viernes, 30 de octubre de 2015

Trabajo en pensar un gran pensamiento, pienso en trabajar en un gran trabajo

Dios me libre de llegar a ser algún día uno de esos músicos de escaparate que utilizan su influencia mediática y el poco cerebro de las personas para incitarlos a consumir. Me resulta realmente asqueroso que estemos tan condicionados y estereotipados, y que además nos encante. Por consiguiente el mundo jamás ha estado tan sumido en la superficialidad, ¿qué importan los versos que puedas escribir, los pensamientos que llegues a vislumbrar o las ideas que consigas enseñar?, lo importante es que me folles como una perra.

Saben, matar está mal, simplemente por el hecho de que nadie tiene el derecho a quitarle la vida a otro individuo, así se rige la moral occidental al menos (tan extendida como un tumor maligno por la corteza terrestre). Y me parece completamente absurdo que un gobierno sea capaz de castigar a alguien bajo la misma pena por la que se le imparte justicia: el asesinato. La hipocresía es un rasgo distintivo de nuestra especie.

Sutil, muy sutil, como el quejido de los grillos en la calurosa noche o la mordaz impaciencia de no haber logrado encender la cerilla al primer intento. Por la mañana duermo, y cuando despierto salgo a la calle a drogarme y a recibir los regalos que me la vida me otorga. A veces la ilusión de un nuevo amor no enfermizo y otras una mierda de perro pegada a mi suela. Aún camino con pies de plomo, no crean, pero mi corazón exige rebeldía, así que me dejo llevar por el viento. Camino de aquí a allá la gente discute a voces, y si no encuentran a nadie se ensañan con sí mismos. Tanta rabia, tanta energía desperdiciada pudiendo emplearla en echar un polvo o pintar un cuadro, y sin embargo tanta pasión astenia que se abstiene del verdadero bienestar. 

Smith VS Marx, Marx VS Smith. Dejen de partirse las pelotas por un sueldo, el deportivo de sus sueños o la ropa que siempre quisieron vestir. La felicidad está ahí afuera, sólo tienen que salir a cogerla.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Hay una casa en Nueva Orleans a la que llaman El Sol Naciente.

Sonó crack, y por eso estoy aquí. Tan sucio, tan rastrero, tan vil, agazapado. ¡Sí!, ¡soy una buena persona! Y una mierda. Soy asqueroso pero eso no es nada nuevo para mí, para ustedes tal vez sí, que confían como crédulos en el buen corazón de las personas (y más tarde se ofenden al haber caído en el error cuando la mayor ofensa es su exceso de confianza), pues bien, están leyendo a un demente. Y por supuesto que he visto a tantos amigos queridos caer en el pozo sin que ni siquiera se dieran cuenta del impacto, allí permanecen en su húmedo interior, ¿quién soy yo para decirles "eh, tío, te estás equivocando"?

Miro a ambos lados y sólo veo caras largas, joder, rostros desesperados con muecas de insomnio, de asco, como si estuvieran haciendo un esfuerzo por tragar esas palabras que trepan por el esófago intentando escapar una vez más, pero tienen que hacer un esfuerzo para reprimirse. Tengo miedo y de mi miedo soy culpable, no puedo rogarle a dios que me ame, he creado en los hombres tanto odio como el que ellos depositaron súbitamente en mí; pero yo ya lo he expulsado. Y por eso, cuando percibo la rabia y la inquina en ojos ajenos me siento como un cachorro herido sin teta de la que mamar. Sí, eso es lo que soy, un perro.

martes, 27 de octubre de 2015

La mano invisible con la que Adam Smith se hacía las pajas.

Detrás de la ira y el rencor se esconde el miedo, he comprendido en gran medida la capacidad que tenemos para convertir todo ese cúmulo de carencias y creencias en una gran bola de helio que arde en combustión, aunque me cuesta analizar dicho proceso en mi persona. Si amas estarás solo, creyendo que decantas tu amor de tu corazón a otro.

Creo en el poder de la elección en un universo repleto de caos, como el poeta que en un ademán absurdo intenta plasmar la belleza de todo con letras, como captar en una fotografía todo el cosmos.

