lunes, 29 de mayo de 2023

El pozo de la existencia

Me miró directamente tratando de encontrar sus ojos con los míos, pero yo seguía fijando mi atención en la pared del edificio. No te acostumbres a vivir así, tienes que esforzarte por sentirte bien, me decía. Pero para entonces ya hube aceptado una nueva manera de sentir la realidad, un modo distinto de percibir y lidiar con el entorno, pues sentimientos tan básicos como la tristeza o la ira ya casi no significaban nada, aunque pudieran influir poderosamente en mí. Era complicado no amoldarse a ello luego de tantos años, si no imposible volver a entender la existencia desde un plano similar al anterior.

No tenía verdadera intención de acabar con mi vida, poco tiempo antes había decidido ponerla en manos de Dios, el destino, el Brahman Supremo o la Divina Providencia (quien quisiera encargarse), acatando así cualquier sufrimiento que volcara sobre mi alma. Sin embargo estaba por completo seguro de que permanecería en ese cuerpo no por mucho tiempo, aunque la muerte en sí misma resultaba lo menos preocupante, en mi interior sí que me destruía por anticipado el dolor que podría causar en aquellos a quienes amaba. Me sentía roto en mil pedazos y cada día era un combate contra la melancolía más afilada y amarga, un vacío oscuro y desprovisto de luz y color al que observaba día y noche, minuto a minuto, alimentando así una agonía que sin duda me convertía en mártir supremo de la nada absoluta.

¿Estaba perdiendo la cordura? Era difícil de averiguar, pues todo baremo con el que medir o conjeturar acerca de mi estado mental había simplemente quedado obsoleto, como quebrantado, roto, inútil, desaparecido. Nunca antes las tinieblas del pensamiento se habían disipado ante mí tan formidablemente, podía ver casi a través del tiempo y el espacio, más allá de dimensiones imposibles superpuestas unas sobre otras en finas capas adoptando cobijos y formas cuánticas. Las circunstancias me situaron en ese plano del entendimiento mucho antes de ser capaz de despegarme de la carne y de la recompensa de las actividades fruitivas. Me estaba sumiendo lentamente en una especie de lúcida locura en la que me dejaba sumergir sin oponer resistencia, sin ser del todo pragmática, dejaba conscientemente de ser yo, tal vez para fundirme con el todo o viajar en espíritu a planetas celestiales de realidades lejanas.

Había decidido no poner fin a mi vida, ya que al fin y al cabo el cuerpo material se deshace con el tiempo, pero el alma espiritual es inmortal, intangible e inevitable. Cualesquiera que fuesen mis pesares, habría de enfrentarlos tarde o temprano, así como los evité durante millones de vidas pasadas también me perseguirían en las millones posteriores.


John Frusciante - The Empyrean

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