jueves, 25 de mayo de 2023

El Coño Flotante

Casi todos los hombres de la aldea trabajaban en la mina, había sido levantada con objeto de dar cobijo a los trabajadores y a sus familias, poco a poco el negocio prosperó y más y más inversores querían su parte del valioso carbón que se extraía, por lo que el asentamiento creció a marchas forzadas en pocos lustros. Mi padre también fue empleado de la mina, hasta que un fatal accidente se lo llevó a la otra vida junto a un amplio número de compañeros. En semejantes condiciones, entre páramos y altas montañas, aislados del resto de la civilización, muchas madres morían de melancolía unos años más tarde de la pérdida de sus maridos. De ese modo los niños huérfanos teníamos que ocupar el puesto de nuestros progenitores o aceptar la muerte (o la miseria en su lugar), por suerte yo ya tenía nueve años cuando mi padre falleció, así que aceptaron, no de buena gana, que le sustituyera. Con frecuencia desempeñaba las peores tareas, cobraba el peor sueldo y trabajaba más horas que los adultos, pero me sentía feliz de tener la posibilidad de seguir adelante gracias a mi propio esfuerzo. Dios me había dado otra oportunidad.

Una noche helada del Invierno más frío que puedo recordar, mientras me dedicaba al mantenimiento de las maquinarias de elevación del material extraído de las entrañas de la tierra, me mandaron al pueblo, a unos dos kilómetros de distancia de la mina, para comprar algo de comida para mí y el resto de compañeros del turno nocturno. Me dirigí presto como un perro obediente a la posada y el tabernero ya tenía preparada las raciones, como era de esperar, pues en un lugar como aquel ni siquiera la muerte alteraba el sagrado orden establecido por la rutina que nos envolvía a todos sin excepción. De regreso, subiendo la enorme y empinada cuesta que servía como nexo y frontera entre el pueblo y la mina, pude vislumbrar por unos instantes un fogoso destello ocultarse entre las nubes mientras descendía a gran velocidad. Cuando llegué a la mina, corriendo como un loco, traté de explicarle a los hombres lo que había visto, sencillamente la mayoría no prestó atención y aquellos que sí lo hicieron no creyeron las palabras de un crío. Sin pensarlo demasiado, aunque sabía que me arriesgaba a recibir una paliza, me escabullí de mi puesto de mantenimiento y salí a cielo abierto tratando de encontrar esa luz. Para mi sorpresa se encontraba a unos cientos de metros justo sobre mí, distinguí que se trataba de una figura humana que flotaba en el aire como si se sumergiera en agua. Me percaté, en un cálculo mental veloz y casi instintivo, de que la trayectoria de su vuelo llevaría aquel cuerpo justo hacia el interior de uno de los agujeros de la mina que conducía directamente a galerías abandonadas años atrás, que daba la casualidad de ser uno de los más profundos y peligrosos, pues muchos mineros habían muerto en su interior a causa de derrumbamientos y alguna veta abierta de gas tóxico.

