lunes, 13 de noviembre de 2023

Estoy tratando de reparar, con asombroso estoicismo y melancolía, una grieta en mi cráneo por la que se escapan pensamientos que no quiero perder y otros, que no quiero guardar, se cuelan sin embargo como ratas leprosas en el interior de un barco que navega a otro mundo. Renunciar a ti es como renunciar a la luz solar, que alimenta a los vivos y les impide arrebatarse la vida que con pueril esfuerzo se afanan por mantener encendida. Pero resulta ser, por convicción o causalidad, que el mayor de los anhelos es hacia el desapego, y el mejor y más sano amor es el del olvido. Aunque te necesite aquí y ahora, en cualquier momento, en cualquier lugar. Así la gente parece más humana y el mundo menos pueril cuando me encuentro en tu compañía, todo cobra nuevo significado y cualquier cosa reza que sería mejor compartida contigo.

Si este amor nunca muriese, nos preguntamos cuán dulce pudiere ser, entre los espaciosos salones de nuestros delirios reconozco a tu lado que nada puede herirme, y por consiguiente, es tu ausencia lo que me sangra. Sabiendo que amar es compartir, compartimos este dolor, que es tan humano y nos hará desconfiar del resto de nuestra raza. Conforme transcurran los días y las eras, la mayor maldición será permanecer en tu memoria como un mal sueño. Aunque no lo quieras creer te querré siempre pues nunca me diste oportunidad para lo contrario, y además colmaste mi alma de amor como aquel que colma de agua la copa del sediento.

En un cajón de mi corazón, secretamente escondido, con delicadeza y alevosía, te guardo. También tus besos de miel, tu mirada de algodón, tu risa de gorjeo de pájaro. Y es que te encuentro por las esquinas de las habitaciones, en cuerpos desconocidos e incluso en mi propia respiración, cuyo vaho dibuja vagos retazos de niebla que también me recuerdan a ti. Yo siempre me acuerdo de ti, pienso en ti, vivo a través de ti; cual enfermo que goza de los desvaríos de su locura, momentos de lucidez que ahogan un sueño nebuloso que se mantiene flotante. Tú siempre estás ahí. Así la soledad esparce su fina arena de oro sobre mi rostro marchito y su expresión recita, sin palabras, tu nombre.

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