando clarinete desde que tenía memoria, era bueno, realmente bueno, uno de los mejores de mi edad en competición; pero ya no sentía pasión si es que algún día la experimenté, no recordaba si alguna vez fui yo quien tomó la decisión de empezar a tocar. Seguramente fue idea de mis padres, pero a esas alturas y con un futuro tan prometedor no podía dejarlo, demasiado tiempo y dinero invertido además de que no sabía hacer otra cosa de manera decente. Prefería ser escritor, implicaba menos líos, me gustaba escribir, pero mis poemas eran malos; sin embargo mis interpretaciones instrumentales eran pura gloria bendita.

Encontré alquiler en un piso en una residencia de estudiantes, la mayoría éramos músicos o artistas, las facultades de bellas artes, artes escénicas y arquitectura, así como el conservatorio superior de música, se encontraban en el mismo campus. Compartía apartamento con tres personas, dos de ellos chavales de los cuales uno se pasaba el día fumando porros y trabajando en sus proyectos y el otro no se dejaba ver el pelo casi nunca, a veces transcurrían semanas sin que me cruzara con él. El tercer inquilino era una chica de ascendencia china, sus padres habían emigrado para montar un restaurante y su hija había nacido aquí, por lo que en un sentido cultural e idiosincrásico no difería de ningún otro español, de hecho su nombre no era chino y hablaba con acento de Granada. Se llamaba Helena y sus modales llegaban a ser en ocasiones absurdamente hilarantes, podían transcurrir días sin que interpretara una de sus actuaciones, pero cuando empezaba sabías que iba a ser bueno, y todo el mundo conocía a Helena por esa razón.

Poco después del primer mes desde mi llegada, Helena y el otro compañero porrero invitaron a unas cuantas personas de su facultad a nuestro piso, escuchaban reguetón, bebían alcohol y se restregaban los unos con los otros. Nada de eso me interesaba, un montón de desconocidos interactuando entre sí con intención de interactuar también conmigo, definitivamente no era mi rollo, pero antes de decidir emprender mi sigilosa huida vi a una chica que sacaba cocaína de una bolsita de plástico y aquello sí que me interesó. Justo entonces, cuando me aproximaba a la coca, Helena derramó a propósito la copa de uno de los chicos sobre la entrepierna de este, ella empezó a poner papeles encima de su pantalón.


—¡El pequeño bebé se ha hecho pipí! Ah, déjame que te seque, bebé, tú no puedes hacerlo solo. —Decía presionando un montón de servilletas contra sus testículos y sonriendo casi enfermiza. —¡La estoy notando! ¡La estoy notando! Oh, boy, ¡es diminuta! ¡Tiene la polla diminuta!


Todo el mundo pudo verlo, algunos se tiraban por el suelo de la risa, otros permanecían atónitos con los rostros macerados en incredulidad; yo era de los que se reían. Helena también reía a carcajadas y hasta que el pobre muchacho no se zafó ella prosiguió con su trabajo de secado, incluyendo movimientos casi sexuales. Olvidé por completo la coca, Helena lo había vuelto a hacer, había vuelto a convertir la anodina vida de un pobre mortal en un infierno, al menos durante unos minutos. Siempre que no fueses víctima de su perturbada psique podías sentarte a comer palomitas y disfrutar del espectáculo, era como ver a una bestia desfigurar con sus garras a un hombre en la arena del coliseo. Helena era algo así como un cruce entre bruja y maestra de ceremonias que tenía poder sobre la opinión de los demás.

Cabría deducir que su principal motivación era ridiculizar a la gente para sentirse superior o simplemente para llamar la atención de quienes hubiere a su alrededor, pero no era cierto, ella disfrutaba haciendo sufrir a los demás, tan sencillo como eso. Por lo tanto, alguien como yo que vivió en la misma casa que ella, pudo ser espectador de muchos de sus insólitos shows. Sólo una vez Helena me puso en su punto de mira, era de noche, yo acababa de despertar y cuando salí de mi habitación y entré en el salón allí estaba Helena con un tío.


—Holi, Vi. Este es mi novio, Roberto. —Dijo mientras señalaba al tipo sentado junto a ella. —¿A que está muy bueno?

—Joder, sí.


