martes, 28 de enero de 2014

Siempre parece que lo bueno me pasa por enfrente.

Todas las noches mi mente se esfuerza por no romperse, por recoger todas las migajas de esperanza e ilusión que aún permanecen desperdigadas en mi interior, ¿no lo entiendes?, cada noche trato de mentirme a mí mismo para no ver las cosas que me hacen triste. A veces pienso en llamarte, en coger el teléfono, ¿y decirte qué?, ¿que te echo de menos?, eso no lo creería nadie. Vine a la vida llorando y me marcharé suave.

Con frecuencia, durante mis largos paseos matutinos por el centro de la ciudad con la mochila y los libros a cuestas con muchísimo tiempo que perder, llego a ese cenit maldito en el que alcanzo a vislumbrar el nacimiento de aquellos traumas y carencias que me condicionan desde mi infancia; pero no hay nada que no cure el suave aroma del primer cigarro de la mañana, sutilmente rodeado de almas en pena que andan con prisa y ajetreados siguiendo el camino marcado.

No tengo necesidad de comunicarme con mis nuevos compañeros, tampoco con la mayoría de los antiguos ciertamente... pero no me llenan sus chistes ni sus risas, ni que quieran saciar su vacío a costa de mi desgracia, no quiero ser carne de cañón. "Manu, ¿qué te pasa?", "Manu, ¿por qué no vienes a clase?", "Manu, ¿estás triste?", a Manu sólo le importaba Manu, y ha dejado de importarle, así que no pregunten más. Me levanto, me drogo, río, vivo y duermo con el miedo, por favor madre, no llores más, hago lo que puedo.

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