jueves, 8 de octubre de 2015

Siempre que me apoyé en la duda como base elemental de mi progreso fui libre, pero cuando fundamenté mis ideales sobre la certeza fui un creyente. Algunos hombres nunca viven, y otros nunca mueren. A veces se pudren en empleos de ocho horas diarias para mendigar televisiones, plazas de garajes o autos más grandes, ¿pero quién quiere algo así? Vivir sin ataduras, sin horarios ni facturas, sin obligaciones de ninguna clase salvo las que tu propio organismo te brinda es privilegio de unos pocos.

Hace un par de noches estaba fumándome un porro con un amigo, en el lugar de siempre aislado de la ciudad y el ruido y contemplé una gran bola de fuego surcar el cielo. Pensé que se trataba de los dioses que regresaban a recogernos o de algún gris que manejaba su platillo ebrio.

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