Tras conversar banalidades y fingir durante unos treinta segundos que Roberto o Helena, o cualquier otra cosa que sucediera en esa habitación, me importaba, emprendí mi clásica y discreta maniobra de fuga hacia mi dormitorio, luego hacia mi cama para terminar sumergiéndome en mi densa decadencia de artista.

Después de unas horas, y en plena madrugada, unos golpes contra la puerta de mi habitación me desvelaron, como no di contestación se sucedió otra serie de golpes.


—¿Qué? —Solté al aire con el tono más afilado que pude interpretar.

—Vi, ¿estás despierto? —Dijo la voz de Helena.

—¿Cómo crees que estoy hablando?

—¿Puedo pasar? Me encuentro mal.

La puerta se abría poco a poco.

—Helena, tía, no me jodas y vete. No tengo el día.

—Siempre dices eso, hazme un calendario para saber cuando no estés medio loco. La puerta continuaba abriéndose y luz del pasillo hizo que en la habitación la oscuridad tornara a penumbra, noté pasos aproximándose acompañados de unas risitas muy agudas que armonizaban hermosamente con el timbre atonal del chirrido de las bisagras.

—He dejado a Roberto. —Se sentó sobre mi cama muy cerca de mí. —No puedo estar con un hombre que me hace sufrir. —Y su cuerpo se desplomó sobre el mío mientras sollozaba.


Me incorporé un poco y acaricié su cabeza, Helena no me importaba, pero sin duda daría mejores resultados fingir clemencia que simplemente ser desagradable. De alguna manera sus lamentos se convirtieron en gemidos, y su boca, empezó a buscar mi pene, aunque separada por una sábana y mis calzoncillos. Se acomodó junto a mí, acercó su sus labios a mis labios e introdujo su mano bajo mi ropa. 

¡PREMIO! Grité yo.

Empezó por masturbarme mientras me besaba la boca y me lamía el cuello, al mismo tiempo palpaba mi piel con la mano que le quedaba libre. Se movía con una lujuria animal, se restregaba, yo me restregaba, ambos nos pusimos muy cachondos de la nada, similar a si nos encendieran como una cerilla. Entonces se me ocurrió la diabólica idea de que todo aquello formase parte de uno de sus numeritos, tal vez cuando estuviera a punto de correrme ella empezaría a orinar encima de mi cuerpo, no porque le vaya ese rollo, sino una vez más por el sencillo deleite de la tortura. Sabía que algo olía mal, pero a mí no me importaba, ¿cuántas más oportunidades de practicar sexo guarro con una mujer asiática iba a tener a lo largo del resto de mi vida? Una Helenada (así llamábamos a sus brotes) merecía totalmente la pena, además estaba buenísima, de algún modo siempre sentí desprecio hacia ella pero su atractivo era innegable; en cierto modo su actitud excéntrica y malévola también me atraían. Su rostro joven lucía con presuntuosidad los relucientes y exóticos rasgos propios de su raza, su cuerpo estaba delicadamente esculpido en sus formas y tenía un estilo vibrante y llamativo en su estilo de vestir y su manera de mirar. Su arte sin embargo me resultaba insulso y su personalidad, aunque divertida y sorprendente, no me interesaba. Tampoco la conocía realmente, pero había un motivo por el que no lo había intentado. Mi reino por un polvo, es la vida que se abre camino tratando de que nos fecundemos unos a otros, somos meros esclavos de la dictadura evolutiva.

Me desnudó por completo mientras seguía masturbándome y empapándome en su saliva, ella sólo se había quitado los zapatos y los calcetines, hizo especial hincapié en que yo tampoco conservara los míos. Cuando estuvo preparada bajó su cabeza e inclinó su cuerpo colocándolo en posición, yo tenía la polla candente y pétrea y esperaba con infinita impaciencia la inminente felación. Dios, imaginar el disfrute resultaba casi tan gozoso como experimentarlo realmente, ya podía imaginarme alimentando mi ego estúpido de machirulo cuando contase a la mayor cantidad de personas posible que me lo hice con una china con mamada de primera calidad incluida, cómo me la follé salvajemente como un animal y la domé por completo como un jinete mongol a su poni.

