lunes, 7 de noviembre de 2016

Un poeta a través del tiempo

Hubo durante un tiempo un hombre que pisaba la tierra por donde caminaba, respiraba el aire que inhalaba y escribía los versos que la providencia le mandaba. Ese hombre era un poeta con mil musas en cada ápice de cualquier sustancia viva o inerte, pero con solo una dentro de los parámetros mortales. ¡Polvo somos y en polvo nos convertimos!, decía, ¡así que yo solo puedo amar al polvo! Y tan supremo era el querer que sentía por su amada, y tan profunda la pasión que le procesaba, que cuando ésta se marchó por siempre nuestro poeta pensó que jamás volvería a sentir lo mismo.

¡Qué arda mi cuerpo en el caldero eterno si es menester para que yo pueda abrazar mi alma gemela una última vez!, decía. Pero Dios, aunque siempre benevolente con él, en esta ocasión no le otorgó lo que pedía.

¡Si tengo que desafiar las leyes, no dudes que lo haré! Tú que eres sabio, viejo y manso, ¡prepárate pues para ver! Y la ira y el dolor por vez primera le sirvieron de combustible para hacer trabajar la mente en lugar del corazón, y su despecho era tan grande que su amor se convirtió en inteligencia y fabricó una máquina que le permitió viajar al pasado.

Lo hecho, hecho está, y no pudo comprender el pobre infeliz que el tiempo es lineal y que la tinta que se evaporó no regresará aunque retrases el reloj, por lo que su amada no sólo murió de nuevo en una capa inferior del espacio-tiempo, sino que no pudo disfrutarla como él quiso ya que en el tiempo pretérito su otro yo ya ocupaba su tiempo, y no él. Fue entonces que se percató de que odiar a Dios es odiarlo todo, y que personificarlo es un error común dentro de la psicología humana.

Fue el poeta hasta el altar y susurró. Sé que puedes oírme y que en tu transparente piel sientes el mismo dolor que siento yo en el corazón, pero si sufres como yo sufro no entiendo cómo pudiste hacernos esto.

Y Dios le contestó. Muchacho, si tuviera piedad de todo aquel que sufre más sufrimiento habría. Y no temo tanto al dolor como a la carencia de conocimiento, que por otra parte sin dolor no puede existir.

Y el poeta insistió. ¿Y qué sentido tiene guardar luto en vida, y devoción, y amor por los muertos y llevar una existencia decaída para que por resistencia y esfuerzo tú nos otorgues el descanso eterno? ¿Qué sentido tiene llamarle a esto vida si más que al cielo se semeja al infierno?

Entonces Dios calló y pensó, y su pensamiento en forma de respuesta llegó a la mente de todos los mortales. Porque aquel a quienes ustedes llaman Dios durante el día viste túnicas blancas, y por la noche luce cuernos y patas de cabra.

Así como la vida y la muerte están unidas, también lo están el bien y el mal.

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