miércoles, 17 de agosto de 2016

Anoche caminamos entre los árboles por una carretera oscura, un pequeño gato nos siguió, se acercaba a nuestras piernas y se rozaba con ellas. Nos tumbamos en lo alto de la pendiente, el cielo estaba despejado y alumbrado por La Luna, los montes y los árboles eran un poco menos oscuros que de costumbre, yo también lo era. El gatito corría, maullaba y se rozaba con nosotros, lo acariciaba siempre que se acercaba a mí y me hacía sentir magnífico. Era de nuevo una de esas noches especiales por las circunstancias que se repetía años después y que se mantuvo flotando en la memoria como tantos otros recuerdos de noches curiosas. 

Casi en la rivera del río contemplé de nuevo el altar iluminado por tenues velas de la virgen patrona del pueblo, le di mis saludos, aquel sitio siempre me trató con dulzura. Regresamos por el mismo camino repleto de negrura entre los árboles, el gato corría delante de nosotros y se paraba a lo lejos, su figura se distinguía como una mancha blanca surcando la oscuridad, cuando llegábamos esperaba sentado hasta que nosotros cogíamos distancia y entonces volvía a dar una carrera enorme hasta adelantarnos. A veces se perdía y nos pedía ayuda y teníamos que retroceder un trozo de camino hasta que nos encontrara. Era un pequeño guepardo.

Se me partió el alma cuando tuvimos que asustarlo haciendo ruido y corriendo hacia él para que dejara de seguirnos y no se perdiera de regreso en largo camino desde la casa al pueblo cuando llegáramos y no pudiéramos dejarle entrar, ni siquiera vivíamos allí.

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