Por desgracia nada más lejos de la realidad, ella era muy bella, en cuanto posó la punta de mi pene en sus labios yo introduje toda la cosa de golpe y comencé a fornicar su boca de manera frenética, lo cual le encantó. Todo fue bien los primeros dos minutos, a continuación fue Helena la que tomó el mando y comenzó con su técnica feladora. La experiencia que debía ser gozosa se tornó en desagradable y dolorosa, estrujaba mi pito con violencia como si fuese un tubo de pasta de dientes con el que hubiese discutido, introdujo toda la carne a lo largo de su garganta, y sus dientes, que rozaban mis testículos y el resto de carne circundante al pene, en ocasiones se hincaban en mi piel provocándome dolor y agobio. Al final me corrí, claro, tardé casi 15 minutos y la pobre tenía que tomar breves descansos cada vez con más asiduidad porque le dolía la mandíbula, en dichas pausas provechaba para besarme y masturbarme con la mano. Al final estaba tan cansada que incluso se molestó.


—¿Por qué no te corres de una vez?

—¿Qué prisa tienes? —Me relajé lo más que pude acomodándome y colocando mis manos en el cogote en postura de gozo.

—Quiero que te corras para que después no dures tres minutos mientras follamos.

—Debe ser la medicación, la psiquiatra me dijo que podía influir en el sexo.

—Pues hoy podrías haberlas no tomado. Mira, vamos a terminar con esto rápido. —Comenzó a masturbarme y a acariciarme los pezones y a meterme el dedo por el culo y a escupir sobre mi pene y mi boca, su mano iba de arriba a abajo de mi carne a toda velocidad, se notaba que era violinista, tenía un vibrato impecable y delicioso. Después de tantas cochinadas le grité que iba a correrme, ella sonrió, apretó todavía más, bombeó más deprisa, agarró los testículos y colocó mi polla sobre su lengua mientras mantenía la boca abierta. Entonces todo salió y un instante antes de que terminara aquel perverso orgasmo recobré el juicio y me di cuenta de que estaba en sus manos. Después me la quité de encima pero ella no estaba dispuesta a ceder, y con la tez aún manchada de mi simiente se desnudó prácticamente de un solo movimiento y embutió mi dolorida cosita dentro de ella. Y botó y yo la hice botar y fue bien durante los primeros segundos pero de nuevo su demencia se apoderó de su cuerpo y me cabalgó con ferocidad e ira, no me estaba follando, me estaba agrediendo. Decidí que no quería estar allí haciendo eso de ese modo, de alguna manera sentí que estaba desempeñando un papel incómodo, a cada intento mío de quitármela de encima ella respondía con más encolerizada pasión impidiéndomelo. Finalmente reuní fuerzas y el severo mordisco que me propinó alrededor de la axila me hizo sentir que tenía pretexto para empujarla lo más fuerte que pude hasta casi estamparla contra la pared.

—¡Estás loca, jodidamente loca! Vete de aquí, maldita puta, y déjame en paz. —Grité, como un loco también. Sin duda la locura era contagiosa y los psicólogxs y psiquiatras no tenían ni idea.


Me pareció que en sus ojos se proyectó una imagen de arrepentimiento, no obstante dejó la habitación en silencio. Pobre Helena, con más carencias y traumas sexuales que un huérfano católico, además de un cuerpo de escándalo que utilizar para saciar su sed de atención: el autosabotaje perfecto a través del sexo como herramienta de destrucción. En realidad la gente toleraba a una persona como ella únicamente por su atractivo físico, no tenía personalidad, no porque fuese influenciable o no tuviera su propio pensamiento crítico, sino porque era totalmente heterogénea en su comportamiento y nunca podías identificar un rasgo característico de su forma de ser pues cada día actuaba como una persona diferente. Todo el mundo sabía que estaba loca, pero de quienes la conocían, ¿alguno no lo estaba también?

Dos semanas más tarde Roberto apareció aporreando la puerta de casa aullando el nombre de su amada. Abrí no sé muy bien porqué, su cara estaba completamente deformada y de todos sus poros se filtraba un sudor soporífero que ya contaba todo lo que había que saber. Sin casi mediar palabra le invité a entrar, nos sentamos en la cocina y le di un vaso de agua.


—Así que lo habéis dejado.

—Sí, tío. Llevábamos unos meses mal, pero no me esperaba esto. No me merezco esto. —Apartó el vaso de agua con desprecio. —¿Qué es esta mierda?

