martes, 7 de marzo de 2017

Me levanto temprano, tan temprano que se le podría llamar tarde, tan tarde que a esa hora no se suele hacer nada. Me he quedado dormido en el sofá viendo la teletienda, han pasado alrededor de tres horas desde que me dormí y todavía están poniendo la teletienda. La teletienda es guay. Apago la tele y me arrastro a la cama, allí fumo un poco, pienso y me hago mis pajas mentales, se hace de día y miro los árboles por la ventana. Salgo a la calle cuando aún no hay nadie, fumo y sigo con mis pajas mentales. Intento alejarme siempre lo más posible de la ciudad, y cuando regreso a ella el Sol ya está bastante alto y la maquinaria gigante vuelve a escupir ruido y humos tóxicos. Compro carne y pan de regreso a casa, cuando llego enciendo el fuego, arrojo la carne al aceite caliente y la cocino en su propia sangre. Rico cadáver de carne muerta más que muerta, salpimentada y sazonada con horror y ajo molido. Vierto cerveza a la mezcla y lo dejo hervir levemente hasta que el alcohol se evapora, me lo como todo con ansias y si acaso repito, estaba sabroso, friego los platos y duermo. Me despierta el teléfono, vente a tocar mamona, dicen las voces, y voy adonde me digan que vaya, es grácil comprobar el absurdo de quebrar un poco el ambiente para formar parte de su ecosistema. De vuelta a casa escucho tres músicos tocando un rollo jazz jodidamente mágico, una tipa pellizca las cuerdas de su violonchelo moviendo todo su cuerpo con ese ritmo loco que me removió por dentro, me ve sonriendo y me devuelve la sonrisa como diciendo eeeeh, cabrón, tú sabes de lo que hablo.

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