viernes, 31 de marzo de 2023

La mamada más cara de la historia

Había conseguido, no sé muy bien cómo, una beca de estudios para seguir con mi educación musical, me habían admitido en uno de los conservatorios superiores más importantes del país, por lo que me mudé cuánto antes de ciudad. A mí ya ni siquiera me gustaba tocar, llevaba estudiando clarinete desde que tenía memoria, era bueno, realmente bueno, uno de los mejores de mi edad en competición; pero ya no sentía pasión si es que algún día la experimenté, no recordaba si alguna vez fui yo quien tomó la decisión de empezar a tocar. Seguramente fue idea de mis padres, pero a esas alturas y con un futuro tan prometedor no podía dejarlo, demasiado tiempo y dinero invertido además de que no sabía hacer otra cosa de manera decente. Prefería ser escritor, implicaba menos líos, me gustaba escribir, pero mis poemas eran malos; sin embargo mis interpretaciones instrumentales eran pura gloria bendita.

Encontré alquiler en un piso en una residencia de estudiantes, la mayoría éramos músicos o artistas, las facultades de bellas artes, artes escénicas y arquitectura, así como el conservatorio superior de música, se encontraban en el mismo campus. Compartía apartamento con tres personas, dos de ellos chavales de los cuales uno se pasaba el día fumando porros y trabajando en sus proyectos y el otro no se dejaba ver el pelo casi nunca, a veces transcurrían semanas sin que me cruzara con él. El tercer inquilino era una chica de ascendencia china, sus padres habían emigrado para montar un restaurante y su hija había nacido aquí, por lo que en un sentido cultural e idiosincrásico no difería de ningún otro español, de hecho su nombre no era chino y hablaba con acento de Granada. Se llamaba Helena y sus modales llegaban a ser en ocasiones absurdamente hilarantes, podían transcurrir días sin que interpretara una de sus actuaciones, pero cuando empezaba sabías que iba a ser bueno, y todo el mundo conocía a Helena por esa razón.

Poco después del primer mes desde mi llegada, Helena y el otro compañero porrero invitaron a unas cuantas personas de su facultad a nuestro piso, escuchaban reguetón, bebían alcohol y se restregaban los unos con los otros. Nada de eso me interesaba, un montón de desconocidos interactuando entre sí con intención de interactuar también conmigo, definitivamente no era mi rollo, pero antes de decidir emprender mi sigilosa huida vi a una chica que sacaba cocaína de una bolsita de plástico y aquello sí que me interesó. Justo entonces, cuando me aproximaba a la coca, Helena derramó a propósito la copa de uno de los chicos sobre la entrepierna de este, ella empezó a poner papeles encima de su pantalón.


—¡El pequeño bebé se ha hecho pipí! Ah, déjame que te seque, bebé, tú no puedes hacerlo solo. —Decía presionando un montón de servilletas contra sus testículos y sonriendo casi enfermiza. —¡La estoy notando! ¡La estoy notando! Oh, boy, ¡es diminuta! ¡Tiene la polla diminuta!


Todo el mundo pudo verlo, algunos se tiraban por el suelo de la risa, otros permanecían atónitos con los rostros macerados en incredulidad; yo era de los que se reían. Helena también reía a carcajadas y hasta que el pobre muchacho no se zafó ella prosiguió con su trabajo de secado, incluyendo movimientos casi sexuales. Olvidé por completo la coca, Helena lo había vuelto a hacer, había vuelto a convertir la anodina vida de un pobre mortal en un infierno, al menos durante unos minutos. Siempre que no fueses víctima de su perturbada psique podías sentarte a comer palomitas y disfrutar del espectáculo, era como ver a una bestia desfigurar con sus garras a un hombre en la arena del coliseo. Helena era algo así como un cruce entre bruja y maestra de ceremonias que tenía poder sobre la opinión de los demás.

Cabría deducir que su principal motivación era ridiculizar a la gente para sentirse superior o simplemente para llamar la atención de quienes hubiere a su alrededor, pero no era cierto, ella disfrutaba haciendo sufrir a los demás, tan sencillo como eso. Por lo tanto, alguien como yo que vivió en la misma casa que ella, pudo ser espectador de muchos de sus insólitos shows. Sólo una vez Helena me puso en su punto de mira, era de noche, yo acababa de despertar y cuando salí de mi habitación y entré en el salón allí estaba Helena con un tío.


