jueves, 5 de junio de 2014

A este mundo somos arrojados.

Voy, vuelvo, parto y regreso de nuevo. Todo es un asqueroso ciclo del que saco más preguntas incontestables que respuestas reveladoras. Vuelve Verano, y con él el seco y pegajoso aire del Sáhara, mis recuerdos quebradizos y la sensación de ensoñación. Ah, tantos errores que cometí sabiendo la naturaleza tan perjudicial que estos tendrían sobre mí en el futuro, y aun así me lancé al vacío tantas veces sólo por la efímera satisfacción que proporcionaba un beso, un abrazo fuerte o simples palabras lascivas que nacían en su boca y yacían en mi oído. Ave María, que vuestro dios me libre de ser tan compasivo con el resto como lo soy conmigo, o más bien consentido, porque en un arrebato puedo prohibirme decirte la verdad pero no matarme. ¿Dónde estás cuando voy de pícnic a las lunas de Saturno, cuando cruzo el cinturón de Kuiper porque estoy falto de calor o cuando Orión y sus canes me persiguen hasta Andrómeda?


Estoy perdido en un vacío en el que no existe el tiempo ni la materia, tan sólo el incesante eco de miles de cuestiones que hacen escombros mis pensamientos. Dime, ¿serás tú quien ilumine mi camino y no mi faz?, ¿serás tú quien logre convencerme de que soy un genio nunca visto y no un loco mal nacido?

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