domingo, 4 de septiembre de 2016

Por las noches hago cualquier cosa para matar el tiempo, barro el suelo, dibujo, escribo, pinto y leo. Leo cualquier cosa, lo devoro todo, desde novelas de Bukowski y Burroughs hasta relatos semireligiosos de autores que nunca recuerdo pasando por Sacks, Kafka o Sagan y artículos antiguos de revistas científicas. También veo películas y la televisión en general, escucho música y ordeno mis CDs, cualquier cosa antes que pensar. Cocino, como, friego, cago y me lavo los dientes, cualquier cosa antes que pensar. Pensar no es malo, pero puede llegar a acercarte demasiado a la ansiedad si viene acompañado de congestión nasal e insomnio. En esos momentos en los que me revuelco entre las sábanas como un cerdo en la mugre o como un narcolépsico en su ataúd bajo la sepultura, esos momentos me hacen preguntarme quién soy y qué sentido tiene ir siempre un paso por detrás de la felicidad. Sí, ya lo creo, esos momentos que pueden llegar a alargarse durante minutos u horas me despojan de todo sentimiento salvo el de la pena, me envuelven en una gran interrogante blanca, qué sentido tiene. Entonces el infierno se hace palpable, tangible, tridimensional, y no hay nada ni nadie que pueda sacarme de él. Lo sé porque así lo siento en esos instantes, y no hay compañía que me aliene de la soledad o actividad que disuelva las malas ideas, a pesar de las pruebas y de las innegables evidencias de que la vida merece ser vivida en esos momentos empeñaría cualquier cosa por deshacerme de mí mismo. También daría cualquier cosa por sentir lo que los demás sienten, y que el amor que me gustaría sentir constantemente se mantuviera en el aire flotando en lugar de colarse por los huecos de la mosquitera y marcharse tal y como vino, me encantaría querer poder querer entusiasmarme aunque sólo fuera por entretenimiento, y emprender el camino previo al beso sin sentirme un autómata y sin sentir que hago perder el tiempo a los demás. Me encantaría sentirme débil y moldeable, capaz de esconder el rabo entre las piernas a cambio de una caricia humana.

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