Por mucho tiempo lidié con el temor y la indiferencia, y aún lo hago, pero qué sería de mí si no escribiera estas líneas. Un trozo de carne más. Para eso estoy aquí, soy el claro ejemplo de tío al que nadie querría parecerse, soy yo, este es mi rol. Persigo la verdad incansablemente, ¿desean saber en qué me esfuerzo para cambiar el mundo?, simplemente ÉSTO mientras fumo un pitillo porque soy débil. 

La verdad se esconde en los cajones, en esquinas y callejones.
La verdad nunca morirá si la mentira continúa existiendo.

martes, 20 de octubre de 2015

Vive a tu manera, chico, ya rendirás cuentas.

Tenía la mirada entornada, observaba la luz y ella me cegaba, quién iba a decir que conseguiría superarlo algún día. El pasado me trastorna, trato de recordarlo constantemente para no olvidar los buenos momentos, cuando éramos unos críos que cambiaron la inocencia por el consumo de drogas. Y juntos ahora lucimos tan patéticos a pesar de nuestra segregación, aunque no me arrepiento de nada tal vez debería haberte hecho más caso. Dijiste para consolarme que yo acabaría mejor que tú, cuando me veías roto y quebrado inhalando motas de polvo tumbado en el suelo, aunque no sé si estabas en lo cierto.

Algunas cosas han cambiado, de hecho la mayoría, y lo único que conservo es una piel con cicatrices muy perras y un cuerpo escuálido. No sabría decirte porqué lo perdí todo desde el principio, aprendí a ser un suicida antes que un vividor, estudiaba los métodos más simples y alcanzables para catapultarme a través de la frontera para ver qué hay más allá. Y no tenía intención de regresar para contarlo.

Poco perdura en la superficie de mi conciencia de lo que fui entonces, un niñato inadaptado y por suerte no demasiado marginado, miro atrás y pienso cómo cojones no salté por la terraza con doble tirabuzón incluido.

domingo, 18 de octubre de 2015

Si dios existe en una mujer negra bisexual.

Me apena verlos, casi me avergüenza pertenecer a su misma especie, tal vez me asemeje a ellos más de lo que soy capaz de admitir. Los veo pelear, discutir, insultarse unos a los otros malgastando energías, quemando la vitalidad y la alegría como carburantes para hacer avanzar a la ira. ¿Y para qué?, para ser los mejores en vicios tan superfluos. Las apariencias engañan, pero más engaña el que pretende aparentar. El individuo inseguro construirá a su alrededor cuatro muros de atrezo, en sus paredes exteriores estarán escritos todas sus falsas andanzas como prueba de que sus pecados y sus carencias son otros, no los expuestos, para así a los ojos del resto estar camuflado convirtiendo sus peores pesadillas en su mejor arma. Podría parecer realmente útil, pero será un esfuerzo vano, ya que dichas estructuras no soportarán su propio peso al no haber sido construidas desde los cimientos. Dicho proceso sólo puede ser efectuado por parte de unas manos que cuentan la verdad.

Y conforme ellos se esfuerzan en ser los más fuertes, los más valientes o los que más follan yo permanezco sentado, observando, contemplando la estupidez humana en su máximo esplendor. Pienso, qué patético caer en la cuenta de que no soy tan distinto, de que seguramente lo único que me diferencia de ellos, a excepción de mis genes, son mis experiencias vividas.

Cuando era un crío vi pasar al cáncer, lo miraba de frente, pero yo no era su presa. En comparación con la edad del universo él fue un suspiro, quizás menos que eso, y tal como vino se fue llevándosela a ella. Dime, a quién puedo culpar de aquello. El odio es un lodo inservible que se adhiere a tus pies al andar aumentando el peso a cada paso.

miércoles, 14 de octubre de 2015

birds flying high, you know how i feel

Que les follen a esos hombres de negocios con sus trajes y relojes suizos, a la mierda con ellos y sus deportivos. A tomar por culo con Rajoy, Obama o el enano cabrón de Corea del Norte, por mí pueden dilatar sus respectivos anos y meter allá adentro toda la miseria que generan en el mundo.  

Adiós a las multinacionales y al elitismo. Hasta nunca a los bancos, los créditos, las hipotecas y toda la publicidad que nos quema el cerebro. ¡Ciao!, a sutiles aumentos en el precio en la factura de la luz y a desmesurados recortes de sueldo. Nos vemos, querida cafetera de lujo anunciada por un actor famoso por la que tuve que hacer horas extras, fui estúpido, haces café, no das la felicidad.  