—¿De qué hablas? —Retiré el vaso de agua y le serví una copa de rosado.

—Me los ha puesto, tío, me los ha puesto. —Decía como el que expía un pecado o confiesa un crimen. —Se ha follado a otro.

Se me heló la sangre.

—¿A quién?

—A un puto estudiante de intercambio. —Bajó la cabeza.

—¿Cuál de ellos? —Pregunté aliviado. Roberto era un tipo más fuerte, más alto, más pesado y más enajenado que yo.

—El americano.

—¿Americano de dónde?

—Pues de América.

—Pero, ¿América el continente o el país?

—El país. —Se hincó la copa de un trago.

—No hay ningún país que se llame así.


Pasó otra semana, desde el episodio sexualmente horripilante con Helena apenas nos relacionamos y tratábamos de evitarnos mutuamente. Roberto pasó algunas veces más por casa, parecía que él y Helena hubiesen vuelto. Una noche estaban discutiendo en su dormitorio cuando ella se marchó de casa gritando y trotando, dejando caer todo el peso de su cuerpo sobre sus talones haciendo retumbar las paredes. Yo estaba tumbado en silencio y en completa oscuridad tratando de superar un repentino episodio de ansiedad, oí todo lo que sucedió y supe que me salpicaría de una manera u otra. Unos minutos después un arrollador torrente de energía irrumpió en mi habitación como un tifón, era Roberto, colorado como un tomate barnizado en sudores fríos de odio, concentrando toda esa energía sobre mí. Me dio la impresión de que de un único movimiento abrió la puerta, se abalanzó sobre mí y con una mano alzó mi cuerpo en el aire estampándome contra la pared, todo en medio segundo. Aullando y maldiciendo sin sentido, babeando tembloroso.


—¡Fuiste tú, hijoputa! ¡Me la has hecho por detrás, cabronazo! —Dijo mientras me agarraba del cuello. —¡Te la follaste y te hiciste el tonto en mi puta cara!

—¡NNNOOOOOOO! -Grité como un animal a punto de ser golpeado. —¡NO ME LA FOLLÉ, LO JURO! ¡SOLAMENTE ME LA CHUPÓ!


En cuanto solté esas palabras supe que mi futuro se había nublado repentinamente, qué pena que no se pueda hacer retroceder las cosas que uno dice, pensé, sería un servicio que todo el mundo querría comprar. Fue lo último que pasó por mi mente en todo el día porque perdí el conocimiento a cambio de un directo con croché. Roberto no sólo era grande, también sabía pelear, a mí ni siquiera se me pasó por la cabeza emprender semejante estrategia. Dos días después guardé el equipaje y me marché, tenía una maleta con ropa y la funda para clarinete con el instrumento dentro. A la mierda con la música y mi vida de estudiante, debería complicarme la vida de algún modo distinto. La música no merecía todo ese sufrimiento, y ni hablar del sexo.

Helena, así como el resto de inquilinos del piso, me evitó durante el día de la víspera a mi partida, por lo que habría resultado especialmente imprevisto e incómodo que Helena tratara de despedirse justo antes de que me fuese. Así que lo hizo. Cuando salía del edificio apareció.


—¿Ya te vas? —Tenía incluso lágrimas en sus ojos. Jesús, que tía más falsa.

—Sí.

—¿No te ibas a despedir de mí? —Su interpretación se hacía a cada palabra más dramática

—Helena, casi pierdo un ojo por tu culpa. —Señalé mi ojo amoratado. Literalmente.

—Bueno, me parece que tú tuviste también algo de culpa. —Reprochó.

—Cierto, olvidaba que para chupar una polla hacen falta dos personas.

—Me he dado cuenta de que eres el chico más grosero que he conocido jamás.

—Y yo de que la tuya ha sido la mamada que más cara me ha salido, jamás. Ambos tenemos razón.


Ella dio media vuelta y volvió al apartamento. Yo di media vuelta y salí de la ciudad.


