miércoles, 13 de enero de 2016

Tendida sobre la cama pareciera como si los bordes de su blanca piel se difuminaran dentro del blanco impoluto de las sábanas creando un cuadro viviente. Está dormida, como criogenizada, como si su cuerpo fuese la puerta a otra dimensión en la cual no existe el tiempo; pero la manera que un animal percibe el mundo jamás llega a ser acertada, por lo que por mucho que alcance la imaginación ella se está muriendo inexorablemente. Por unos tubos conectados de un extremo a una máquina y de otro a su cuerpo se le administran dosis de vida, gotita a gotita, así mengua su dolor, así aletarga la muerte. Los días transcurren, y consigo las semanas y los meses, pero ella siempre está allí tumbada entre las mismas cuatro paredes y bajo el mismo techo. Diría que es imposible que la simple división de unas células puedan arrebatar una vida, y por consiguiente, otorgar en forma de fuego candente la cicatriz permanente que deja en la memoria. En un monstruo, es un diablo, es el mensajero de la destrucción que muestra implícito que en el sendero de la vida el recorrido siempre comienza y termina en la muerte, luciendo belleza y dolor. Es el cáncer. 

Contemplo el sufrimiento en su mirada como el sentenciado a morir en la hoguera contempla el fuego, porque cuando la enfermedad queme su cuerpo su alma se escapará de mis brazos. Me mira directamente y esforzándose para hablar me dice "querría estar muerta", entonces el silencio se quiebra y mis ojos lloran hacia adentro, pero ella aún sonríe porque yo sonrío. Ella tiene cinco añitos, y me está diciendo adiós.

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