¿Quién se tapa por las noches con dinero? ¿Quién alimenta a sus hijos o da de comer al perro con dinero? ¿Quién se inyecta dinero con una jeringa para curarse de una enfermedad u olvidar los problemas?

martes, 13 de octubre de 2015

Cuando el odio me quema por dentro vengo aquí, escribo y suturo mis heridas internas sin necesidad de abrir mi carne. A veces pienso en lo sencillo que resultaría para mí dejarte tirado en el suelo inconsciente, arrancarte los ojos con los pulgares o despojar a tu boca de esa sonrisa perfecta de ortodoncia. Pero entonces sería como los demás. Me siento realmente estúpido aceptándolo, que por lo general la violencia me parece completamente inútil, aunque querría utilizarla casi cada día.

Entonces, bueno, ¿qué otra queda?

Estoy en silencio escuchando hablar a mi interior porque no puedo verlo desde adentro, y me pregunto qué textura deben de tener mis pulmones o de qué color es la luz que desprenden mis neuronas al escribir estas palabras repletas de rencor. 

lunes, 12 de octubre de 2015

Ese yonqui, con los dientes picados y el cuerpo escuálido al que desprecias puede ser más feliz que tú. Probablemente lo sea. El mundo es una mierda, ¿pero a quién carajos le importa tu vida? Voy por ahí mendigando un poco de misericordia, y la encuentro, y no la merezco. Si todo el sufrimiento que genero dejándome llevar por mis impulsos regresara a mí con la misma fuerza con la que los hago fluir sin duda mi cuerpo se calcinaría, y todavía de este modo soy lo suficientemente vil como para recriminarle a dios su mala conducta para conmigo. Mundo sucio donde todos piensan sólo en ellos mismos, malditos mil veces, títeres del egoísmo.

Soy tan patético y bello al mismo tiempo, pero he de decir algo y es que vos no podés maldecirme porque yo ya estoy maldito. Me siento realmente emocionado por el hecho de que todos morimos algún día mientras contemplo la miseria del mundo y me adhiero a ella como un chicle pisoteado en la acera, negro y sucio. 

jueves, 8 de octubre de 2015

Siempre que me apoyé en la duda como base elemental de mi progreso fui libre, pero cuando fundamenté mis ideales sobre la certeza fui un creyente. Algunos hombres nunca viven, y otros nunca mueren. A veces se pudren en empleos de ocho horas diarias para mendigar televisiones, plazas de garajes o autos más grandes, ¿pero quién quiere algo así? Vivir sin ataduras, sin horarios ni facturas, sin obligaciones de ninguna clase salvo las que tu propio organismo te brinda es privilegio de unos pocos.

Hace un par de noches estaba fumándome un porro con un amigo, en el lugar de siempre aislado de la ciudad y el ruido y contemplé una gran bola de fuego surcar el cielo. Pensé que se trataba de los dioses que regresaban a recogernos o de algún gris que manejaba su platillo ebrio.

lunes, 5 de octubre de 2015

Todo lo que ves algún día fue robado.

Una mañana cualquiera de un día cualquiera un tipo cualquiera se despierta tendido sobre su cama por el estruendo que escupe su despertador, se incorpora sentándose con los pies apoyados en el suelo, abre el primer cajón de la mesilla y aun con los ojos pegados enciende un cigarrillo. Ha comprendido de una vez por todas que si vivir tiene sentido morir también, y en caso de que no lo tenga, ¿qué le impediría entonces saltar por el balcón? No es una opción que le interese, vive en un tercero, de hecho ni siquiera sabe lo que quiere, porque carece de toda ilusión y ni siquiera la tiene por la muerte. Él quiere poder querer y querer querer, pero ya no quiere absolutamente nada. Y se pregunta, ¿cómo iba a ser la muerte algo digno de evitar si tantas personas buscan en ella la liberación?

Se levanta, comienza a vestirse cuando todavía no ha amanecido, la noche es fría y él también. A duras penas se dirige al baño tambaleándose, con mucho vigor y poca puntería empapa su cara sobre la pila del lavabo con contundentes puñados de agua, en tiempos pretéritos se habría dado una ducha, pero ahora el hedor que rezumaba de sus axilas no parecía ser trascendente para él. La resolución satisfactoria de un nuevo día nunca se sintió tan lejana, el mundo es un lugar sin colores para alguien que sólo puede ver escalas grises.

