sábado, 3 de septiembre de 2016

Bueno, me mantendré trabajando un día más, una vez más limpiando el sarro de detrás de mis dientes con un alfiler y un espejo bucal, tratando de ser honesto conmigo mismo aunque no siempre pueda. Durante breves momentos me siento capaz de conseguir cualquier cosa y al poco dudo incluso de la veracidad que me impulsó hacia el deseo, de los motivos por los cuales reivindico las cosas. 

(Cojo el cigarrillo que descansa en el cenicero, lo llevo a la boca y lo prendo, doy una calada y vuelvo a posarlo. Cuando se apaga lo agarro de nuevo, lo devuelvo a mis labios y lo enciendo otra vez).

Me pregunto si tan siquiera merezco desearte, o debo, o puedo, o en función de qué parámetros puede llegar a ser molesto o tormentoso. También me pregunto si esto se resuelve comprando un libro nuevo, o dos, y si la soledad que siento es autoinflingida, o no.

(Regreso al cigarrillo y a las cenizas, antes de terminarlo ya estoy pensando en liar el siguiente. No me pregunto si me apetecerá, en mi mente todo está predispuesto y siempre es así con todo).

¿Traerá el día nuevas sorpresas que puedan alumbrar las que arrastra la noche? ¿Podré resistirme o empujarme a atravesar el cordón de terciopelo rojo que separa la obra de arte del resto de fragmentos de barro con forma humana que lo observan? Podría hacer grandes cosas.

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