jueves, 9 de abril de 2015

Devoto voluntario de la cárcel del cuaderno, dejo correr la sangre por mis venas y estos renglones se escriben solos. Hoy vuelvo a sentarme frente a una pila de hojas blancas, para escribir por los que no escriben pero sí lo sienten, para los que sufren y no dicen media palabra sobre la verdad que están encontrando, porque saborearla en silencio es mucho mejor. Más de una vez me tomaron por tonto, y más de una vez no hice nada para solucionarlo; mírenme, no tengo músculos, no soy guapo, pero tampoco tengo nada que demostrar. Todo lo que soy se esconde detrás de esta funda de piel. 

Podría parecer absurdo que la libertad de un hombre amenace a la del resto de la humanidad, sollozando, lidiando con esta realidad insana. Podría parecer absurdo que un hombre elija ser libre matándose poco a poco, pero tal vez no existe una meta y yo mismo tenga que marcar la mía, en un mundo perverso en el que odio se combate con rencor.

Admiro mi reflejo (me odio y me admiro) y el individuo del espejo luce como un desconocido, no leo el brillo en sus ojos. Puedo estirar mi cuello y hacer apuntar mi nariz hacia mi cénit, tal vez corte mi riego sanguíneo y por eso me marcho por unos segundos, aunque no sabría decir a ciencia cierta. Más tarde vuelvo y no recuerdo nada de lo que hice. El tiempo y el espacio se compenetran formando una mezcla homogénea por la que puedo avanzar a través de los eones y las distintas capas de la realidad.

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