lunes, 28 de diciembre de 2015

Esta mañana he regresado al barrio y me he sentido como un extraño paseando por un lugar completamente nuevo y afable. Pero el Sol hoy luce fuerte, tal vez porque le he visto salir, ardiendo en combustión en una lenta agonía que me hace dar gracias a la vida por existir en mí. La noche se me abalanzó y no supe hacer nada, me derramé sobre la funda de la almohada y compuse estos versos que persisten.

Me he sentido como aquella mañana de hace ya más de dos años en la que volvíamos extasiados a casa después de descubrir parte de la verdad oculta del universo y ella cayó rendida en el sofá y yo, como un gilipollas que cree saberlo todo, miraba a mi alrededor encontrando nuevas maneras de percibir las cosas. No sé si podré quitarme del paladar este sabor agridulce, ni sé si quiero, porque la melancolía me estimula y me nutre; esquivo el miedo y los problemas se resuelven solos.

Soy un estúpido creyente, miro a la nada y veo cosas así como las luces del interior de mis párpados cuando froto mis ojos. Tengo ganas de salir a la calle otra vez y no volver hasta encontrar un buen motivo para quedarme fuera a disfrutar de la música o las risas o yo qué sé. He vuelto a recobrar la confianza de aquellos que siempre una y otra vez lanzo al abismo, pero ella siempre regresa de vuelta y yo la acepto entre risas que me hacen olvidarme de todo y centrarme en disfrutar el momento.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Y entonces, cuando la gravedad del asunto es lo suficientemente fuerte como para absorber cualquier haz de luz que las cosas buenas desprendan, sólo entonces, trinco la botella y ella me hace feliz. A veces vino, otras whisky, ron o incluso vodka, no me importa su nombre mientras me emborrache; me quedo en casa toda la noche contemplando el parpadear de las luces de la ciudad a muchos kilómetros de distancia a través de los barrotes de mi ventana como si fuera un pajarillo, después salgo a la calle justo antes de que el Sol vuelva a nacer y el mundo parece un lugar mejor. A continuación todo se pone en marcha: los niños pequeños van al colegio acompañados por sus madres, los adultos van a sus trabajos de mierda dentro de sus carros soltando humos tóxicos y los ancianos van a rehabilitación aguardando acaso la extrema unción. Es como si la ciudad despertase mientras yo permanezco dormido, sentado sobre adoquines apoyado en la pared entre orines y vómitos preguntándome si merezco algo mejor. Obviamente no. He perdido algunos trabajos, amigos, familiares e incluso personas a las que amé, sin duda la botella es una afición bastante sacrificada.

Una vez oí decir a una persona una consideración de lo más descortés, pero innegablemente cierta, y es que todos los alcohólicos somos unos borrachos. Mi padre lo era y su padre antes que él, ¿quién soy yo para cortar de cuajo el legado de una estirpe que se extiende ya por generaciones? Él me daba duro, llegaba del curro estresado, sobre todo cuando no le fiaban más en el bar, y ni siquiera le era necesario estar colocado para encontrar una buena excusa para endiñarme. Por eso yo no tengo hijos, ¿qué alcohólico hijo de un alcohólico podría ser un buen padre?

La primera vez que probé el alcohol tuve miedo de transformarme y de un momento a otro pasar a ser un enfermo, pero no pude frenar la curiosidad, pensé, si bebo tanto como bebe él tal vez logre entender el motivo por el que me odia. Él ni siquiera me odiaba, se odiaba a sí mismo, aunque llegué a dicha conclusión demasiado tarde.

Y entonces, cuando los problemas y las obligaciones del día a día pesan más que las ilusiones de un nuevo y próspero futuro otorgado por Dios, sólo entonces, trinco la botella y ella me hace feliz. No importan un carajo las facturas, ni la cita del dentista, ni la reunión de primera hora con el jefe: lo único que deseo es seguir nadando en cerveza. Me quedo deambulando por las calles toda la noche en cuanto el Sol muere, y los yonquis convulsionan en el suelo por un pico, y los adolescentes huyen de la policía por un par de porros y las personas con porvenir descansan en sus hogares plácidamente resistiéndose a la tentación de mandarlo todo a la mierda. Es como si la ciudad durmiese mientras yo continúo despierto sobre el pavimento adheriéndome a él como un chicle preguntándome si alguna vez llegué a plantearme la posibilidad de ser lo que soy hoy. Obviamente no. He perdido muchas cosas pero no las ganas de vivir, porque un drogadicto jamás abandona su hábito, y el mío es persistir.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Yonqui.

