viernes, 15 de septiembre de 2023

Inadaptado tú, perra

Pego un salto mortal triple desde mi confortable féretro de sábanas blancas (cual vampiro circense), apago un despertador, apagado otro despertador y también apago el último despertador que escondo por la habitación para asegurarme de que me despierto por completo. Prosigo con el ritual más macabro y más veces llevado a cabo en la historia de la humanidad. Me ducho, desayuno, fumo un cigarro, cago, me pregunto por qué tiene que haber tanto dolor en todo lo que veo y salgo de casa para introducir mi cuerpo medio muerto en el coche. Una vez en su interior introduzco la llave en el contacto y la maquinaria cobra vida, ruidos de motor, luces, engranajes que se pelean entre sí y el mismo muelle en el asiento desde hace diez años presionando la misma vértebra.


Aún es de noche, me encamino hacia el trabajo; podría ser una oficina, un taller, un almacén, una fábrica. ¿Quién sabe? Nadie tiene idea, todos hacen. Llego medio tarde pero necesito cafeína y nicotina, así que fumo y bebo café y acabo por llegar completamente tarde. Ficho en una máquina que reconoce mi huella dactilar, a ella no parece importarle que llegue tarde, nadie por aquí parece preocuparse mucho por mí. Las máquinas no se equivocan porque no tienen sentimientos. Eso me gusta, no conocer a nadie, no tener necesidad de mentir o decir la verdad porque no la hay ni siquiera de hablar. Voy a lo mío, al mismo aburrido y sencillo trabajo que podría realizar cualquier otro primate; solo te hacen falta dedos prensiles y aceptar que eres la última mierda del planeta. Así que agarro una PDA, leo albaranes, escojo artículos, preparo pedidos en cajas de cartón y los lanzo a una cinta transportadora que sospecho se dirige a un agujero de gusano de vuelta al pasado para ser vaciadas y rellenadas de nuevo. Después vuelta a empezar una y otra seis días a la semana; como para volverse puto loco. Es una labor aburrida pero que requiere de concentración, lo cual ni siquiera te permite pensar en tus cosas. De vez en cuando alguien me habla, nunca es un jefe, los jefes no se mezclan con los inferiores, y algunas personas están trastornadas y otras no. Las que sí lo están piensan que les espera una vida mejor: mejor trabajo, mejor tranquilidad, mejor dinero. Las que no lo están sencillamente han aceptado que no pueden dejar de ser esclavos. Además, el curro en sí no está tan mal, es monótono y soso, pero no es demasiado exigente.


Me cruzo con una compañera de mi edad y justo en ese momento se oye una especie de alarma que suena de vez en cuando por toda la nave de trabajo. Le digo: —A veces fantaseo con la idea de que se trate de la alarma de incendios y tengamos que huir todos de aquí.


Ella me mira con cara de sueño e indiferencia. Después de unos segundos de silencio contesta: —Es la alarma que avisa cuando la puerta se abre.


—¿Qué necesidad hay de avisar sobre una cosa así? ¿Es que acaso está prohibido salir de aquí?


—Si la puerta está cerrada, sí.


Ella va a lo suyo, yo vuelvo a lo mío, mientras tanto tarareo melodías para tratar de volcar sobre mí mismo algún tipo de falso optimismo que me salve de la más irremediable demencia. De hecho las horas pasan bien, pasarían más rápido si no me dolieran los pies, pero este trabajo es un chollo, he tenido mil peores. Me consuelo. Me engaño. Me pervierto. Hay listas en la zona de descanso donde uno puede ver sus medias de productividad, somos unas quinientas personas haciendo la misma gilipollez todo el tiempo y yo soy uno de los que tienen peor promedio. Solía convencerme de que era superior a la mayoría de personas en cualquier aspecto, pero ahora que lo pienso, si hasta la gente que más solía despreciar sabe hacer algo tan doloroso para mí mucho mejor que yo, entonces tal vez el ignorante, idiota y arrogante sea este menda. Quizás yo sea el verdadero imbécil.


El último día de contrato pienso hacer mal todos los pedidos, vaciar cajas que deban ser enviadas y enviar las que deben ser rellenadas, manipular albaranes y cambiar de sitio los productos de las estanterías. Espero crear un completo caos, que los coordinadores pierdan el norte, que el proceso en cadena colapse y que acaben por demoler todo el colosal entramado de oficinas, naves y almacenes, porque a fin de cuentas, resulte más simple y barato empezar desde cero que arreglar semejante estropicio.


Serú Girán - Peperina (Álbum Completo)

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