jueves, 21 de septiembre de 2023

Despedido por WhatsApp

Todos mustios y con caras de perro. Lo sé, lo sé. La vida es dura y el mundo está jodido. Un pavo de mis años que se quiere matar porque tiene un bebé y no sabe cómo se lo va a montar en la vida, otro tío que me dobla la edad tiene el mismo curro aburrido de mierda que yo y me cuenta los cientos de trabajos y las miles de horas en ellos. ¿Para qué?, para acabar en el mismo pozo que un crío de veinte años. Lo sé, lo sé. Hay que comer, pagar facturas, drogarse. Existen dos sensaciones en esta sociedad, la de tener trabajo y la de no tenerlo. Ambas terroríficas.

Un día cualquiera me despierto, no tengo ningún pensamiento primario, solo ansiedad. La desastrosa sensación de que el peligro me acecha y la adaptación a los ritmos y normas del sistema son imposibles de acatar para mí. Me levanto de la cama, pareciera que el oxígeno en el mundo se está acabando porque respirar supone un gran esfuerzo. Intento desayunar algo pero todavía es de noche y ésto me suele generar náuseas Tomo un té, salgo de casa, voy en coche al trabajo. Voy tarde y ya me dijeron de que no volviera a suceder, así que piso el acelerador y voy a toda hostia. Siento que vuelo, nunca había conducido tan rápido. La sensación de adrenalina y muerte se apoderan de mí, ni siquiera siento ansiedad o miedo, mi único pensamiento es el de llegar cuanto antes. Vuelo, levito, sueño, avanzo. Aparco, corro, ficho, entro. He llegado, tal vez no a tiempo, tal vez me echen, pero mierda, he llegado y eso debe de tener algún valor, ¿no?

Ya en el interior de la nave siento que el tiempo se desdobla y mi concepción del mismo se vuelve ambigua. Pienso sin embargo que es mejor concentrarme en mi labor y así las horas pasarán más rápido, pero diría que transcurren hacia atrás y cada vez que miro el reloj parece que fuese más temprano. Vuelven los temblores, la migraña, la ansiedad, el miedo, el agobio por un futuro incierto, el extraño sentimiento de que mi cuerpo no me pertenece. Soy un inadaptado al que encajar en el sistema convierte en un ser extraño plagado de preguntas e inseguridades. Nada me consuela y todo se siente hostil. Voy al baño para vomitar, pero no vomito. Vuelvo a mi puesto de trabajo pero no trabajo. Mi respiración se acelera, mis esperanzas se agotan, una vez más estoy preparado para mi fin. Hago acopio de valor, acepto todas mis desgracias y me arrepiento de mis malas obras, dispongo mi alma en manos de Dios. Siento que voy a desvanecerme, que voy a convertirme en humo, que un único pensamiento nuevo hará explotar mi cabeza. Justo en ese momento un grito de dolor descarnado me saca de mi ensimismamiento por unos segundos. Me asomo entre los pasillos repletos de productos de toda clase y veo a un chaval que solloza asustado, se agarra su dedo índice sanguinolento mientras un par de compañeros le rodean inquietos. Hay un reguero de sangre en el suelo. Por amor de Dios, ¿quién puede hacerse semejante herida con la oja de un cúter de menos de un centímetro de ancho? Llega un coordinador y decide que hay que llevar al chico al hospital. Tal vez yo también debiera cortarme un dedo para que me lleven al hospital. Yo. Yo. Yo. Solamente yo, y el resto del universo me la suda porque podría ser una ilusión.

Gracias al pequeño evento y a mis viajes al servicio el primer turno llega a su fin, la alarma que avisa para el descanso crea la sensación de que me encuentro en el interior de una colmena zarandeada llena de abejas asustadas y confusas. Todos quieren salir cuanto antes para descansar. Hay algunos que me miran raro por mis extraños movimientos, mi cara de culo, mi soledad autoimpuesta y los espasmos de mi cuerpo. Siento que no puedo más, siento que no quiero querer sentirme de ese modo así que me marcho sin dar explicaciones. Paso por delante de la garita de entrada y el tío de seguridad del edificio me pregunta extrañado adónde me dirijo. «Tío, yo qué sé». Respondo.


Llego a mi coche, trago un par de pastillas. Estoy fuera y mañana será otro día. Es como si el mundo entero no me comprendiera, pero ni siquiera le doy la oportunidad de intentarlo. Huyo hacia adelante y todo lo que queda atrás forma parte de un pasado nebuloso del que no quiero formar parte, porque el individuo que lo experimentó es virtualmente por completo diferente a mí.

Decido dejar el trabajo, al día siguiente llamaría para dimitir y que sea lo que Dios quiera. Prefiero ser pobre a la certeza de que forzar mi mente y mi alma me aporta dinero a cambio de bienestar interior. Tal vez, y sólo tal vez, debiera dedicarme al ascetismo, pues nunca tuve gran apego hacia nada material y siempre tuve la necesidad de trascender mi carne.

Horas más tarde llega un mensaje al teléfono: «Buenas tardes. Nos ponemos en contacto con usted para comunicarle que con fecha de hoy, 19 de septiembre de 2023, procedemos a finalizar la relación laboral establecida entre las partes, por lo que mañana no debe incorporarse a su puesto de trabajo.» 

Soy libre de nuevo, pensé. Libre. Libre de buscar nuevas maneras de vasallaje y esclavitud.


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