—Holi, Vi. Este es mi novio, Roberto. —Dijo mientras señalaba al tipo sentado junto a ella. —¿A que está muy bueno?

—Joder, sí.


Tras conversar banalidades y fingir durante unos treinta segundos que Roberto o Helena, o cualquier otra cosa que sucediera en esa habitación, me importaba, emprendí mi clásica y discreta maniobra de fuga hacia mi dormitorio, luego hacia mi cama para terminar sumergiéndome en mi densa decadencia de artista.

Después de unas horas, y en plena madrugada, unos golpes contra la puerta de mi habitación me desvelaron, como no di contestación se sucedió otra serie de golpes.


—¿Qué? —Solté al aire con el tono más afilado que pude interpretar.

—Vi, ¿estás despierto? —Dijo la voz de Helena.

—¿Cómo crees que estoy hablando?

—¿Puedo pasar? Me encuentro mal.

La puerta se abría poco a poco.

—Helena, tía, no me jodas y vete. No tengo el día.

—Siempre dices eso, hazme un calendario para saber cuando no estés medio loco. La puerta continuaba abriéndose y luz del pasillo hizo que en la habitación la oscuridad tornara a penumbra, noté pasos aproximándose acompañados de unas risitas muy agudas que armonizaban hermosamente con el timbre atonal del chirrido de las bisagras.

—He dejado a Roberto. —Se sentó sobre mi cama muy cerca de mí. —No puedo estar con un hombre que me hace sufrir. —Y su cuerpo se desplomó sobre el mío mientras sollozaba.


Me incorporé un poco y acaricié su cabeza, Helena no me importaba, pero sin duda daría mejores resultados fingir clemencia que simplemente ser desagradable. De alguna manera sus lamentos se convirtieron en gemidos, y su boca, empezó a buscar mi pene, aunque separada por una sábana y mis calzoncillos. Se acomodó junto a mí, acercó su sus labios a mis labios e introdujo su mano bajo mi ropa. 

¡PREMIO! Grité yo.

Empezó por masturbarme mientras me besaba la boca y me lamía el cuello, al mismo tiempo palpaba mi piel con la mano que le quedaba libre. Se movía con una lujuria animal, se restregaba, yo me restregaba, ambos nos pusimos muy cachondos de la nada, similar a si nos encendieran como una cerilla. Entonces se me ocurrió la diabólica idea de que todo aquello formase parte de uno de sus numeritos, tal vez cuando estuviera a punto de correrme ella empezaría a orinar encima de mi cuerpo, no porque le vaya ese rollo, sino una vez más por el sencillo deleite de la tortura. Sabía que algo olía mal, pero a mí no me importaba, ¿cuántas más oportunidades de practicar sexo guarro con una mujer asiática iba a tener a lo largo del resto de mi vida? Una Helenada (así llamábamos a sus brotes) merecía totalmente la pena, además estaba buenísima, de algún modo siempre sentí desprecio hacia ella pero su atractivo era innegable; en cierto modo su actitud excéntrica y malévola también me atraían. Su rostro joven lucía con presuntuosidad los relucientes y exóticos rasgos propios de su raza, su cuerpo estaba delicadamente esculpido en sus formas y tenía un estilo vibrante y llamativo en su estilo de vestir y su manera de mirar. Su arte sin embargo me resultaba insulso y su personalidad, aunque divertida y sorprendente, no me interesaba. Tampoco la conocía realmente, pero había un motivo por el que no lo había intentado. Mi reino por un polvo, es la vida que se abre camino tratando de que nos fecundemos unos a otros, somos meros esclavos de la dictadura evolutiva.

Me desnudó por completo mientras seguía masturbándome y empapándome en su saliva, ella sólo se había quitado los zapatos y los calcetines, hizo especial hincapié en que yo tampoco conservara los míos. Cuando estuvo preparada bajó su cabeza e inclinó su cuerpo colocándolo en posición, yo tenía la polla candente y pétrea y esperaba con infinita impaciencia la inminente felación. Dios, imaginar el disfrute resultaba casi tan gozoso como experimentarlo realmente, ya podía imaginarme alimentando mi ego estúpido de machirulo cuando contase a la mayor cantidad de personas posible que me lo hice con una china con mamada de primera calidad incluida, cómo me la follé salvajemente como un animal y la domé por completo como un jinete mongol a su poni.