John Frusciante - Inside Of Emptiness (Full Album)

jueves, 30 de marzo de 2023

No sientes apego por la vida ni sus mil deleites, sientes apego por la muerte estando vivo porque muerto ya no tienes deseos. Mi apego es hacia el sufrimiento ajeno de aquellos que abandonan mi compañía porque, hablando en plata, cualquiera que permanezca a mi lado es un pobre diablo y eso tú lo sabes bien. Tuviste que haber devuelto la moneda, escupir el humo, rechazar la llamada, quitarte mi chaqueta; tuviste tiempo. Hubo un gran diluvio y cuando las aguas retrocedieron una parte de mí quedó convencida de que desconfiar es preferible a confiar y guardar los sentimientos antes que manchar mi habitación con ellos. Aunque mucho antes de aquello y al mismo tiempo eones después de que el universo diese otra vuelta completa al ciclo del tiempo, tú te tatuaste y yo dejé crecer mi pelo, ¿habremos cambiado demasiado para entendernos? No lo sé, no siento nada, no sé si me importa, ni siquiera tengo frío.


Daisuke Tanabe -「Ten」(Full Album)

lunes, 13 de marzo de 2023

El Artesano de Porros

Pues resulta que desde que nací tengo un don, o al menos desde que traté de dilucidar si tenía talento alguno para las artes manuales. Desde muy joven se me conoció por mi destreza e incluso los más ilustres y célebres maestros de muchos planetas, y más tarde los de galaxias cercanas, no dudaron en calificarme como un excelente alumno, y opinaban sin remilgos que si trabajaba sin descanso llegaría a ser uno de los grandes. Humildemente tanta palabrería siempre me aburrió, y cual genio musical, desde mi infancia me dediqué a componer mis obras sin prestar oídos a comentarios positivos o negativos, porque o bien ablandan la mente o afilan el temperamento. Siendo mi ambición convertirme en el más brillante, resultaba más que tentador hacer caso omiso de opiniones ajenas. 

Yo, sencillamente, soy capaz de hacer porros perfectos, en ocasiones gigantescos y magníficos, enormes en volumen e inimaginablemente densos; tanto que sólo deben ser sostenidos en perfecto equilibrio, ya que la fuerza gravitatoria del elemento es tan poderosa que puede influir en los pensamientos y estados de ánimo de cualquier ser vivo que se halle en las cercanías. Es bien sabido, que al menos en este sector del Universo, actualmente no existe criatura mortal con la maestría suficiente para igualar la mía. La artesanía de un buen porro reside en el sentimiento, como en cualquier arte, por lo que puedo liar un petardo nuclear del tamaño del Big Ben con poder para destruir un sistema estelar entero o uno tan diminuto que produzca la risa de solo mirarlo, pero que sin embargo haga evocar al consumidor sus más preciados recuerdos y sentir en su pecho la alegría de vivir a la primera calada. Mis porros son mágicos e insólitos, cada uno de ellos posee un carácter singular y único, es debido a ello que sean codiciados por seres y entes de lugares remotos y dimensiones ocultas, inconcebibles o que ni siquiera existen todavía.

El mismo Vishnú se apareció ante mí en una ocasión, en su forma humana más ordinaria, para catar una de mis perfectas obras de arquitectura. No pareció tan satisfecho como otras deidades que ya me habían visitado, para él la materia prima no era de excelente calidad. Me habló de sus jardines infinitos con cogollos gigantes rebosantes de resina, cuyo simple aroma podría dejar colocado a un humano durante el resto de sus días. Le respondí que la magnificencia de mi trabajo no se mide por la calidad del material, sino por el modo en el que lo trato y por el efecto que produce en el espíritu del observador contemplar y consumir semejante obra maestra sin importar sus componentes. Algo de mi discurso no debió sentarle bien, porque me maldijo por las siguientes diez mil vidas, yo reí y le dije que ya me habían echado una maldición de esas antes.

