lunes, 25 de enero de 2016

El peligro se acerca en forma de sutiles contoneos, la tierra baila y nosotros rezamos. Llegada a mí como una bala perdida de algún tiroteo lejano, se aloja en mi bazo y la sangre empieza a brotar. De mi defunción entonces surge la vida, que se abre paso a través de gusanos y mis vísceras podridas recordándome de ese modo la manera en la que la muerte también debe ser vivida. Oprimo cada segundo pero los días se me escapan, los fantasmas que me visitan se llaman desidia, miedo y cobardía. Pero aún sigo aquí que es lo importante, y quién lo diría, seguro que más de uno a estas alturas me hacía bajo un puente o pidiendo limosna. Me siento brutalmente patético cuando miro al cielo y por algún motivo el mundo me parece un lugar tan plácido, y diría que nada es capaz de dañarme, regreso a casa borracho recorriendo el camino que la tenue luz de las estrellas me indica y por instantes confío por completo en el destino que me espera. Durante la avalancha las rocas podrán quebrar mis huesos, pero la muerte jamás podrá herirme.

Sigo parado frente al espejo esperando a que algo ocurra mientras contemplo mi reflejo, ¿seguirá luciendo igual cuando no lo estoy mirando?

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