lunes, 8 de diciembre de 2014

Verso, estribillo, verso.

Mis pensamientos racionales (los pocos que perduran) se deshacen en una nebulosa de miedo y fascinación, de carencias y apreciaciones. Ellos son la bilis que vuelven a mi paladar, como queriendo ser de nuevo examinados, intentando mostrarme algo que no soy capaz de ver. Vuelven las arcadas, ya ni siquiera me importa demasiado pasar un día sin droga porque todos los días son estáticos y repetitivos, sin ningún tipo de problemas, aburridos y sedentarios. Reproches de mí para mí, mensajes con un mismo nombre escrito en el remitente y el destinatario: soledad.

Verso, estribillo, verso. El tiempo es cíclico, la suerte la maneja una rueda que en movimientos bruscos te hace precipitar admirando el umbral del miedo, superponiendo emociones tratando de seguir en pie. Soy Ignatius Reilly, enfermo y esquizo, escribiendo en un sucio rincón mi biblia personal, demoliendo todo aquello que ellos creen hormigón y dejándolo a la altura del barro. Soy un loco, parapléjico sentimental incapaz de salir del pozo, mis extremidades no responden porque llevo demasiado usando sólo el cerebro. Y si este no es el mundo real no sé cómo he podido acabar aquí, rodeado de tanta incoherencia más que de injusticia, eso no me importa, ojalá todos fueran igual de racionales que imbéciles.

Cada día me precipito un poco más, atado a un invisible hilo de pesca todavía a este mundo tortuoso. Hoy continuar viendo algo bueno en las personas se hace más complicado que ayer pero menos que mañana. Lo conseguí, soy un pobre inútil; lo logré, he llegado hasta el fondo, ¡ese cómodo lugar al que todos mis viejos y falsos amigos vaticinaron que conquistaría algún día!, ¿tal vez he llegado demasiado temprano?

Brindemos por aquellos que aseguraron mi derrota, y que con presuntuosa frivolidad estiraron sus labios al verme tirado sobre el fango.

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