lunes, 22 de agosto de 2022

Vazío

Recuerdo el calor, el calor era normal. Recuerdo los ataques, los ataques eran normales. Recuerdo la desidia, el miedo a un futuro muy próximo, sin oportunidad de ser feliz, que me seguía de cerca como mi propia sombra aguardando a que El Sol alcance su cénit. Poco antes de mudarme había comenzado a experimentar algo nuevo, un vacío, una calma y pacífica redención disfrazada de arrogancia que me hacía padecer el más tortuoso y sosegado de los limbos. Cuando ese hueco se plantaba en mi pecho me tumbaba en el suelo, pues era la única manera de mantener una temperatura agradable, y observaba el techo sin saber muy bien por qué. Cobraba una prestación por desempleo y no sabía si sería capaz de volver a trabajar en nada alguna vez, tampoco sabía muy bien por qué.

Plasmado en aquel techo como un lienzo en ocasiones podía apenas vislumbrar a través de mis párpados, ensoñecido pero aún en vigilia, un agujero en el aire que absorbía una oscura y sucia materia mucosa que se filtraba por mi pecho. Esto es bueno, pensaba yo, y cada vez que me agarraba un ataque y tenía calor me tumbaba en el frío suelo y mientras me enfriaba el agujero cósmico hacía su trabajo. Siempre cuando mis ojos estaban cerrados, siempre cuando no estaba del todo seguro de lo que estaba ocurriendo. Algunas veces me daba miedo abrirlos, otras sencillamente cuestiono que fuese físicamente capaz. ¿De qué absurdo terror está plagado ese lugar que se alimentaba de toda mi ansiedad?

Vivía en un barrio de mierda construido a base de callejones, gatos, orines, basura y personas de muy diversas etnias gritando y ejerciendo su violencia la unas con las otras. Bloques de pisos altos y juntos, gente que se droga, gente que engendra y cría hijos, gente que vuelve del trabajo, gente que nunca va o vuelve del trabajo porque vende droga. Todas las noches podía escuchar alguna voz en la lejanía sollozando y esgrimiendo desesperados aullidos de locura, de vez en cuando esto ocurría bajo la ventana de mi cocina, los pobres son siempre los primeros en perder la cabeza. Sin embargo, la soledad que alcancé procuró ser por momentos reveladora, y esa frase: «la ansiedad es la llave que abre las puertas que impiden ver la verdad», aparecía y se iba de mi mente como el vacío aparecía y se iba mi pecho.

Yo era pequeño y el mundo era enorme, la vida se reía de mí y me prometía las peores calamidades, pero como aún no podía morir incluso La Muerte de vez en cuando se aburría de tanto acecharme y se fumaba un cigarro conmigo. La Muerte no se preocupa por la toxicidad del tabaco porque no tiene pulmones, tampoco tiene alma por lo que siempre sufre de melancolía. A veces estaba totalmente seguro de que iba a matarme a mí mismo en poco tiempo, esa era la peor de las sensaciones que traía consigo el vacío, la absoluta certeza de una muerte temprana.

Contar ideas suicidas nunca viene demasiado bien, si tienes idea de suicidarte y hablas sobre ello se plantean dos escenarios: en el primero finalmente no te quitas la vida y quedas como un idiota por haber andado por ahí asustando a la gente en busca de un poco de atención, en el segundo realmente optas por el suicidio y las personas pueden llegar a evitar tu cometido. El suicida no planea, ni habla, ni piensa; el suicida se mueve, decide, actúa. Deliberaba en todo aquello mientras yacía casi inerte sobre el suelo, de por sí reflexionar tan metódicamente en la muerte puede considerarse un pensamiento suicida, y me sentí muy orgulloso de él, aunque éste a su vez restara veracidad a la hipótesis de mi futura muerte según mi anterior análisis. La idea del suicidio nunca representó para mí una alternativa fiable, ni siquiera digna de considerar, la cuerda nunca había estado tan tensa pero sabía que mi obsesión por mi propia muerte no podía ser circunstancial. Algo había en mi cabeza venía mal de fábrica, por lo tanto, si de alguna manera tenía que librarme de mi peor enemigo entonces tendría que deshacerme de mí mismo, por el momento esa alternativa contaba como la opción B. ¿Cuántos días desde que nací? ¿Cuántos días hasta que muriera? Si existe certeza de que algún estímulo sea verdadero yo no la conozco, sólo conozco mi propia conciencia.

