viernes, 9 de diciembre de 2011

Tarde de taquicardia.

Regreso cansado del instituto, el día no ha sido muy bueno; pero no importa porque mi recompensa de hoy de toda la semana y de mi sufrimiento padecido en bastante tiempo eres tú. Almuerzo tranquilo, duermo una breve siesta hasta que a la hora acordada suena el timbre de la puerta de casa, y por raro que resulte en mí, me levanto rápido y veloz como un rayo. Son las cinco en punto y ese tienes que ser tú, ¿quién si no?, mi corazón está latiendo a una velocidad exagerada. Abriendo la puerta con llave sin tiempo a preguntar ni observar por la mirilla y asegurarme de quién es el individuo que se encuentra al otro lado, mi nerviosismo aumenta. ¿Cuál es la desagradable sorpresa con la que soy premiado?, no eres tú ese al que esperaba ver. Era una vecina a la que realmente maldije en mis pensamientos en esos momentos, debió ser cómico de ver, pero no importa, te esperaría hasta que Sol se consumiese en sí.

Tumbome en mi cama para descansar después de tal desilusión, mi corazón estaba sobresaltado, quizás más que eso, la excitación, el nerviosismo y la inquietud de verte de nuevo hacen que mi pecho tiemble de taquicardia y por mis irreprimibles ganas de contemplarte de nuevo. Consigo descansar algunos minutos, cerrar mis párpados y mantenerme en duermevela. Alguien abre la puerta de mi habitación, esta vez sí, ¿quién si no? De nuevo me levanto y me precipito, esta vez no hacia una puerta sino hacia un cuerpo, el tuyo.

Mi alma feliz y excitada sustita que disfrute de ti y que tú hagas lo propio conmigo. ¡Qué alegría más grande mi más viejo amigo! Llevamos juntos más de una década, y por siempre. Te quiero, lo sabes.

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