lunes, 13 de marzo de 2023

El Artesano de Porros

Pues resulta que desde que nací tengo un don, o al menos desde que traté de dilucidar si tenía talento alguno para las artes manuales. Desde muy joven se me conoció por mi destreza e incluso los más ilustres y célebres maestros de muchos planetas, y más tarde los de galaxias cercanas, no dudaron en calificarme como un excelente alumno, y opinaban sin remilgos que si trabajaba sin descanso llegaría a ser uno de los grandes. Humildemente tanta palabrería siempre me aburrió, y cual genio musical, desde mi infancia me dediqué a componer mis obras sin prestar oídos a comentarios positivos o negativos, porque o bien ablandan la voluntad o afilan cierto narcisismo. Siendo mi ambición convertirme en el más brillante, resultaba más que tentador hacer caso omiso de opiniones ajenas. 

Yo, sencillamente, soy capaz de hacer porros perfectos, en ocasiones gigantescos y magníficos, enormes en volumen e inimaginablemente densos; tanto que sólo deben ser sostenidos en perfecto equilibrio, ya que la fuerza gravitatoria del elemento es tan poderosa que puede influir en los pensamientos y estados de ánimo de cualquier ser vivo que se halle en las cercanías. Es bien sabido, que al menos en este sector del Universo, actualmente no existe criatura mortal o inmortal con la maestría suficiente para igualar la mía. La artesanía de un buen porro reside en el sentimiento, como en cualquier arte, por lo que puedo liar un petardo nuclear del tamaño del Big Ben con poder para destruir un sistema estelar entero o uno tan diminuto que produzca la risa de solo mirarlo, pero que sin embargo haga evocar al consumidor sus más preciados recuerdos y sentir en su pecho la alegría de vivir a la primera calada. Mis porros son mágicos e insólitos, cada uno de ellos posee un carácter singular y único, es debido a ello que sean codiciados por seres y entes de lugares remotos y dimensiones ocultas e inconcebibles, algunas de las cuales ni siquiera existen todavía.

El mismo Vishnú se apareció ante mí en una ocasión, en su forma humana más ordinaria, para catar una de mis perfectas obras de arquitectura. No pareció tan satisfecho como otras deidades que ya me habían visitado, para él la materia prima no era de excelente calidad. Me habló de sus jardines infinitos con cogollos gigantes rebosantes de resina, cuyo simple aroma podría dejar colocado a un humano durante el resto de sus días. Le respondí que la magnificencia de mi trabajo no se mide por la calidad del material, sino por el modo en el que lo trato y por el efecto que produce en el espíritu del observador contemplar y consumir semejante obra maestra sin importar sus componentes. Algo de mi discurso no debió sentarle bien, porque me maldijo por las siguientes diez mil vidas, yo reí y le dije que ya me habían echado una maldición de esas antes.

El renombre de mis trabajos llegó a tal punto que acudían a mi puerta toda clase de peregrinos suplicándome revelar la esencia de mi talento. Yo siempre contestaba que el talento no existe y que en lo que a mí respectaba mi increíble habilidad no se trata de un don o una bendición, si acaso justo lo contrario. Mentía. Pero tal fue el tumulto y el alboroto que se generó finalmente, ya que miles de personas se congregaban alrededor de mi hogar, día tras día el número aumentaba y ni la policía ni ninguno de esos memos pudo echarles; en parte porque la mitad de los guardias también querían saber el secreto de mi técnica. Entonces pedí ayuda, pero nadie acudió, miré al techo pero allí no había ninguna señal interpretable para el diminuto radio de captación de percepciones del que gozan los sentidos humanos. Como tenía que salir de esa situación por mí mismo decidí abrir un portal interdimensional, ni siquiera un agujero de gusano que me llevase a otro punto distante de este asqueroso Universo, quería irme a otro plano. Cuántas más capas de realidad de distancia pusiera de por medio, mejor. Nunca había hecho un portal, nunca antes lo había necesitado. Me situé frente a una pared blanca y vacía, extendí mis brazos como si las palmas de mis manos fuesen a expulsar un kame-kame-ha y concentré toda mi energía en ellas. Nada sucedía, probé con otra postura más rollo kung-fu y grité todo lo fuerte que pude todo el tiempo que pude mientras me concentraba profundamente en ese agujero que debía aparecer en la pared, materializándolo desde mi mente. Tensé todo mi cuerpo, tenía la impresión de que algunos músculos y vísceras iban a explotar, creía que me cagaba a la vez que sufría un derrame interno. Mi visión comenzó a nublarse, a continuación perdí el conocimiento y mi cabeza chocó contra la esquina de la mesita de centro del salón.

Desperté muchas horas más tarde, deduje, ya que el reguero de sangre que había dejado en el suelo debido al golpe estaba casi seco, el ruido de la multitud afuera había cesado durante mi ausencia. Lo supe, estaba seguro, había funcionado. Por fin me había largado de aquella dimensión.


Thundercat - Drunk (Full Album)

No hay comentarios:

Publicar un comentario