El renombre de mis trabajos llegó a tal punto que acudían a mi puerta toda clase de peregrinos suplicándome revelar la esencia de mi talento. Yo siempre contestaba que el talento no existe y que en lo que a mí respecta mi increíble habilidad no se trata de un don o una bendición, si acaso justo lo contrario. Mentía. Pero tal fue el tumulto y el alboroto que se generó finalmente, ya que miles de personas se congregaban alrededor de mi hogar, día tras día el número aumentaba y ni la policía ni ninguno de esos memos pudo echarles, en parte porque la mitad de los guardias también querían saber el secreto de mi técnica. Entonces pedí ayuda, pero nadie acudió, miré al techo pero allí no había ninguna señal interpretable para el diminuto radio de captación de percepciones del que gozan los sentidos humanos. Como tenía que salir de esa situación por mí mismo decidí abrir un portal interdimensional, ni siquiera un agujero de gusano que me llevase a otro punto distante de este asqueroso Universo, quería irme a otro plano. Cuántas más capas de realidad de distancia pusiera de por medio mejor. Nunca había hecho un portal, pero nunca antes lo había necesitado. Me situé frente a una pared blanca y vacía, extendí mis brazos como si las palmas de mis manos fuesen a expulsar un kame-kame-ha y concentré toda mi energía en ellas. Nada sucedía, probé con otra postura más kung-fu y grité todo lo fuerte que pude todo el tiempo que pude mientras me concentraba profundamente en ese agujero que debía aparecer en la pared, materializándolo desde mi mente. Tensé todo mi cuerpo, tenía la impresión de que algunos músculos y vísceras iban a explotar, creía que me cagaba a la vez que sufría un derrame interno. Cerré los ojos porque mi visión comenzó a nublarse, a continuación perdí el conocimiento y mi cabeza chocó contra la esquina de la mesita de centro del salón.

Desperté muchas horas más tarde, deduje, ya que el reguero de sangre que había dejado en el suelo debido al golpe estaba seco, el ruido de la multitud afuera había cesado durante mi ausencia. Lo supe, estaba seguro, había funcionado. Por fin me había largado de aquella dimensión.


Thundercat - Drunk (Full Album)

Hay un templo precioso que presume de su compleja belleza, tiene la frente moldeada como La Luna, ojos de flor de loto y sonrisa de arcoiris. Se dice que el tema principal de su arquitectura gira alrededor del drama y la dependencia como pilares fundamentales, su ente es débil ante todos los elementos y estados de la existencia. Como no cuenta con muros cualquier cosa le pasa a través, y es esa cualidad la que le permite ser visitado por toda clase de pensamientos para así absorberlos, sin temor a que estos destruyan su estructura. La defensa perfecta es su vulnerabilidad absoluta.


Genesis - Nursery Cryme (Full Album)

sábado, 11 de marzo de 2023

Puede llegar a ser tan cómico observar el reflejo propio como una copia exacta y opuesta del cuerpo representado por fotones que van y regresan una y otra vez. En mi imagen hay fantasmas que se ríen conmigo, ríen más ahora porque le he encontrado la gracia; cuanto más pobre, enfermo y solo, más risas. Es grande el poder del humor, tanto que puede sanar a una persona.

Algún día seguiré con vida habiendo superado los obstáculos que un tiempo imaginé imposibles de esquivar, miraré hacia atrás, estaré agradecido de todas las desgracias acumuladas. El hito es llegar al final manteniéndose generoso, compasivo, satisfecho.

Siempre pensé que las más maravillosas verdades ocultas de la existencia pueden desgarrar la mente de un hombre, ahora sólo albergo dudas, el conocimiento es un espejo que devuelve una imagen fidedigna pero opuesta de la realidad.

Pan con mantequilla, arroz blanco y agua del grifo, tener menos significa sufrir menos, acaso el sentido de la vida fuera pasar desapercibido. Algunas veces no es compresible la idea de suprimir el deseo, una vez libre de él tampoco hay nada que disfrutar, sin embargo los gozos del espíritu son diferentes a los de la carne.

Si estoy en un bar de noche, tomando alcohol y drográndome con una chica que me cae bien y que tiene buena conversación, es suficiente diversión para mí aunque tal vez follar con ella molaría todavía más. Pero es que ni siquiera me importa demasiado porque así lo decido, y la fruta prohibida no es tan dulce ni la maldición del pecado una sentencia tan amarga. Observo alrededor, mucha gente divirtiéndose, parece que cada uno de ellos tuvieran algo interesante que contar, incluso los hombres o las mujeres que no me atraen. No creo que ninguno de ellos esté pensando en el suicidio, no ahora mismo, no cuando lleguen a casa. Quizás tengan otros problemas que no les permiten pensar en renunciar a todos los problemas, quizás se quiten la vida mañana.


Potsu - Just Friends (Full Album)