miércoles, 19 de noviembre de 2014

He conocido a personas, que rodeadas de mierda, hasta el último momento en el que cierran lo ojos con la cabeza apoyada en la almohada a altas horas de la madrugada, aún tienen la valentía o la capacidad de sonreír al mundo y dar buenas noticias. 

Ah, los bípedos siempre serán decepcionantes, pues en cada relación humana existe un factor de traición, y muchos no lo quieren ver. Es por esta ceguera por la que elevamos las expectativas de nuestros más allegados, ignorando la necesidad que conforma nuestra condición, la necesidad de traición. Ligada a nuestra voluntad de poder se encuentra dicho impulso, un movimiento que nos hace conspirar, anteponer los pilares básicos de nuestra felicidad por otras recompensas mejores. Nos basamos en un constante vaivén de recelo, de balances entre lo bueno y lo que podría resultar mejor, siempre tratando de mejorar la situación.

Por ello, nadie merece a nadie, nadie merece nada bueno. 

En cada individuo hay algo mágico que el colectivo se encarga de deteriorar, porque la sociedad y la cultura no es más que la manera más liviana de saciar nuestro egoísmo vital; egoísmo que es la materia prima que nos hace movernos y dar color a nuestro mundo.



En honor a las personas que comen mierda para que otras no se cubran de ella.


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