martes, 23 de septiembre de 2014

No tengo nada que decir, tan sólo cosas que pensar. He aceptado un futuro que siempre rechacé y que sé que jamás completaré porque nunca seré lo suficiente imbécil. Ojalá volviera atrás en los días y volver a dejarme persuadir por la tristeza, tan astenia, me daba un objetivo en el que centrarme. No tengo nada con sentido que decir a nadie, no puedo rechazar la distimia si me seduce con sus encantos.

¿Quién soy yo para apartar este dolor, este don que cae del cielo y me aplasta? Divago entre las sombras de mis fracasos, deambulo como un perro sin dueño entre las callejuelas de mis recuerdos tan anclado al pasado. Y todavía creen que no es menester este desconcierto. No sé adónde voy, nunca lo supe pero creía que sí, por tanto hoy estoy igual de perdido que hace dos años justos, pero ya no me importa.

Dejarme llevar por la depresión y quedarme en la cama cuando aún no ha amanecido. Ese sentimiento, ah, el de ser tan extraño, tanto que estoy comenzando a creer deliberadamente que no encajo en ningún lugar. Ese es mi don.

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