miércoles, 28 de octubre de 2015

Hay una casa en Nueva Orleans a la que llaman El Sol Naciente.

Sonó crack, y por eso estoy aquí. Tan sucio, tan rastrero, tan vil, agazapado. ¡Sí!, ¡soy una buena persona! Y una mierda. Soy asqueroso pero eso no es nada nuevo para mí, para ustedes tal vez sí, que confían como crédulos en el buen corazón de las personas (y más tarde se ofenden al haber caído en el error cuando la mayor ofensa es su exceso de confianza), pues bien, están leyendo a un demente. Y por supuesto que he visto a tantos amigos queridos caer en el pozo sin que ni siquiera se dieran cuenta del impacto, allí permanecen en su húmedo interior, ¿quién soy yo para decirles "eh, tío, te estás equivocando"?

Miro a ambos lados y sólo veo caras largas, joder, rostros desesperados con muecas de insomnio, de asco, como si estuvieran haciendo un esfuerzo por tragar esas palabras que trepan por el esófago intentando escapar una vez más, pero tienen que hacer un esfuerzo para reprimirse. Tengo miedo y de mi miedo soy culpable, no puedo rogarle a dios que me ame, he creado en los hombres tanto odio como el que ellos depositaron súbitamente en mí; pero yo ya lo he expulsado. Y por eso, cuando percibo la rabia y la inquina en ojos ajenos me siento como un cachorro herido sin teta de la que mamar. Sí, eso es lo que soy, un perro.

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