miércoles, 3 de diciembre de 2014

Paseo de aquí allá, admirando la belleza, no intervengo en ella, hay cosas que no deberían ser tocadas. La mano infecta del hombre, que todo lo pudre con intención de nutrir para un futuro mejor. Príncipes de la misma soberbia, o de la valentía.

No, yo no. No, yo jamás desperdiciaré mi presente preparando mi futuro, un extraño parámetro de medición del tiempo que nunca entendí.

Más allá de los kilómetros luz, los eones y la propia muerte perdura el amor (que también es odio, egoísmo; voluntad de poder en definitiva), que nos hace romper las cadenas de lo implantado con pinzas en nuestro interior; y a la vez de justo lo contrario. He logrado ver o atisbar un reflejo, proviene del brillo cegador que desprende la dualidad del amor, de la eternidad, de la destrucción, de la vida y de la muerte. Tal vez, al igual que todos aquellos que durante milenios se han estado ocultando tras las espaldas de un ente sabia y benevolente, yo, pido auxilio y se me es concedido como una ilusión, un sentimiento de paz sin duda inspirado por el desasosiego inherente y sutilmente inevitable al que como humanos, como animales y como mortales nos vemos atados. ¿Cómo trascender entonces, de qué manera saltar y alcanzar el cielo?

¿Qué ente malévola nos hizo propensos y tan increíblemente capaces de imaginar, pero tan débiles e inexperimentado para poder volar?

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