Por desgracia nada más lejos de la realidad, ella era muy bella, en cuanto posó la punta de mi pene en sus labios yo introduje toda la cosa de golpe y comencé a fornicar su boca de manera frenética, lo cual le encantó. Todo fue bien los primeros dos minutos, a continuación fue Helena la que tomó el mando y comenzó con su técnica feladora. La experiencia que debía ser gozosa se tornó en desagradable y dolorosa, estrujaba mi pito con violencia como si fuese un tubo de pasta de dientes con el que hubiese discutido, introdujo toda la carne a lo largo de su garganta, y sus dientes, que rozaban mis testículos y el resto de carne circundante al pene, en ocasiones se hincaban en mi piel provocándome dolor y agobio. Al final me corrí, claro, tardé casi 15 minutos y la pobre tenía que tomar breves descansos cada vez con más asiduidad porque le dolía la mandíbula, en dichas pausas provechaba para besarme y masturbarme con la mano. Al final estaba tan cansada que incluso se molestó.


—¿Por qué no te corres de una vez?

—¿Qué prisa tienes? —Me relajé lo más que pude acomodándome y colocando mis manos en el cogote en postura de gozo.

—Quiero que te corras para que después no dures tres minutos mientras follamos.

—Debe ser la medicación, la psiquiatra me dijo que podía influir en el sexo.

—Pues hoy podrías haberlas no tomado. Mira, vamos a terminar con esto rápido. —Comenzó a masturbarme y a acariciarme los pezones y a meterme el dedo por el culo y a escupir sobre mi pene y mi boca, su mano iba de arriba a abajo de mi carne a toda velocidad, se notaba que era violinista, tenía un vibrato impecable y delicioso. Después de tantas cochinadas le grité que iba a correrme, ella sonrió, apretó todavía más, bombeó más deprisa, agarró los testículos y colocó mi polla sobre su lengua mientras mantenía la boca abierta. Entonces todo salió y un instante antes de que terminara aquel perverso orgasmo recobré el juicio y me di cuenta de que estaba en sus manos. Después me la quité de encima pero ella no estaba dispuesta a ceder, y con la tez aún manchada de mi simiente se desnudó prácticamente de un solo movimiento y embutió mi dolorida cosita dentro de ella. Y botó y yo la hice botar y fue bien durante los primeros segundos pero de nuevo su demencia se apoderó de su cuerpo y me cabalgó con ferocidad e ira, no me estaba follando, me estaba agrediendo. Decidí que no quería estar allí haciendo eso de ese modo, de alguna manera sentí que estaba desempeñando un papel incómodo, a cada intento mío de quitármela de encima ella respondía con más encolerizada pasión impidiéndomelo. Finalmente reuní fuerzas y el severo mordisco que me propinó alrededor de la axila me hizo sentir que tenía pretexto para empujarla lo más fuerte que pude hasta casi estamparla contra la pared.

—¡Estás loca, jodidamente loca! Vete de aquí, maldita puta, y déjame en paz. —Grité, como un loco también. Sin duda la locura era contagiosa y los psicólogxs y psiquiatras no tenían ni idea.


Me pareció que en sus ojos se proyectó una imagen de arrepentimiento, no obstante dejó la habitación en silencio. Pobre Helena, con más carencias y traumas sexuales que un huérfano católico, además de un cuerpo de escándalo que utilizar para saciar su sed de atención: el autosabotaje perfecto a través del sexo como herramienta de destrucción. En realidad la gente toleraba a una persona como ella únicamente por su atractivo físico, no tenía personalidad, no porque fuese influenciable o no tuviera su propio pensamiento crítico, sino porque era totalmente heterogénea en su comportamiento y nunca podías identificar un rasgo característico de su forma de ser pues cada día actuaba como una persona diferente. Todo el mundo sabía que estaba loca, pero de quienes la conocían, ¿alguno no lo estaba también?

Dos semanas más tarde Roberto apareció aporreando la puerta de casa aullando el nombre de su amada. Abrí no sé muy bien porqué, su cara estaba completamente deformada y de todos sus poros se filtraba un sudor soporífero que ya contaba todo lo que había que saber. Sin casi mediar palabra le invité a entrar, nos sentamos en la cocina y le di un vaso de agua.


