miércoles, 13 de agosto de 2014

We just blew it, and I'm not sad. Well I'm mad, well I'm bad.

Hablemos de aquellos tiempos en los que no disfrutaba (o me saciaba) de derramar mi propia sangre, antes de probar el adictivo brebaje que emanaba de tu antigua boca y se colaba entre los huecos de tu antigua dentadura, mucho antes de consumir, mucho antes de perder la fe y comenzar a creer que no hay espacio para mí. Estaba acostumbrado a ver los gramos pasar delante de mí, pintaba paredes y esbozaba maneras indoloras y rápidas de quitarme la vida; tan sólo era un simple juego que más tarde cobró seriedad, una corriente por la que me dejaba arrastrar. 

Este aroma, ah, el de las noches en vela escrutando el techo con la mirada seca como del que se oye llorar, el del impertinente sentimiento de tratar a llegar a comprender la muerte; pero no puede comprenderse lo que no que no se experimenta. Tal vez, en la tristeza me siento completo porque me da la clarividencia de mis actos y mis pensamientos, o quizá sólo sea un espejismo, por eso vacilo y voy de un lado a otro de la línea. Y tal como aprendí me pregunto si todo es una invención, un teatro, y que yo, formando parte de un macabro espectáculo, soy el único actor; y permanezco sobre el escenario para hacer reír, ¿a quién? Si ni siquiera puedo confiar en mis sentidos, y lo único que tengo por certeza son mis propios pensamientos, ¿cómo pretenden entonces que acate sus normas, que crea en sus divinidades, que confíe en la extraña recompensa que me ofrecen? Yo no quiero oros, cadenas, ni tesoros; la auténtica recompensa es eliminar la necesidad de dicho reconocimiento, y eso nadie puede dártelo.

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