martes, 28 de enero de 2014

Mentes en conserva.

Aquello parecía otro mundo, costumbres distintas, bromas extrañas y apodos absurdos, allí todo era diferente y todo lo hacían diferente. Siempre me comporté respetuosamente desde que llegué, devolvía los cigarros que me pasaban y sonreía a sus chistes y chascarrillos sacados de otro universo; tenía la impresión de que se portaban conmigo simplemente porque no tenían motivos para hacer lo contrario. Eran una gran pandilla, a algunos los conocía de vista de años y años atrás, jamás me imaginé que este cambio en mi vida supondría conocer a esos muchachos que antes no eran más que desconocidos. Una tarde, Chabolo, que apodaban así por algún juego de palabras sin gracia tan propio de su grupo, dijo "Chicos, esta tarde juego una buena mano", todos los chicos reían y le felicitaban, "Vaya, Chabolo, ¿otra vez? Parece que la cosa va bien". Lo cierto es que a la mayoría de los comentarios no les prestaba atención, hablaba más bien poco con ellos, pero tampoco lo veía necesario, éramos muchas bocas y no se notaba la ausencia de mis palabras. Chabolo eran un muchacho delgado, casi escuálido, con pelo corto moreno y un pendiente, resultaba que se había puesto de moda por aquellos panoramas. No era excesivamente respetado ni tampoco ridiculizado, pero su influencia en el grupo era bárbara, todos le querían, todos le apreciaban.

Después de algunos meses ya había pasado tiempo suficiente para darme cuenta de que aquel no era mi sitio, ¿pero se habían percatado los demás? Tal vez, pero si así era nadie se molestaba en hacérmelo ver, tampoco me pareció que nadie me despreciara; probablemente estaba con ellos para mantener la mente ocupada, curiosamente con ellos apenas articulaba palabra o gesto, pero no podía estar pensando en todas aquellas cosas que me arrastraron a ese lugar, mi cabeza estaba entretenida.

Los días pasaban, y uno tras otro Chabolo no paraba de repetir "Hoy he vuelto a jugar", a lo que respondían los demás "¡Vaya!, ¿qué has jugado?", "Póker de ases por lo menos, diría yo", decía con total egocentrismo mientras chocaba las manos de sus compañeros. Con frecuencia aparecía en el atardecer, sí, justo después de jugar. No me interesaba el significado de "tener una buena mano", ¿qué me importaba a mí? Un fatídico día me comprendí qué carajos significaba esa expresión, significaba como decíamos en mi barrio "pillar cacho", "ligarte a una pava", "enrollarte con alguna"... Tiempo después me enteré que yo jugaba hacía tiempo esa misma mano, pero no la supe aprovechar, arruiné mi futuro y las ganas de labrarme otro sólo por un póker de corazones rotos. Entonces aprendí que las desgracias no tienen piernas, pero siguen a sus dueños para seguir atormentándoles aun años más tarde.

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