"¡Ah, Christian! ¿En qué te has convertido?". Padre y cabeza de familia, bajo el peso de las obligaciones Christian aguanta el chaparrón suturando su odio hacia sí mismo. Él tiene una casa grande, una esposa que le idolatra y unos hijos que sacan buenas notas, por eso no se soporta, posee todo lo que en teoría hace feliz a un hombre, pero toda regla tiene sus excepciones.

Desayuna una manzanilla y un par de magdalenas a toda prisa como si fuera un animal de granja, no come, engulle. Para él no es más que un trámite, comer  es necesario para no desfallecer durante una agotadora jornada de trabajo, para evitar ardores monumentales como pirámides. Abrocha el último botón de su camisa, coge su maletín y las llaves del coche y cierra la puerta suavemente para que ni sus hijos ni su mujer se despierten. El cielo está nublado, hoy volverá a llover y no ha cogido paraguas. Inserta las llaves en el contacto, la maquinaria cobra vida y Christian se dirige al trabajo, a ese purgatorio de miradas vacías, de clientes insatisfechos y excedentes a los que nadie da salida. La empresa va mal y hay que reducir plantilla, ya han despedido a varios empleados como él, su momento está cerca, lo huele. Christian mira a su jefe, lo contempla como el negro que observa al capataz de la plantación. Querría ser como él, desearía tener un traje mejor, un coche más caro y una mujer más joven, pero se pudre en el mismo puesto desde hace quince años.

Regresa al confort del hogar a la hora del almuerzo, su hijo menor no quiere comerse la verdura y discute con la madre, Christian le insta a que se trague de una vez esa mierda. Se deja caer en la cama como un torso sin vida revotando en el colchón, ni siquiera almuerza, prefiere dormir porque en menos de un par de horas le toca volver al curro. Logra conciliar el sueño entre los gritos que su esposa lanza al viento como una perturbada, no importan las paredes ni las puertas, él sigue escuchándola. Hubo una época no hace tanto en la que ella, Sara, era una joven inexperta en el amor, con las mejillas rosas y un buen culo prieto, con un sentido del humor que haría destornillarse al propio mártir en la cruz. Ahora Sara no era más que una amalgama mal entendida de lo que fue años atrás, ¿qué fue de sus chistes, de su necesidad por ver lucir una sonrisa en los labios de su esposo, de su grandilocuencia para disfrazar malas noticias en pequeños altercados? Todos aquellos detalles se habían esfumado en la penumbra del tiempo. ¿Cuándo cambió todo?, ¿en qué momento su Edén particular se había transformado en el infierno de Dante?

Vuelve al trabajo y se queda haciendo horas extras, de regreso pasa por delante de una tienda de instrumentos musicales ya cerrada. A través del cristal transparente del escaparate observa una guitarra eléctrica que permanece inmóvil de pie apoyada en un soporte, luce brillante y frágil. Examina sus recuerdos por medio del instrumento, cierra los ojos y ve imágenes proyectadas en formato Super8 en las paredes interiores de sus párpados de sí mismo improvisando en un garaje con su banda, tocando en un cuchitril sucio y poco alumbrado... Se lamenta de no haber exprimido cada momento, de dejar los buenos tiempos correr y contemplar con pasividad a su vitalidad marchitar. Se arrepiente, pero arrepentirse no es más que un acto de rectificación tardío, y lo que ya ha pasado no se puede cambiar, tan sólo las repercusiones de aquello que aparentemente hicimos mal. Sin embargo aunque esto debería librarle de todo peso ese es el motivo fundamental por el que mira atrás con recelo y esgrimiendo leves sonrisas pensando en los pudo ser pero no fue. Pero él sabe que el tiempo no sólo desmiembra recuerdos para hacerlos más acogedores e idílicos inclinando aún más la balanza a favor de la nostalgia, sino que también trastorna drásticamente la resolución de nuestros actos e intereses. Así que enciende un cigarrillo y lo comparte con el viento mientras camina en dirección a su coche.

