jueves, 4 de agosto de 2016

Saturday night

—Por una parte me apetece romper algo. —Dijo mientras yo tocaba algunos acordes sueltos. —Yo creo que soy más feliz... Creo que no necesito llevar para adelante a dos personas como yo.

Yo le miraba fijamente, no tenía nada útil que responder. Me descolgué la guitarra, la dejé en la cama y me senté junto a ella.

—Encima me supera, tío. Será por la edad, pero no sé. Es que estoy hasta los putos huevos, ¿sabes? —Murmuró algo. —Ella se creé que yo estoy aquí para eso, para hacer realidad todas las cosas que a ella... —Hizo una pausa y dio una calada a un cigarrillo de liar. —¡Anda a tomar por culo! —Y expulsó el humo violentamente. —¿Es que tú te crees que una persona puede ser una puta princesa, tío? Es que lo odio. Es que odio a la gente así, tío. Y estoy con un persona que es así. 

—Bueno, yo... —Dije vacilando. No había nada que decir, pero la tensión de la situación era molesta.

—Tú nada. No tienes que decir nada. No tienes por qué tener una opinión. —Dijo interrumpiéndome. Sentó su culo en la silla y fumó otra calada. —Se cree que ella se lo merece, ¿por qué? Pues no te lo mereces. 

El amplificador soltaba un leve zumbido debido a algún contacto en el cableado interno de la guitarra, el instrumento era más viejo que yo.

—¿Qué es lo que soy al fin y al cabo? Esto no es una relación, simplemente estoy educando a una niña. Soy su padre, soy un viejo disfrazado de joven.

El murmullo de la guitarra había aumentado progresivamente al igual que la gravedad de sus palabras, lo habían hecho al mismo ritmo, con la misma cadencia empezando desde la nota más grave. Continuó fumando su cigarrillo, sentado en la silla con las piernas cruzadas. Le miré varias veces, de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba. Pensé que algo así me esperaba, después de superar los problemas nuevos problemas vienen, y que algún día me parecería a él, o no. Y que independientemente de cualquier situación en la que me encuentre en la vida el sufrimiento siempre será una constante en un mar de variables, y que además de la muerte, es lo único que te encontrará sin necesidad de que llames.

—Sabes, hace poco se suicidó un amigo mío. Le llamábamos El Manchas. El último día que nos vimos prometió que me enviaría a casa dinero que le dejé prestado, ochenta pavos. Bueno, algunas veces ganas y otras pierdes, —sonrió con melancolía. —en esa ocasión yo sabía que iba a perder. Pero no me importó, yo sabía que los necesitaba.

—¿Por qué se suicidó?

—No lo sé, me llegó la noticia sin más. Ya lo había intentado en una ocasión. Me dijo aquella vez que estaba harto, que nadie le hacía caso.

—Entonces no quería quitarse la vida realmente. Si te abres las venas no lo haces para llamar la atención.

—El caso es que esta vez sí lo hizo.

—Sí...

Después de eso el zumbido de la guitarra empezó a ser ensordecedor y él se levantó para apagar el amplificador. Seguimos tocando un rato y bebiendo y fumando. Cuando nos despedimos y me disponía a cerrar la puerta de su casa por completo para marcharme a la mía dijo: —Eh. No escribas sobre esto.

—Vale. —Respondí yo.

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