domingo, 4 de octubre de 2015

Antes de brillar deben quemarse lentamente.

A veces cierro los ojos y veo la vida tan bella como puede llegar a ser,
mientras tanto la causalidad sacude con presteza la rama de la existencia
derramando la vida como frutos podridos que colapsan
en el suelo en comunión con la muerte
mientras miles de cosas fuera del cielo colisionan, explotan y desprenden bocanadas de fuego.

No tengan miedo al final, temerlo no es más que el
reflejo de la más pura ignorancia.
Qué sutil es la cadencia con la que reverbera el universo,
él tan inmenso y nosotros tan menudos, desafiando toda evidencia ciega
trato de comprenderlo porque yo soy la semilla primigenia de la infinita concepción.

Deseas un futuro brillante, con una linda casa en el campo
y habitaciones con paredes adornadas con ámbar nazi;
quieres tener a la mismísima Gioconda colgando en tu comedor
y un mayordomo que te limpie los zapatos y almidone las camisas,
pero dime qué vas a hacer para conseguirlo.

La vieja lucha entre lo necesario y lo que ambicionas,
ya sabes,
todo ese cúmulo de cosas que nos hacen creer que son imprescindibles.

Admiré en el ciclo constante aquello que todos creen ver. Algo reluciente.
Calcina tu existencia y sus motivos, construye unos nuevos
y jamás volverás a pertenecerles.
¿Una vida dedicada a la obediencia sólo para aprender a ser obediente?
La justicia es tornadiza, la justicia es excluyente. La justicia es una quimera.
Nunca creí en las cosas buenas, y tal vez por ello todo lo que ansié y conseguí lo disfruté levemente
y se me arrebató fugaz.
Nadie tuvo que decírmelo, lo aprendí allá fuera.

Las expectativas son creaciones,
que únicamente coexistiendo realmente en el reino de los pensamientos
con efectiva frecuencia devalúan con inexactitud futuras experiencias reales,
brutalmente sometidos a nuestros sueños de cartón.
El dolor el momentáneo, lo aprendido no.
Y por eso sonrío.

Porque todo lo bello tiene un precio,
y en el umbral de la muerte la destrucción
y la belleza comparten una misma madre.

Por odio, rencor y miedo los hombres llevan a cabo grandes empresas
que sus mentes en estado plenamente lúcidas no son capaces de emprender,
por lo que no desestimen dichos sentimientos,
a menudo son más poderosos que el amor.

Vi en la gente aquello que esperaba ver.
Demencia.
Oh, pobre chico escuálido,
desatendido y malentendido que pensaba que ser feliz era esta bazofia
hasta que frenó en seco y miro a su alrededor.
Allá adónde miré sólo contemplé miseria
adornada con palabras bonitas y discursos en nombre de la libertad y la democracia.

Llueve a cántaros ahí afuera, y pienso que del mismo modo
en el que los pájaros se resguardan del agua en sus nidos
también lo hacen los sintecho en los cajeros.
Conforme a ello otro extravagante pensamiento cubre de cal mis heridas,
a veces al amparo de la noche y del silencio entre calada y calada,
mientras pudro mis alvéolos.

Nada tan revitalizante como girar la vista atrás
y cerciorarse de que uno está en el lugar escogido
a pesar de que el futuro escueza cuando el cerebro confabula con él.
La soberbia por una vez me fue útil.
Solamente cuando el barco se está hundiendo
una diminuta luz sigue irradiando calor.

En ocasiones me siento tan mediocre, sentenciando por placer,
estoy amargado pero tú también lo estás.
Es un vano consuelo digno de reproche.
Aprendí a ser agradecido, pero no complaciente;
generoso, pero no idiota.

Entonces, después de soportar la tormenta
caigo dormido, y al día siguiente despierto
para observar al tío del espejo doce horas más viejo,
para escupir mis flemas, escribir mis poemas y fumar mi tabaco.
Entretanto el eterno goteo del tiempo sigue su curso
y sonrío porque el secreto se escapa a mi entender.

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