Una mañana más Christian se despierta antes del amanecer, emerge de su capullo de sábanas sudadas y se dirige al trabajo, después vuelve a casa, come algo si le da tiempo y duerme una breve siesta para enseguida volver a sus obligaciones. Día tras día sin tregua, incluso en los fines de semana tiene que hacer esfuerzos extras para la empresa. Esa empresa, ah, que le ha tenido tantos años sentado en la misma andrajosa silla, en el mismo destartalado escritorio con un ordenador desfasado y bolígrafos que no escriben, rodeado de oficinistas necios que no ven nada más allá de sus nóminas, de secretarias rechonchas que chismorrean a sus espaldas acerca de su mal aspecto. Para el negocio él no es más que mano de obra, un simple peón de un gran ajedrez, ni siquiera es relevante, podrían despedirlo y colocar a un pazguato como él en menos de una semana. El tipo que lo sustituyese podría ser incluso más feo y más tonto, lo suficiente hasta como para pagarle menos. Por eso él sabe que aunque no valga nada, que aunque la noticia de su dimisión no fuera lo suficientemente trascendental para su jefe como para esgrimir siquiera una mueca de descontento en su arrugada tez, no podía dejar el trabajo. Sí, Christian era un pobre esclavo.

Y como si fuera poco, como si la arrogancia de su destino no fuera ya lo bastante irritante, se ve forzado a lidiar a diario con las expectativas no cumplidas y con los impulsos reprimidos. Qué bello sería, ¿verdad?, estampar la enorme cabezota del jefe contra sus zapatos, hacer fracturar la nariz de aquel compañero que se mofó de él por las grandes marcas de sudor en su camisa que asomaban desde las axilas, ¿verdad? Cuando está en la calle caminando a toda prisa dando empujones y también recibiéndolos del resto de individuos estresados ya ni siquiera sabe si va o viene, si acude o regresa. Se cruza con esos exitosos hombres de negocios, con sus cigarrillos entre los dedos, sus dientes relucientes y carteras llenas de billetes y tarjetas de crédito. Los ve montar en sus deportivos de alta gama, consultar la hora en sus relojes suizos, tomar café a la salida de esos grandes edificios lujosos, conversar entre ellos mientras ríen. Él desearía tener todo aquello, que todos a su paso giraran la cabeza y sintieran en sus pechos la misma ansia que él siente cuando tiene tan cerca y a la vez tan lejos aquello que necesita con fervor.

Christian es preso del consumismo, está encerrado en un sistema creado únicamente con el fin de someter, que basa su poder en un simple juego: el consumismo. Dentro del mismo sistema económico la deuda y los intereses juegan el papel fundamental que ayudan a esclavizar a la gran mayoría, a toda esa multitud de personas normales y corrientes que cada mañana se levantan y acuden al trabajo para poder vivir, porque en dicho juego las reglas son simples: si no tienes dinero simple y llanamente te mueres. Pero efectivamente Christian no tenía ni la más mínima idea. También es extorsionado por la publicidad, ella le dicta sus gustos y necesidades, sus preferencias y pensamientos. El sistema monetario basa su progreso en la competencia individual, pero el progreso no tiene cabida en una sociedad enfocada al individualismo y el aislamiento. No había vía de desarrollo, el peso del sistema caía sobre los hombros de infelices como él con la intención de oprimir, domar, sojuzgar al hombre... Christian es un pobre diablo más, pero sueña con alcanzar un statu quo elitista. Jugar al golf, ir de tiendas sin preocuparse por el dinero, tomar té los domingos. Esas cosas.

Una mañana idéntica a las demás, perdida en mitad del mes una vez más Christian se despierta muy temprano. ¿Será esta la última? Se dirige al trabajo, pero no tiene un buen día. Pincha una rueda en el camino, llega tarde y para colmo su jefe le grita delante de toda la oficina por algo, algún motivo que suscitó en el rechoncho señor Pascual su ira, pero Christian era ajeno a eso. Tal vez se debía a su nefasto aspecto, a que nunca tenía conversación con el resto de compañeros o a que simplemente olía mal. Nadie en la oficina le soportaba, nadie quería tomar café con él mientras charlaban. Era un paria, y a la praxis él pensaba que no le venía tan mal. Sin embargo, esa mañana, mientras ordena dosieres y carpetas en un diminuto cuarto de menos de cuatro metros cuadrados, empieza a sentir opresión en el pecho y le cuesta respirar. Está sufriendo una cardiopatía isquémica, lo que corrientemente se conoce como una angina de pecho. Como consecuencia de tantos años de adicción al tabaco, de mala alimentación, de estrés absurdo y ansiedad, de abusos a su propio cuerpo en definitiva, su corazón cede. Padece de arteriosclerosis, un ensanchamiento de las paredes interiores de las arterias que riegan su corazón, taponadas por grasas y colesterol. Rápidamente cae redondo golpeándose la parte trasera de su cráneo con el vértice de uno de los ficheros, mientras permanece postrado ante la muerte sin que ningún otro compañero se percate, su vista se nubla cerrando poco a poco los párpados como persianas oxidadas. Entonces pierde el conocimiento.

