Me marcho, vuelvo, voy y regreso. Es tarde, y mientras escribo estas líneas espero al Sol, pero aguardar su salida implica revolverme entre las sábanas entreabriendo los ojos en busca de figuras ocultas entre las sombras de mi habitación (más tarde viene ese inevitable quemazón en mi estómago que me acompaña durante el resto del día). ¿Qué fuerza imposible de esquivar me empuja a temer y deslizarme a un lado y a otro a través las fronteras del raciocinio y del miedo?, ¿por qué necesito descubrir lo que me asusta, y a continuación lo rechazo por el simple terror a lo desconocido?
Tengo miedo de creer, porque durante estos últimos doce meses me he sentido demasiado cerca y a la vez de espaldas, postrado ante una verdad que me asusta más que la nada. Conforme escribo esto más me aproximo, pero no estoy preparado. Definitivamente no estoy preparado.
Aunque me quitaran el velo, no podría soportar que mis ojos fueran diferentes, porque temo aceptar la verdad, porque temo tentar para luego ver, escuchar y no parar de pensar. ¿No temes cómo yo, abrir demasiado los ojos? ¿No temes cómo yo, llegar a sentirte encerrado aquí? ¡Qué haremos si los límites de querer saber superan lo desconocido! A veces desearía evitar pensar, como si fuera algo de lo que se puede salir corriendo, huir por no llegar a comprender una despedida tardía a los 7 años, un abrazo sin brazos y una protección escondida en lo más profundo de tu corazón, porque son hechos que hemos llorado, porque creo en cada una de vuestras lágrimas, porque hemos llegado a sentirlo y eso es estar aún más lejos que ellos.
ResponderEliminarTe dije que me alegraba compartir esto, aunque "cada día" lo hagamos de diferente manera.