Y mientras tanto mis amigos me llamaban, mis padres me llamaban y yo nunca cogía el teléfono, no quería salpicar a todo el mundo con mi mierda, no quería tener que explicar a la gente lo que se siente estando en mi cabeza. Si le dices a alguien que tienes cáncer entiende lo que implica aunque ni siquiera sepa realmente qué es el cáncer, una palabra basta para ahorrar diez minutos de conversación en los que tienes que explicar a tu espectador, en base a conceptos difusos y desconocidos para éste, todo lo que implica un trastorno mental.

Como ya he dicho el suicidio nunca me pareció la más conveniente de las soluciones frente al dolor y sufrimiento inherentes a la extraordinaria experiencia de la existencia humana, pero temía que llegado un momento de extremo pánico y ansiedad optara por la opción más cobarde.

Tal vez podría sufrir una sobredosis, o una caída desde la azotea, o un accidente de tráfico, o padecer un episodio de desangramiento espontáneo a través de las arterias de mis brazos. Debido a ese miedo, y sólo por prevención, escribí una sencilla y breve carta de despedida a mis seres queridos junto con una lista de últimas voluntades.


LO SIENTO


Siento desde lo más profundo de mi ser un fulgurante sentimiento de vergüenza y de condena porque sé el irreparable daño que mi decisión ha de impartir a mis más seres queridos, pero aún más me quema el sentimiento de saber que jamás seré capaz de adaptarme a este mundo loco. Ya no me quedan fuerzas, por algún motivo este ha de ser mi destino, y no me cabe la menor duda de que todos aprenderemos de esta horrible experiencia. Hay muchas otras vidas que vivir, más de las que ya hemos vivido, y cada alma debe de explorar su propio camino.

A todas las personas a las que alguna vez hice daño, amé o me amaron: pido de rodillas la más humilde de las disculpas, sé que no merezco perdón, pero tampoco vuestro odio. Sin embargo espero algún día encontrar redención por la siniestra pena que os he procurado para el resto de vuestras vidas, pero no temáis a la muerte como yo lo hago, pues la responsabilidad de ésta no recae sobre los hombros de ningún mortal, y no temáis tampoco al olvido, porque siempre estaremos juntos aunque lejos.


Os amo.


Dos meses más tarde de escribirla finalmente me pareció oportuno usarla. Tomé tantos ansiolíticos y sedantes como pude, así como whisky, y me tumbé en mi cama bebiendo alcohol a lapsos breves. Mantuve el cuerpo en posición completamente horizontal y la cabeza apuntando al techo, ya que de ese modo incrementaba las posibilidades de muerte por ahogamiento si vomitaba encontrándome inconsciente. Lo siguiente que recuerdo es despertar en una cama de hospital en un estado físico extremadamente débil, vacío de todo salvo de cansancio, también había gente que no pude reconocer a mi alrededor, un aura lúgubre flotaba sobre las cabezas de todos ellos. Me pareció que nadie se percató de mi desvelo y volví a caer en el sueño. El cuerpo humano es muy resistente en cierto sentido, es fácil lesionarlo, estropearlo parcialmente, pero en cuanto a suicidio se refiere, o te pegas un tiro o te tiras desde un noveno, de cualquier otra manera siempre es un asunto bastante tricky.

Esta noche se cumplen dos años desde aquella noche, y puedo jurar con la mano sobre el fuego que me alegro de haber fallado.


Robohands - Violet (Full Album)

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