Lancé mi casco y mi cinturón de herramientas al polvoriento suelo repleto de hollín y corrí tan rápido como pude al encuentro con lo que pensé que podía ser un ángel. Pobrecito, pensé, le han echado del Cielo y por si fuese poco va a aterrizar en uno de los lugares más solitarios y muertos del planeta. Llegué a tiempo con sólo unos metros de ventaja con respecto al cuerpo flotante antes de que éste se introdujera en el agujero, me encaramé a una vieja y oxidada verja colocada alrededor del propio foso para impedir que los borrachos cayesen dentro, estiré mi cuerpo tanto como pude hasta que crujieron mis vértebras y agarré el extraño atuendo del humanoide flotante. Entonces di un tirón y lo atraje hacia mí, no pesaba casi nada, y de nuevo me pareció que aquel cuerpo se movía por el aire como si este fuese un denso fluido que le permitía ser arrastrado por la rivera de un río. Cuando ambos nos encontramos sobre el suelo sólido fuera de peligro sostuve el cuerpo en brazos, toda la piel resplandecía como el oro alumbrado por la luz del Sol, pero era particularmente un collar que colgaba de su cuello lo que emitía un destello casi cegador y una energía que sin duda le permitía flotar de aquella manera, como si no tuviera obligación de lidiar con la gravedad. Unos segundos después toda luz o reflejo se esfumó de su cuerpo y pude ver que se trataba de una chica más joven que yo envuelta en un vestido azul de una sola pieza, con un largo y denso pelo negro y un colgante cuyo talismán tenía forma de lágrima y lucía un extraño y exquisito símbolo tallado en él que jamás había visto antes. A continuación perdió toda capacidad de levitación y sentí todo el peso de su cuerpo caer sobre mis brazos, lo que casi me hizo retorcerme directo al suelo mientras aún la sostenía a ella. Su rostro era hermoso, y aunque se encontraba inconsciente, su expresión era de extrema melancolía. Comprendí que ser expulsado del paraíso nunca es fácil. Dejé su cuerpo al resguardo del frío en el interior de una de las casetas exteriores en las que guardábamos algunas herramientas, lo tapé con cariño y delicadeza con una manta y fui a por mi cena para dejarla a su lado por si despertaba. ¿Se alimentarían los ángeles de materia ordinaria?

Al regresar a mi puesto, gracias al cielo, nadie había reparado en mi ausencia, por lo que terminé mi turno con tranquilidad. Cuando ya casi amanecía me dirigí al depósito de herramientas y allí estaba ella, todavía dormida y más pálida si cabía. Como no había médico ni nada parecido en el pequeño pueblo y las familias que quedaban no querían (ni podían) hacerse cargo de las fatalidades que a los huérfanos nos hostigaran, me dirigí con ella a mi destartalada casa en la que vivía solo desde la muerte de mi madre, unos años más tarde que la de mi padre. La tumbé sobre la antigua cama del dormitorio principal, de nuevo dejando la ración de comida a su lado y yo mismo me fui a dormir tan agotado como una mula. Cuando fue pleno día desperté y me asomé a la habitación donde el ángel descansaba, seguía sin dar señales de conciencia, así que comprobé su temperatura corporal y el pulso, todo parecía estar en orden. Estaba acostumbrado a socorrer a compañeros en las minas que perdían el conocimiento por toda clase de accidentes, en la medida de lo posible me enseñaron a identificar lesiones internas, derrames o roturas de huesos, pero examinando el yerto cuerpo no pude hallar ningún tipo de complicación. Simplemente era una chica dormida en un profundo sueño, incluso su respiración parecía normal, aunque esa mueca de tristeza desesperada seguía marcada en su cara. Me partía el alma, me hacía sentir terriblemente triste y bendecido, como aquel al que se le encomienda una misión sagrada que por otro lado sólo puede traer penurias.

Salí al exterior de la casa, trepé por los barrotes de una ventana y subí al tejado para tocar la trompeta. En ocasiones algunas aves estacionarias parecían disfrutar de la música y volaban sobre mí dibujando amplios círculos en el aire. El ángel se despertó y me llamó por mi nombre, la invité a escalar hasta mi posición y comenzamos a hablar en una lengua muerta que comprendía pero no recordaba. Me contó acerca de sus orígenes y el pasado de su pueblo, una sociedad y cultura perfectas en las que el hombre había adoptado una vida tranquila y pacífica basada en la iluminación espiritual. Por alguna razón, que ella no podía definir con total seguridad, un evento catastrófico la obligó a huir del lugar y dejar a su propia familia, decía con lágrimas en los ojos. Entonces agarré sus manos con las mías y las puse muy cerca de mi pecho, le prometí que desde aquel momento no pasaría un solo día en el que no le prestaría mi ayuda para que lograse su retorno a casa. Fueron las palabras más sinceras que pronuncié en toda mi vida.


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