domingo, 14 de abril de 2013

Mi hermano y yo amándonos por el centro de la ciudad.

A veces he llegado a amar tanto la cultura japonesa que sentía ganas de llorar por la emoción al leer un buen manga, al notar esa conexión de dos mundos totalmente distintos a través de un pequeño pedazo de la tradición de otros lugares. Todo se interrelaciona: los recuerdos, las pasiones, los sueños... todo en un pequeño espacio de mi cerebro dedicado a pensar y recordar, que no es tan reducido realmente si considero todo el tiempo que empleo en él. No es raro para mí considerar momentos del pasado y llorar por la más pura y a la vez simple nostalgia, ¿quién no se pasa el día pensando en pretérito?

Pero cuando me doy cuenta de lo absolutamente grandioso que sería para mí poder comprender y disfrutar en primera persona visitando esa cultura, es cuando más rápidamente me percato de lo que podría llegar a extrañar a mi propia ciudad, a mi barrio de siempre, al olor a orina, a la plaza de mi bloque, ¿y por qué no? también a las personas.

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