Me dreno por dentro cada vez que pienso en todo el dolor y la pena que hoy reinan en el mundo y lo simple que sería realmente deshacerse de todos los problemas, ser feliz es tan fácil. Mientras todos despiertan poco a poco mi alma ya está ivernando, cogiendo fuerzas para nacer otra vez. Cuando miro tu cara, y la lascivia no juega sus cartas, me veo solo porque siento que sigo siendo un crío más crío que tú, y es algo que no sé cómo sobrellevar. Mañana tengo que volver a levantarme para ir a un lugar que desprecio profundamente (no por el fin por el que fue construido, sino por el engaño en el que se cimentó) como el condenado a muerte que recorre la milla verde sin oponer resistencia aceptando su inevitable final o el cigarro que se consume en cenizas. Esta noche leo a Burroughs mientras espero a que amanezca para refugiarme de los fantasmas que de vez en cuando vienen de visita para importunarme, estoy jodidamente solo porque la tristeza de mi alrededor me suprime. 

Puedo verlos desde lejos enseñar sus colmillos casi por instinto dejando gotear la saliva a través de pequeñas e intencionadas fugas de sus labios, pero yo no soy así. Yo quiero vivir, danzar, llorar y reír, que todo lo que hago guarde un inquieto fin que siempre sea el de contemplar la felicidad en la sonrisa de mis más allegados para así volcar la buenaventura en la mía propia. Tengo miedo y de mi miedo soy culpable así como de mi dicha o mi desgracia, y no pretendo inmiscuirme con vanos reproches que tratan de pasar desapercibidos como indiscutibles alagos, pero carajos, estoy intentando hacer lo correcto con todas mis fuerzas y todo a mi alrededor me grita lo opuesto. Sé que nací para llevar la contraria y demostrar que todos aquellos mitos, leyendas y sueños premonitorios del pasado eran ciertos, que la esperanza no alberga límites y que si fui arrojado hasta aquí fue por algún motivo. ¿Y qué más da aun no siendo así?, si la vida no tiene un sentido inventaré uno. No sé qué estoy haciendo aquí, pero si vuelve a amanecer antes de que me duerma te aseguro de que no tendré los cojones para despertar.

jueves, 10 de diciembre de 2015

El amor se deshace en mi cerebro como un terrón de azúcar en un vaso de café caliente, mezclándose así la glucosa y la cafeína creando una poción homogénea de nervios y satisfacción. No hay nada a mi alrededor que me haga sentir mejor que ésto, y ustedes podrían pelear a muerte por una cucharada más, pero a mí nada me sacia ya. Sé que sólo un poco más satisface vuestras almas, sin embargo también soy consciente de que nada me hace sentir tan bien como presenciar en procesión a vuestras mentiras y las mías cruzar por la calle; van de oreja a oreja causando conmoción. De hecho llevan a cabo extraordinariamente bien su tarea porque a estas alturas me cuesta confiar en las personas ya que si yo miento, ¿qué les impide a ellos hacer lo mismo?

Contemplo a la belleza y la miseria del mundo converger en un mismo punto dando paso a la melancolía, cuando algo realmente extraordinario no tiene por qué ser algo realmente bueno. Vi la sangre fluir por mi antebrazo colina abajo y pensé "joder, la muerte es más colorida que la vida", y a raíz de eso coqueteé con ella algunos años, a día de hoy sigo sin avergonzarme, pero si quisiera marcharme ya lo habría hecho. Ya que estoy atado a este mundo voy a darle vueltas hasta deshacer el nudo.

What if you are right and they are wrong?