Horas más tarde se despierta, a decir verdad no está seguro del tiempo que ha transcurrido tumbado en el frío suelo. Se incorpora con tesón cogiendo su pecho con una de sus manos, casi estrujando su piel, agarrándola como si fuera una prenda más que lleva puesta. Detrás de él y a través de toda su espalda un reguero de sangre empapa el suelo, su propia sangre. El dolor va progresivamente remitiendo, pero se toma varios minutos para descansar y enciende un pitillo mientras su culo regresa al pavimento. No es ni lo más sano ni lo más recomendable, dentro de la oficina está terminantemente prohibido fumar, ¿pero a quién carajos le importa? Una vez reunidas las fuerzas necesarias vuelve a levantarse y sale de la habitación, pero no ve a nadie en la oficina. ¿Qué pudo suceder? Tal vez un terremoto, un incendio, cualquier clase de catástrofe que hubiera ocurrido durante el lapso en el que había estado inconsciente, ¿quizás un simulacro? Obviamente, pensó, nadie había reparado en él, en el tonto y bobalicón Christian. No había a quién le importara en absoluto que muriera entre escombros, muchos de sus compañeros seguramente pensarían que no merece un entierro más digno.

Ni en los despachos, ni en los servicios, ni en los pasillos... Ni un alma en todo el edificio, ni siquiera en el resto de oficinas de otras empresas. Sin embargo todo seguía en perfecto orden: ningún papel en el suelo, ningún mueble volcado, ningún mínimo indicio de que algo realmente calamitoso hubiese sucedido. Salió afuera del edificio, tampoco en la calle. Fue una realidad que se hizo más palpable a cada paso que avanzaba. Los vehículos vacíos estaban en mitad de la calzada, parados alrededor de una rotonda o esperando detrás del semáforo que aún seguía brillando intercalando luces rojas, verdes y naranjas. Fue espantoso, presenciar tan mudo y abominable manifiesto, se sintió como el único organismo vivo sobre la faz del planeta o tal vez en el Universo entero. Todo era yerto y sin vida o al menos eso le parecía, aunque las fuentes siguieran expulsando agua, las farolas alumbrando y los neones de los locales de copas brillando.

¿Qué clase de desgracia era esta, que mantuviera tal absurdo orden y escondiera tan enorme caos encerrado dentro de los límites de la cordura humana? Por unos minutos fue presa del pánico, corrió aterrado de bar en bar, tienda por tienda, tratando no sólo de encontrar a otras personas, sino un simple motivo, tan sólo un vestigio de vida humana. Aporreando puertas de viviendas, gritando hacia el cielo, llamando desconsoladamente a amigos y familiares recibiendo por consiguiente la única respuesta posible: el incesable pitido de la línea de teléfono indicando que al otro lado nadie responderá. Se dirige a casa, andando, ya que no podría maniobrar por las calles con cientos de coches parados en mitad de la carretera. Cuando llega más de lo mismo, absolutamente ninguna persona.

Su mujer ya no está, sus hijos ya no están. Todo en lo que creía está muerto, quizás sea él quién está muerto. Da vueltas por la ciudad, busca bajo los puentes, en las vías de tren del extrarradio de la ciudad, en los grandes centros comerciales. Pero nada. Y entonces ve los coches de lujo, los chalets a primera línea de playa, las tiendas de ropa de marca no apta para perdedores como él, y piensa que todo eso ya es suyo, que ya no necesita deslomarse de siete a tres y de cinco a nueve cada día para tener el traje que siempre ha querido o llevar a cabo el viaje de sus sueños.

