sábado, 25 de enero de 2014

Se hace tan extraño volver al frío y yerto ambiente de las consultas, rodeado de individuos que con un simple vistazo a su apariencia cualquier persona llegaría a la conclusión de que están locos, son como un reflejo futuro, un portal hacia lo que me espera. He perdido la fe, me la jugué toda hace un par de noches. Planeo mi suicidio una y otra vez, intentando de encontrar la manera para desaparecer sin causar estragos, sin llamar la atención, causando el menor dolor posible. Inmediatamente mi sentido común (ese maldito bastardo que siempre agua la fiesta) interviene proporcionándome cordura y haciéndome pensar en mis seres queridos, pero no es más que una trampa que el miedo tiende para que me lo piense dos veces. Temo a que esta depresión haya arraigado en mi interior y sus raíces ya hayan infectado de por vida mi espíritu, mis ganas y mi paciencia; ya no hay un motivo para seguir y dejarme la piel por un futuro mejor, tampoco esperanzas ni expectativas.

No me importa mi futuro aunque cada mañana ceda a la presión, pero no dura más de unas horas. No puedo soportar otro golpe, me estoy hundiendo por mi propio peso; y era cierto, el nihilismo no es un cruel desierto, sino un oasis de tranquilidad, pero todo se torna a oscuro cuando la infinita verdad llama a tu puerta. Estoy roto, quebrado pero no partido en mil pedazos, por cada una de mis lágrimas diez de mi madre, y joder, no lo aguanto.

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