Hoy contemplé a un viejo solitario, estaba quieto, sentado, con las manos entre las piernas dando sorbitos a una caña. Me resultó terriblemente melancólico, porque mientras los jóvenes bebían y se divertían a su alrededor él sólo clavaba la mirada en el suelo y tomaba tragos del vaso. Estuve a punto de hablarle, invitarle a una cerveza o simplemente sentarme delante suyo para descubrir qué escondía. Pensé en mi abuelo, en la vejez y en el inevitable declive al que mente y cuerpo se ven sometidos, parecía triste pero su rostro se iluminó cuando vio a un niño pequeño caminar con su padre cogido a su mano. Entonces hice un esfuerzo, inútil finalmente, porque algunas lagrimas tímidas consiguieron salir. Y allí, yo, me sentí tan imbécil de encontrarme observando a un anciano apiadándome de él, como si necesitara mi ayuda, como si alguna certeza mística me hubiese indicado que tenía que socorrerle. ¿Socorrerle de qué?, más bien tuve que auxiliarme a mí mismo. Tomé un gran trago y choqué el vaso contra la mesa y acto seguido nos descojonamos todos juntos por alguna tontería sin importancia que ya ni recuerdo. Salimos a la calle a cualquier encuentro fortuito que nos entretuviera, escuchamos a unos chavales alemanes con pintas de mochileros tocar frente a la catedral, Paula y yo les echamos un cigarro cada uno y nos dieron las gracias. Entonces pensé que hubimos formado parte de algo jodidamente bello, ellos nos habían hecho un poco más felices con su música y nosotros a ellos también. Continuamos caminando de vuelta al barrio y cuando nos paramos en un parque a fumar y hablar di gracias al alcohol, a la cerveza, a los porros, a los amigos de siempre y a las charlas sin aparentes intenciones de ser concluidas. Ellos me agradecieron el esfuerzo de enseñarles tanto a lo largo de tantas y tantas conversaciones, como si fuera un profesor; no me vieron, pero sonreí fugazmente, mi corazón se inundó de bondad. Entonces Paula contó algo que su madre le había dicho algún tiempo antes cuando estuvo cerca de la muerte, y es que lo único realmente importante en la vida son las cosas que te hacen feliz. Por eso, en parte, hoy he decidido hacer lo necesario para serlo, y no pierdo la esperanza.

martes, 8 de diciembre de 2015




Certero en la oscuridad arroja su simiente,
aquel que nunca dice la verdad pero tampoco miente.
Mira de reojo su futuro consecuente,
y acaso alberga a comprender la retórica de la vida y la muerte.
La muerte.

Entonces cuando me abrumo de este mundo gris
acudo a los restos de lo que fui.
Intento ser feliz y aunque no sea suficiente
el amor siempre permanece caliente.
Caliente.



Mi libertad acaba en el momento en el que por imposición me levanto del sofá para hacer algo que no me apetece en absoluto. Soy un adicto, lo sé, no hay nada que admitir porque no es una desgracia, nadie lo implantó en mí, yo lo elegí. Supongo que quería evadirme, inhalar humo blanco y que las penas claudicasen, era una dulce esperanza que a ratos funcionó y todavía da resultados. Veo rostros familiares, amigos con los que he convivido años y después de dos décadas me parecen extraños, pienso en ellos y me sorprendo al ver que ya no son esos críos con los que jugaba; ahora son respetables hombres que estudian carreras y tienen carro propio. ¿Y yo?, bueno, yo estoy aquí escribiendo a la nada. Pero no quiero parecerme a ellos, no me gustaría en absoluto; ni vestir sus jerséis ni sus camisas, ni lucir sus sonrisas perfectas de Instagram, ni pasear con sus novias expertas en posar bien para las fotos. Observo los restos que permanecen y es como si me sintiera un niño que perdió la infancia asimilando lo que correspondía ser un adulto con sus horarios, sus obligaciones y sus miedos. Aún sigo asustado y no me apetece llorar estos días tan sólo por el desahogo, por deshidratarme un poco y darme a mí mismo toqueticos en la espalda a modo de consuelo "sólo un esfuerzo más". En ocasiones pienso que la vida acabará consumiéndome antes de que aprenda a montarla, antes de que sepa domar mis preocupaciones.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Bastardos hijos de la gran puta.

Me han llamado de tantas formas: hipócrita, imbécil, cejudo, asqueroso o incluso nazi (esta última al decirle a una antigua profesora de filosofía que a mi parecer una mujer siempre posee el derecho de decidir sobre su feto y su posible aborto ya que éste es durante nueve meses un parásito, y como si fuera poco también una mascota con obligada manutención como mínimo durante los dieciocho venideros años). Me hace mirar atrás y sonrojarme. 

Considero que soy honesto conmigo mismo y en especial con el resto de las personas, incluso con las que no me gustan que suelen ser la mayoría, pero a ellos no les interesa mi opinión, nunca les interesa. Sin embargo acostumbran a aceptarme cuando me conocen y admiten mi inteligencia en ciertos aspectos, pero siempre me miraron por encima del hombro, "mira a ese pobre imbécil desplomado sobre el mugriento banco, me pone enfermo".

