martes, 28 de junio de 2022

La llamada

Tuve la sensación de que los mundos giraban a mi alrededor y bebía del infinito, mi cuerpo se descompuso en partículas diminutas y estas, a su vez, en fibras extraordinariamente finas que acabaron por desaparecer en el aire, mi mente se evaporó al contacto con el mundo real y toda mi alma se derramó en el interior de un recipiente hueco que llenaba por completo casi hasta rebosar. Sentí un gozo sin fin, podía verlo todo, saber lo que quisiera, hacer cualquier cosa que pudiera imaginar. Pero simplemente permanecí impasible, sereno, observando el universo entero desde mi cama, disfrutando de la creación sin más necesidad que la de contemplar semejante espectáculo. La conformidad, me dije, es algo que sólo el dolor puede traer, el bien es impulsado por el mal. Sonreí inducido por ese pensamiento, a continuación solté una leve risa, después estallé en carcajadas y todo el cosmos reía conmigo, éramos como el individuo que observa su reflejo con la conciencia de que no hay diferencia alguna entre lo que se es y lo que se observa.


De mis ojos brotaron lágrimas de emoción, pude sentir como todas las galaxias y los cuerpos celestes que las conforman experimentaron la misma sensación. Todos los secretos de la eternidad estaban resueltos para mí, ya no tenía forma, no tenía sentido temer a nada porque todo lo conocía. Entonces el miedo al dolor, la soledad, incluso el suicidio; todo cobró una perspectiva terriblemente cínica y la mera existencia material era como un chiste. No hubo diferencia para mí entre el sueño y la vigilia, la imaginación y la realidad, la vida y la muerte, el pasado, el futuro y el presente; cada ejemplo simulaba representaciones de la misma unidad. Uno era parte de esa cosa única y excepcional, pues existía en el interior de sí misma y su grandeza podía resumirse en un grano de arena. Los minutos no pasaban, simplemente ya no tenía sentido pensar en un principio y en un fin puesto nada dejaba de existir o existía por primera vez, el concepto de tiempo carecía de utilidad pues este no podía definirse como una línea recta. La inmensidad sin fin de toda la creación no era más que una ficción, un teatro, una sátira.


Aquello era bello, hermoso, era imposible de describir, algo inaudito. Di las gracias un millar de veces desde lo más profundo de mi alma, canté con voz sorda el santo nombre del Señor mientras recordaba todas las tribulaciones y errores que me habían sofocado durante esta vida y las anteriores. Sonreía de nuevo, sollozando feliz, lleno, completo. El destino se había manifestado, la providencia me amaba y yo amaba al resto de todas las cosas que existen, existieron y existirán incluso en los planos más bajos y oscuros planos de la existencia, del mismo modo que había aprendido a amarme a mí mismo.


De pronto, de igual modo en el que aquella manifestación divina se mostró ante mí también se marchó. Sentí la inercia de quien atraviesa de espaldas un túnel estrecho a velocidad pasmosa, luces de colores que no conocía se precipitaron alrededor de mí en dirección opuesta a la que yo me dirigía. Traté de agarrar con mis propias manos aquellos símbolos, fractales, formas imposibles que mi comprensión no alcanzaba; pero ya no tenía un cuerpo físico, sólo podía ver lo que transcurría ante mí. Un estímulo exterior, propio del mundo material, acabó por devolverme a la realidad en un instante, sin duda a esas alturas era perfectamente capaz de discernir entre un hecho de origen divino y otro de proveniencia material. Se trataba de la sintonía jazzy de mi teléfono, algún malparido había interrumpido mi viaje con una llamada. Aún atónito y con el pecho encogido agarré el aparato.


—¿Quién habla?

—Vi. ¿Dónde estás?

—¿Quién coño eres? —Pregunté todavía desconcertado, aún sabiendo que había vuelto a «la realidad» no podía estar seguro del todo.

—Soy Marco, el que te da de comer. —Marco era mi jefe, un despiadado empresario explotador con un claro síndrome narcisista que se autoproclamaba comunista.

—Ah, Marco. Lo siento, estaba teniendo un sueño extraño y me he despertado muy atontado. -Dije fingiendo arrepentimiento por mi ordinariez.

—¿Estás disponible ahora mismo?

—¿Disponible para qué?

—Para ayudarme con un trabajo. —Respondió con tono quejoso, como solía hacer, demostrando sin pudor su desprecio por cualquier conversación que pudiera resultar beneficiosa para su fin pero tediosa para su sosiego, especialmente con individuos a los que consideraba inferiores. Inferiores como yo, un simple subordinado, o como el noventa y cinco por ciento de la población mundial.

—Aguarda un momento. ¿Qué día es hoy? —Pregunté, esta vez realmente aturdido. ¿Podría haber transcurrido más de un día desde que emprendí mi viaje interdimensional?

—Hoy es Domingo, Vicente. —Respondió, de nuevo con voz cansada e irritada, ya que detestaba tener que decir cualquier cosa que a él le pareciera lo más mínimamente obvia.

—¿Cómo? —Dije absorto. No me lo podía creer, ese hijo de un camión lleno de mil putas me había sacado de la fantasía más maravillosa que un alma puede experimentar para ayudarle con alguna de sus chapuzas de mierda a cambio de una miseria.

—Joder, Vi. Te pregunto si vienes a echarme una mano con un trabajo. —Esta vez subió el tono de su voz y pude entrever cierta ira, pero él sabía que su niñería no era lo suficientemente afilada para atravesar mi coraza de apatía que nunca descolgaba de mi cuerpo.

—Mira, Marco, dos cosas: estás loco y no vuelvas a llamarme en un día libre para hablarme de trabajo. —Colgué enseguida.

Menudo bastardo mamonazo cabrón asqueroso ladronzuelo y sucio patán, si de por sí el Domingo siempre es un día jodido, el muy mierda me lo había estropeado del todo. Al día siguiente, Lunes, buscó una excusa que no recuerdo y me despidió.


Espero que cuando abandone este cuerpo por fin, solía pensar, no vuelva a ningún otro jamás.


João Gilberto - Amoroso (Full Album)

No hay comentarios:

Publicar un comentario