Todo aquello sin embargo no le sirve para nada, porque por primera vez en su vida se percató de que las posesiones materiales son efímeras como polvo en el viento. ¿Cuánto pagarías por el amor a tus seres queridos o la congoja previa al beso?, todos esos factores únicos no tienen precio justamente porque el dinero no puede pagarlos. Aprendió que todo lo realmente necesario ni se compra ni se vende.

domingo, 4 de octubre de 2015

Antes de brillar deben quemarse lentamente.

A veces cierro los ojos y veo la vida tan bella como puede llegar a ser,
mientras tanto la causalidad sacude con presteza la rama de la existencia
derramando la vida como frutos podridos que colapsan
en el suelo en comunión con la muerte
mientras miles de cosas fuera del cielo colisionan, explotan y desprenden bocanadas de fuego.

No tengan miedo al final, temerlo no es más que el
reflejo de la más pura ignorancia.
Qué sutil es la cadencia con la que reverbera el universo,
él tan inmenso y nosotros tan menudos, desafiando toda evidencia ciega
trato de comprenderlo porque yo soy la semilla primigenia de la infinita concepción.

Deseas un futuro brillante, con una linda casa en el campo
y habitaciones con paredes adornadas con ámbar nazi;
quieres tener a la mismísima Gioconda colgando en tu comedor
y un mayordomo que te limpie los zapatos y almidone las camisas,
pero dime qué vas a hacer para conseguirlo.

La vieja lucha entre lo necesario y lo que ambicionas,
ya sabes,
todo ese cúmulo de cosas que nos hacen creer que son imprescindibles.

Admiré en el ciclo constante aquello que todos creen ver. Algo reluciente.
Calcina tu existencia y sus motivos, construye unos nuevos
y jamás volverás a pertenecerles.
¿Una vida dedicada a la obediencia sólo para aprender a ser obediente?
La justicia es tornadiza, la justicia es excluyente. La justicia es una quimera.
Nunca creí en las cosas buenas, y tal vez por ello todo lo que ansié y conseguí lo disfruté levemente
y se me arrebató fugaz.
Nadie tuvo que decírmelo, lo aprendí allá fuera.

Las expectativas son creaciones,
que únicamente coexistiendo realmente en el reino de los pensamientos
con efectiva frecuencia devalúan con inexactitud futuras experiencias reales,
brutalmente sometidos a nuestros sueños de cartón.
El dolor el momentáneo, lo aprendido no.
Y por eso sonrío.

Porque todo lo bello tiene un precio,
y en el umbral de la muerte la destrucción
y la belleza comparten una misma madre.

Por odio, rencor y miedo los hombres llevan a cabo grandes empresas
que sus mentes en estado plenamente lúcidas no son capaces de emprender,
por lo que no desestimen dichos sentimientos,
a menudo son más poderosos que el amor.

Vi en la gente aquello que esperaba ver.
Demencia.
Oh, pobre chico escuálido,
desatendido y malentendido que pensaba que ser feliz era esta bazofia
hasta que frenó en seco y miro a su alrededor.
Allá adónde miré sólo contemplé miseria
adornada con palabras bonitas y discursos en nombre de la libertad y la democracia.

Llueve a cántaros ahí afuera, y pienso que del mismo modo
en el que los pájaros se resguardan del agua en sus nidos
también lo hacen los sintecho en los cajeros.
Conforme a ello otro extravagante pensamiento cubre de cal mis heridas,
a veces al amparo de la noche y del silencio entre calada y calada,
mientras pudro mis alvéolos.

Nada tan revitalizante como girar la vista atrás
y cerciorarse de que uno está en el lugar escogido
a pesar de que el futuro escueza cuando el cerebro confabula con él.
La soberbia por una vez me fue útil.
Solamente cuando el barco se está hundiendo
una diminuta luz sigue irradiando calor.

En ocasiones me siento tan mediocre, sentenciando por placer,
estoy amargado pero tú también lo estás.
Es un vano consuelo digno de reproche.
Aprendí a ser agradecido, pero no complaciente;
generoso, pero no idiota.

Entonces, después de soportar la tormenta
caigo dormido, y al día siguiente despierto
para observar al tío del espejo doce horas más viejo,
para escupir mis flemas, escribir mis poemas y fumar mi tabaco.
Entretanto el eterno goteo del tiempo sigue su curso
y sonrío porque el secreto se escapa a mi entender.