domingo, 9 de octubre de 2016

Allá hacia donde dirijo la vista solo veo la pena y la inmundicia, un yonqui conocido del barrio se acerca a la ventanilla del coche y nos pide un cigarro, no consigue su propósito pero en su corazón un atisbo de esperanza persiste. Esperanza porque un paquete de tabaco entero caiga del cielo a sus manos, por ejemplo, es improbable pero no imposible. La esperanza es aquello que puede aletargar el más profundo de los vacíos hasta lo inaguantable o elevar la resistencia hasta umbrales desconocidos. Yo conozco bien la sensación. Nada bueno ha ocurrido y tampoco hay señales de que nada bueno vaya a ocurrir, sin embargo yo persisto en mi lucha contra el tiempo, una lucha que sé de antemano que no podré ganar. La esperanza del yonqui la llamo yo.

Si dios está mirando sabe que estoy peleando con brío siempre por ser sano, por no odiar a nadie, no sé dónde reside la verdadera iluminación pero de seguro lo hace lejos del odio. Un sabio me dijo una vez que mi alma era un alma vieja y que como resultado de tantas vidas experimentadas en mi interior guardo una llave, pero yo continúo sintiéndome un crío. Tal vez en eso consista el ciclo: nacer, vivir, morir; y enfundados en nuevos cuerpos convertirnos en adultos con la seriedad de un niño.

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