Yo querría ser limpio, puro, transparente. Pero estoy muy sucio, tan sucio que la luz ya no me atraviesa. Y no hay tanta diferencia entre mi alma y la sombra que mi cuerpo desprende, que por oscura se confunde en ocasiones con la negrura de la condición humana.
Y a veces siento que nunca voy a estar bien, que algún día me rendiré, que no hay razón, ni modo, ni intención. Y experimento la vida como un trago amargo ahora que sé que puedo enloquecer, aunque en paz, levemente me levanto del suelo. Ahora que siento todo el universo clavarse en mi carne, puedo estar tranquilo en la realidad, es una cuestión de equilibrio.
Aunque padezca por cosas que no existen, inefables o imperceptibles, mi sufrimiento no es falaz ni mis lágrimas son atrezo. Y las más grandes quimeras que contemplo son las que encuentro en mi pensamiento.
Creo en lo que siento porque es el resultado de lo que experimento y no hay otra verdad empírica que la mente pueda narrar, sea el universo una ilusión o no. Soy capaz de comprender los límites de mi entendimiento, soy capaz de sostenerme entre la ignorancia y la demencia.
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