Un año más desde que salí del coño de mi madre y otro más cerca para marcharme, y aunque en realidad sólo sean dígitos, y aunque todas las falsas felicitaciones escritas que tratan de actuar en pos de la amistad y el buen rollo sean atrezo me dejo engañar por unos instantes y pienso que el mundo es un lugar fabuloso. No más lejos de la realidad enseguida despierto y de nuevo me pongo a manejar pensamientos, ordenar palabras, contabilizar las penas y voilà, la ambición se comió al hombre. Sí, sí, sí; si quisiera tendría el mundo a mis pies, y sí, también sé que el único motivo de mi desgracia soy yo mismo. Pero díganme, supuestos teóricos de la causalidad, si la suerte de cada individuo se ve delimitada por su manera de proyectar sus intereses hacia el exterior, ¿eso querría decir que el niño pequeño que muere de inanición en Somalia o el anciano que se agarra con las uñas a sus últimos momentos de vida jodido por el cáncer están en dicha situación porque no supieron pensar en positivo?

Tal vez a estas alturas decir que la vida es una mierda hace que suene demasiado pedante, o demasiado condescendiente o demasiado satírico; o simplemente quede como un idiota que va por ahí predicando lo que todos saben. Pero no piensen por ello que alguien denota poco cerebro, ¿acaso no están hartos de escuchar en todas partes acerca de los refugiados, la contaminación o la futura e inevitable tercera guerra mundial? No nos importa una mierda, y no nos importará hasta que construyamos guetos, la polución sea más común que el oxígeno y de un día para otro nos llamen a filas para matar musulmanes al otro lado del mundo. Las mismas caras que ven en la televisión y en las papeletas electorales son las mismas caras que promocionan la guerra, la injusticia y la desigualdad para que nosotros vistamos ropa más barata fabricada con un menor coste o consumamos drogas más puras (provenientes de países que invadieron en nombre de la democracia) que implican un gasto mínimo en transporte. Fascistas de mierda, están por todas partes; en los telediarios, en los periódicos, en los congresos y en búnkers bajo tierra examinando cada palabra que tecleamos en internet y cada transacción bancaria que efectuamos. Nosotros les dimos el poder para controlarnos, ¿quién se lo va a quitar ahora?

martes, 1 de diciembre de 2015

Con el estómago lleno uno escribe mejor, cuando el recipiente bosa y a mi boca llega su jugo. Qué sabrosa bilis, vino para enseñarme el proceso visceral por el cual el amor se licua y sólo queda la lascivia en noches primigenias con los bordes marcados y en mis mejillas las huellas ya frías de los besos que no soy capaz de volver a sentir. Qué solo, qué triste, qué desamparado; felicidades otra vez, gilipollas, solamente tú serías capaz de alargar esta miseria por tantos y tantos años. Al menos soy libre para elegir ser preso, o lo fui, tal vez en el instante único en el que tomé la decisión. Pero aún conservo el coraje, o la soberbia, de enfrentarme a mí mismo e imaginar la insólita posibilidad de encontrarme frente a una multitud que desea amarme, pero no sabe cómo. Soy incapaz, sinceramente, me cuesta horrores levantarme de la cama antes de las cuatro de la tarde y ellos quieren que lo haga a las siete de la mañana cinco días a la semana; simplemente me entra la risa. Y es que a decir verdad a veces ya no soy capaz de diferenciar lo estrictamente necesario de lo artificialmente implantado, cuando la democracia y la libertad de expresión se subordinan a la injuria y al atrezo... ¿qué nos queda?

Sigo siendo un niño, sólo bebo y fumo más, y es algo que no puedo dejar de hacer. Porque en esos días en los que no veo el Sol más que un par de horas y las ganas de hacer algo por mí mismo escasean recurro al hachís, cortado y oscuro como la onírica premonición que marcó un desenlace fatal o el beso otorgado por pura obligación desde tus labios a los míos en una fría madrugada antes de que volviera a casa sin esperar tan siquiera la remota posibilidad de que fuera el último.

Simplemente escribo para no olvidar incluso los detalles más indeseables ni las cenizas de un amor olvidado y guardado en un cofre póstumamente lanzado al mar. Porque necesito recordar e imaginar ensimismado en el infinito desierto que es la nostalgia, obligando a ese inmenso cúmulo de fortuitas casualidades encontrar un significado que hoy de coherencia a estas líneas. Pero no puedo, simplemente es imposible, así que cuando yo me muera lancen un lápiz a la caja de madera y no dejen pasar lo que en vida no quieran.