martes, 14 de marzo de 2017

—No sé, hay algo que me pincha por dentro, llevo todo el día con esa mierda en la cabeza y ni siquiera quiero escribir sobre ello. 

—Pero lo estás haciendo.

—Supongo que en cierto modo sí. Es un método de escape.

—No se escapa de un oso refugiándote en su cueva, colega.

—¿Qué otra cosa puedo hacer? 

—Suicidarte.

—Escribir. Sólo eso. Escribir.

—¿Qué hay del suicidio?

—¿Sabías que un alma que abandona prematuramente su cuerpo no puede marcharse de este mundo? Se queda vagando en pena.

—¿Es eso lo que le ocurrirá a él?

—Él ni siquiera podrá suicidarse llegado el momento.

—Tienes razón, además ya está casi muerto.



***



—Desde que supe lo suyo siempre llueve cuando le visito.

—¿Hablas de su enfermedad?

—Sabes que sí.

—Mmmm... Es un asunto espinoso. ¿Qué tienes pensado hacer?

—Lo que cualquiera haría. Acompañarle durante el camino y soltar su mano cuando a la suya ya no le queden fuerzas para agarrar la mía.

—Y escribir.

—Te ríes de mí.

—¿Cómo no hacerlo?, no paras de soltar esas mierdas poéticas todo el tiempo como si supieras lo que es el verdadero dolor. Recién empezaste, chico.

—Soy poeta.

—Un mal poeta. Necesitas el dolor para mejorar, así como la muerte mejora la vida. Lo sabes mejor que nadie, y ahora rechazas ese sufrimiento.

—¿Me culpas por intentar ser feliz?

—Hubo una parte de ti que siempre triunfó y te hizo emprender grandes acciones.

—¿Esa parte abominable que me hacía estremecer y autodestruirme? Sí, la mandé al carajo.

—Oye, sin ofender.

—Él mismo me lo dijo, ¿no lo oíste? Él ve mis posibilidades, no tiene sentido malgastarlo todo por un desastroso estado emocional. Hay mucho que aprender de un hombre moribundo.

—Dicen que la muerte te acerca a la iluminación.

—Seh.

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