—Así que lo habéis dejado.

—Sí, tío. Llevábamos unos meses mal, pero no me esperaba esto. No me merezco esto. —Apartó el vaso de agua con desprecio. —¿Qué es esta mierda?

—¿De qué hablas? —Retiré el vaso de agua y le serví una copa de rosado.

—Me los ha puesto, tío, me los ha puesto. —Decía como el que expía un pecado o confiesa un crimen. —Se ha follado a otro.

Se me heló la sangre.

—¿A quién?

—A un puto estudiante de intercambio. —Bajó la cabeza.

—¿Cuál de ellos? —Pregunté aliviado. Roberto era un tipo más fuerte, más alto, más pesado y más enajenado que yo.

—El americano.

—¿Americano de dónde?

—Pues de América.

—Pero, ¿América el continente o el país?

—El país. —Se hincó la copa de un trago.

—No hay ningún país que se llame así.


Pasó otra semana, desde el episodio sexualmente horripilante con Helena apenas nos relacionamos y tratábamos de evitarnos mutuamente. Roberto pasó algunas veces más por casa, parecía que él y Helena hubiesen vuelto. Una noche estaban discutiendo en su dormitorio cuando ella se marchó de casa gritando y trotando, dejando caer todo el peso de su cuerpo sobre sus talones haciendo retumbar las paredes. Yo estaba tumbado en silencio y en completa oscuridad tratando de superar un repentino episodio de ansiedad, oí todo lo que sucedió y supe que me salpicaría de una manera u otra. Unos minutos después un arrollador torrente de energía irrumpió en mi habitación como un tifón, era Roberto, colorado como un tomate barnizado en sudores fríos de odio, concentrando toda esa energía sobre mí. Me dio la impresión de que de un único movimiento abrió la puerta, se abalanzó sobre mí y con una mano alzó mi cuerpo en el aire estampándome contra la pared, todo en medio segundo. Aullando y maldiciendo sin sentido, babeando tembloroso.


—¡Fuiste tú, hijoputa! ¡Me la has hecho por detrás, cabronazo! —Dijo mientras me agarraba del cuello. —¡Te la follaste y te hiciste el tonto en mi puta cara!

—¡NNNOOOOOOO! -Grité como un animal a punto de ser golpeado. —¡NO ME LA FOLLÉ, LO JURO! ¡SOLAMENTE ME LA CHUPÓ!


En cuanto solté esas palabras supe que mi futuro se había nublado repentinamente, qué pena que no se pueda hacer retroceder las cosas que uno dice, pensé, sería un servicio que todo el mundo querría comprar. Fue lo último que pasó por mi mente en todo el día porque perdí el conocimiento a cambio de un directo con croché. Roberto no sólo era grande, también sabía pelear, a mí ni siquiera se me pasó por la cabeza emprender semejante estrategia. Dos días después guardé el equipaje y me marché, tenía una maleta con ropa y la funda para clarinete con el instrumento dentro. A la mierda con la música y mi vida de estudiante, debería complicarme la vida de algún modo distinto. La música no merecía todo ese sufrimiento, y ni hablar del sexo.

Helena, así como el resto de inquilinos del piso, me evitó durante el día de la víspera a mi partida, por lo que habría resultado especialmente imprevisto e incómodo que Helena tratara de despedirse justo antes de que me fuese. Así que lo hizo. Cuando salía del edificio apareció.


—¿Ya te vas? —Tenía incluso lágrimas en sus ojos. Jesús, que tía más falsa.

—Sí.

—¿No te ibas a despedir de mí? —Su interpretación se hacía a cada palabra más dramática

—Helena, casi pierdo un ojo por tu culpa. —Señalé mi ojo amoratado. Literalmente.

—Bueno, me parece que tú tuviste también algo de culpa. —Reprochó.

—Cierto, olvidaba que para chupar una polla hacen falta dos personas.

—Me he dado cuenta de que eres el chico más grosero que he conocido jamás.

—Y yo de que la tuya ha sido la mamada que más cara me ha salido, jamás. Ambos tenemos razón.


Ella dio media vuelta y volvió al apartamento. Yo di media vuelta y salí de la ciudad.


John Frusciante - Inside Of Emptiness (Full Album)

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