sábado, 22 de febrero de 2014

Yonki de día, drogodependiente de noche.

Acudo a la consulta de mi psicólogo con la devoción con la que un feligrés asiste a misa cada domingo. Sólo tengo palabras de agradecimiento e impotencia, porque recuerdo mis diez días en África, las quince cosas de Verano, esas noches en las que ella me hacía todo aquello por a saber qué motivo, las tardes por el centro, las borracheras, las madrugadas de empachos...; ¿qué más puedo desear si tengo recuerdos tan agridulces? Odio mentir cuando me preguntan qué tal me va, pero decir la verdad implicaría soltar todo a personas a las que no les incumbe, y no puedo pretender explicar por qué estoy buceando en este fango en cinco minutos, ni tampoco que lo entiendan.

Siento profundamente que durante todo este tiempo ninguno de ustedes haya sido capaz de entender que estaban queriendo y dejándose la piel por una causa perdida, por una manzana podrida, una oveja negra que no puede rechazar su condición; porque además de triste la hace distinta, y eso es lo que desde siempre ha importado en cuestión, traer algo de frescura.

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