domingo, 7 de diciembre de 2014

Inspiración no llega, así pico a su timbre y acudo a ella, no contesta; pego a la puerta. No contesta. A través de la mirilla puedo percibir aún la pesada gravedad de su ojo, lo sabe. Y para deshacerse de tal embarazoso sentimiento, de ira y desesperación por esconderse y devolverme todo lo que me ha quitado, introduce la llave en la cerradura girando hasta tres vueltas hacia la izquierda y apoya su mano en el picaporte, dejándola caer y dejando entrever esta vez sí su mirada a través del aire. Avanza un paso colocándose frente a mí, tiene un olor único que sólo consigo recordar cuando de nuevo lo compruebo, como uno de esos rostros de alguna persona importante que no logras diferencias en la bruma de tus recuerdos, pero que cuando lo tienes delante no hay duda que quepa, se trata del mismo. Cierra la puerta con un leve empujón, me coloca la correa; bien atada, bien fuerte, y a modo de indicador tira levemente de la cuerda para que empiece andar, pero lentamente, todavía no ha llegado el momento de ahogarme. "¿Por qué sólo me visitas de madrugada, colocado, dolorido, impermeable; y jamás cuando invierto en mi felicidad?". No habla, no deja hablar tampoco porque su silencio es un muro con pinchos, que permanece yerto pero siempre arrolla.

Por eso cuando ella no viene yo voy a ella.

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